POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Aquí estará a nuestras puertas, altivo y altanero, brillante al sol con escamas de plata y carne sonrosada.
Como un ciervo alanceado por príncipes, morirá en nuestras riberas fluviales envuelto en misterio de lucha contra las adversidades.
Su destino son los ríos de Asturias a los que llega luchando contra el mar, los depredadores y los elementos, al igual que nuestra Armada Invencible.
Es el «salmón de verdad», el «currante», el del Sella, del Narcea, del Nalón, del Eo y del Cares-Deva.
El que cantaba el clérigo don Bruno Fernández Cepeda en los comienzos del siglo XIX:
Acá hay salmón como cuchu
en Ribadesella y Pravia
que sangra de puru frescu
pe la boca y pe la galla
Ese salmón que en la actualidad se tolera su pesca «sin muerte» y que cuando se captura «con muerte» se cotiza, si se trata del «campanu» a precios de «ni se sabe».
El salmón que vemos en nuestros mercados es «el otro»; el vago, el señorito que recibe extremadas atenciones en sus fiordos noruegos, alimentado con productos naturales (¡eso sí) a las horas convenientes, libre de enfermedades y de agresiones extrañas.
Para llegar a nuestras mesas viaja en avión, en departamentos refrigerados, y sin pagar billete; que de eso se encarga el consumidor-comprador.
Pero aquí está, a buen precio, para alegría de paladares y de bolsillos.
¡Quién diría que el salmón de río, el asturiano, se vendía en Madrid, año de 1945, a 75 pesetas el kilogramo; en 1930 entre 5 y 15 pesetas/kg; y en los finales de siglo XIX entre 2 y 8 pesetas el kilo!
Es el salmón un pescado graso y, por eso, el asado a la plancha o a la parrilla le va estupendamente.
Prepararemos inicialmente un salteado de verduritas (ajetes, tiras de puerro, calabacín, berenjena, pimiento, tomate, zanahoria…) troceadas en pequeño.
Se reservan.
Aparte, con la plancha o la parrilla bien calientes se asan las rodajas de salmón, que han de tener un grosor de unos 2 cm como mínimo. Se espolvorean con sal (al gusto), perejil picado y un sofrito de ajo muy picadín.
En un plato llano de servicio individual se dispone un lecho de verduritas salteadas y sobre él una rodaja de salmón.
¡¡Oiga, oiga!! , gritarán ustedes, ¿Y el truquillo?
Pues verán.
Aparte, peladas la colas, prepararán unos langostinos al ajillo utilizando en la fritura un poco de guindilla para darles la alegría del picante.
Estos langostinos se colocan sobre cada loncha de salmón (dos en cada una) y se baña el conjunto con un poco de aceite de la fritura.
El resultado es sorprendente.