SALIR DE PASEO
Sep 18 2014

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS

pareja

No es lo mismo salir a andar que a pasear. Lo primero es mecánico. Lo segundo, un arte. Por eso creo que cuando un pueblo pierde el hábito del paseo, está enfermo de mente, por muy sano que tenga el cuerpo. Me explico.

Hoy nos recomienda a todos que caminemos. Yo también camino. Por eso sé que esas caminatas deber ser rápidas, sin obstáculos. No importa mucho el paisaje ni la compañía. De hecho nos cruzamos con caminantes que no se digna ni a mirarnos. Muchos llevan un pinganillo en el oído para escuchar música, o lo que sea, que les aísla del entorno. Si te cruzas con un conocido, es de mala educación pararle. Le interrumpes el ritmo. Nunca lo hagas. Andar así es un acto individual, antisocial; una prescripción médica. Raramente verás a estos caminantes hacer un alto en el camino para contemplar la salida de la luna, o para escuchar el canto de un pájaro. Son autómatas. Otro elemento propio es la ropa deportiva, fea casi siempre. Porque el que anda piensa que es invisible a los demás. Aunque muchas veces camina para perder peso y estar más atractivo en otros espacios, donde acaso se le ve menos que durante su caminata.

En las noches de verano playero los vecinos de mi urbanización salimos a pasear a la orilla del mar. Allí sí que hay arte. Cuando sale la luna, en esa hora bruja, el bañador y el pareo femenino, horroroso por lo general, dejan dan paso a maxifaldas vaporosas, a minifaldas insinuantes, pantalones cortos, sandalias multicolor, labios rojos, perfume de azahar y melena al viento. En ese anochecer salado las farolas amarillas del paseo marítimo rejuvenecen más que la cirugía estética, cuando el aire huele a chiringuito y feria. Cuando los niños lucen sus bicicletas nuevas. Cuando los abuelos no tienen prisa. Cuando los padres parecen seguir enamorados. Cuando los adolescentes desaparecen del paseo buscando emociones más fuertes. En ese paseo se recupera un poco la vida que antes hubo en los pueblos, cuando no había tele que sirviera en vena un cotilleo perverso. Porque nunca hubo mejor cotilleo que el que afecta al vecino, si no se hace con maldad. Que para eso está el paseo, para enterarte de lo que pasa en las casa de los demás. Por eso creo que no hay buen veraneo sin paseo, y sin una dosis saludable de chismorreo inofensivo. Pienso que no sabe lo que es veranear quien se pierde el rito del atardecer en su paseo, para tomar el fresco en compañía, y un par de cervezas si se tercia. Sí, quien va a la playa solo a bañarse es como quien sólo sale a andar y desconoce lo que es pasear. Porque de un buen paseo puede nacer una amistad eterna, si se sabe escuchar. Pero de una caminata terapéutica, sólo sale un descenso de colesterol, si hay suerte. Lo cual no está mal, pero no puede sustituir al cariño de un amigo.

Sí, para mi estos paseo del verano me recuerdan algo a los que una vez viví en mi pueblo alpujarreño. Cuando los vecinos salían a pasear a la carretera, por la que apenas pasaban coches, para tomar el fresco. Cuando los adolescentes buscaban a la luz de la luna la silueta de su primer amor. Cuando los niños cantaban a la rueda rueda y cazaban luciérnagas en las zonas umbrías. Cuando las abuelas encontraban su momento para rezar el rosario, antes de oír el parte en la radio; antes de que llegaran los nietos a jugar un parchís, y luego de oca a oca, y tiro porque me toca. Cuando la noche acababa cuando las golondrinas dormían en los hilos de la luz, mientras los viejos liaban el último cigarro sentados en la puerta, al fresco. Cuando las calles se llenaban de olor a parvas, y a flor de dompedro. Y de rumor de cotilleo, dice mi papelera. Es verdad.

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