POR MANUEL GARCIA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Bastaba regar con agua del pozo el patio de la casa para que reinara en el ambiente un frescor que dulcificara la huella tórrida que había dejado el crepúsculo en su despedida. Y era el pozo, fuente inagotable, el que también nos socorría refrigerando y tonificando nuestros estómagos. Cuando la tarde había sido vencida, el cubo introducido en las aguas subterráneas enfriaba los tomates criados en la huerta. Sólo era suficiente aquel menú nocturno que tanto gustaba: un tomate partido al medio aderezado con aceite y sal.
Hoy sigo defendiendo que no hay quien alcance a tan ilustre, venerable y fervoroso fruto, capaz de detener el tiempo en una noche de verano. Un menú para aquellos años repletos de necesidades y apreturas, de ahogos y asfixias. ¡Ay, aquellos tiempos felices y austeros! Mientras, desde un rincón, un silencio encalado de verano acunaba el balanceo del perfume que desprendía el jazminero. (Gracias, Cati Villares por el obsequio, tomates riquísimos).