POR ADELA TARIFA. CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)
En una visita guiada al AHN, hace poco tiempo, pude ver la primera tesis doctoral que hizo una mujer. Se llamaba Ángela Carrafa. Fue en 1892. La autora era de Valladolid y leyó la tesis en la universidad Central de Madrid. Trataba sobre la vida y obra de “El Pinciano”, un pintor, creo. Esa tesis sentó fatal. Nadie concebía la figura académica de una mujer Doctora. Porque el rechazo social a las que Lope llamó despectivamente “bachilleras” perduraba tres siglos después. Eran peligrosas. Entonces una ley prohibió a la mujer el acceso a la universidad. Tardaron años en admitirlas, a regañadientes. De hecho, Concepción Arenal acudía a las clases con ropas masculinas, para no desentonar.
A mí me cuesta entender que hoy se conserve parte de la mentalidad colectiva imperante del ayer. Seguramente porque en mi fuero interno no me veo como peligrosa. Es que no lo soy. Y sigo sin comprender por qué molesta tanto una mujer culta. Aunque en el fondo la respuesta puede ser ésta: se odia lo que se teme. Lo que pasa es que es un temor ilógico. Qué un padre se oponga a que su hija sea culta, logre autonomía económica, es antinatural. Además, ya se ha visto, tampoco las mujeres hemos montado revoluciones sangrientas por el hecho de estudiar. Es más, ni siquiera abandonamos los “oficios mujeriles”, ni descuidamos a los hijos, haciendo compatible la vida laboral con la familiar. Sin embargo todavía en la mayor parte de la tierra se las relega a la casa, y hasta se ocultan sus cuerpos. Véase el caso del Islam, que no es el único.
O sea, que salvo casos raros, las mujeres cultas nunca fueron peligrosas para el Poder establecido, ni en tiempos pretéritos, ni hoy. Sin embargo todavía se mira con recelo su presencia en cargos directivos. Basta el ejemplo de la infinidad de chistes de mal gusto que circulan cuando un nuevo gobierno, el que sea, encarga una Cartera a una mujer, cosa que raramente sucede en caso contrario. Si eso pasa en las altas esferas, no extraña que suceda lo mismo a ras de suelo. Por ejemplo, me consta que hace no mucho se vetó por estos lares a una mujer para una asociación, con el simple argumento de que allí no eran bien recibidas las féminas. Lo más curioso del caso es que no existe constancia de que ninguna de las escasas mujeres ya que pertenecen a tal asociación hubiera creado nunca el menor problema. Son enigmas difíciles de descifrar. Sin embargo esconden el miedo que siempre se ha tenido a la mujer que tiene cultura. Y que nada es más temible para un mediocre que la cultura y libertad como traje para la mujer. Las prefieren con modelos de un diseñador bien caro, aunque a veces uno de esos vestidos cueste más que la matricula en la universidad. Lo más triste del caso, y esto también me consta, es que muchas mujeres, para ser aceptadas en determinados ambientes, optan por imitar comportamientos considerados masculinos, caso del lenguaje de los “tacos”, o potencian tópicos femeninos, perpetuando costumbres rancias. Eso es malo. Ya lo advertía Kant; cuantas más costumbres tiene un ser humano, menos libre es.
A mí me indigna la publicidad que pasan por la tele, que potencia la imagen de la mujer objeto. Pero gusta a muchos. Sin embargo, amigo mío, si usted alguna vez ha temido a una mujer, guárdese mucho de las que van por la vida de “tontas”, cargadas de perfume y joyas, a lo Marilyn. Ya lo advertía en sus cartas desde el exilio el secretario de Felipe II, Antonio López, en referencia a la de Eboli: “No hay leona más fiera ni fiera más dañina que una gentil dama. Como tal, guárdate de ella”. Por el contrario confíe en las que se dejan las pestañas estudiando. Entre el saber y el no saber, elija siempre lo primero. Aunque la sociedad tardó mucho en entenderlo. De hecho, cuando nacen los primeros Institutos de Enseñanza Media, con el llamado Plan Pidal (1845-47), la presencia de mujeres en ellos era casi nula. Y luego la Ley Moyano de 1857, modelo educativo que creó larga escuela, diferenciaba claramente las disciplinas que aprenderían hombres y mujeres, suprimiendo las materias de ciencias a ellas, sustituidas por “labores propias del sexo”, Los archivos de los Centros Educativos de Secundaría más antiguos de Jaén -caso del “Santísima Trinidad” de Baeza y el “Virgen del Carmen” de Jaén-, dan fe de la escasa presencia femenina hasta bien entrado el siglo XX. Nada raro si tenemos presente que todavía en la Sevilla de los “felices 20” no encontramos ni una mujer en la Escuela Normal. O sea, que, visto lo visto, tampoco es tan extraño que hoy gobierne en los EEU. UU. e l sr. Trump. Dice mi papelera.