POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA. CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
A mediados del siglo XIX, concretamente en el año 1851, el alcalde de Ulea. Joaquín Miñano Pay, a instancias de la superioridad regional, reunió a la junta de salud municipal para trasladarle un informe sobre la precariedad de la salud pública en Ulea, animando a las fuerzas políticas y sanitarias a tomar las medidas oportunas para evitar las zonas contaminantes que producen epidemias de enfermedades, que se saldan con muchos enfermos y bastantes fallecidos, en el pueblo de Ulea.
Ante tan graves problemas de higiene y salud, tras reunirse con su corporación, a la que acudió el médico cirujano y el cura propio Joaquín Miñano, tomó buena nota de la gravedad del asunto y consiguió que una delegación de Murcia presidida por el “Juez Acequiero” Ignacio Pajarilla, en unión de Pedro Martínez Conesa, escribano de Su Majestad, vinieran a Ulea y se reunieran con el médico cirujano, con el fin de estudiar la situación sanitaria municipal y tratar de poner las medidas para solucionarlas o por lo menos, paliarlas.
Ya en Ulea, observaron que la falta de control de las aguas y escurrimbres, tanto de acequia, brazales y de las casas y corrales que carecían del más mínimo control, y permanecían encharcadas, siendo caldo de cultivo de mosquitos y otros insectos, sin identificar, que eran los causantes de grandes epidemias, con las consiguientes enfermedades y muertes de la población uleana.
Ante tal situación, el alcalde redactó un edicto de obligado cumplimiento, en el que pedía a los ciudadanos colaboración sin fisuras con el fin de atajar tan preocupante problema sanitario. En primer lugar invitó a que se evitaran las escurrimbres de las casas y corrales ya que, siempre, llevaban estiércol y suciedad. Además, arremetió contra los ganaderos que transitaban con sus animales por las calles del pueblo y las dejaban impregnadas de excrementos.
Igual advertencia hizo a cuantos cruzaban el pueblo con sus caballerías, ya que dejaban sus señuelos de boñigas que, al esparcirse y secarse, eran focos de insectos de malévolas intenciones. Por último, incidió en las amas de casa, animándoles a que limpiaran sus calles, pero evitando que se formaran pequeños charcos de agua sucia en las puertas de sus casas, debidos a las irregularidades del terreno, así como evitar que las cabras, abreven en las pozas que existen en los aledaños del “callejón de las balsas”.
Arrieros y ganaderos quedaron alertados del problema, ya que se producían epidemias que cursaban con fiebres elevadas, dolores de cabeza y diarreas. Por ello se les aconsejó que la salida y entrada del pueblo, con sus animales, la hicieran por el extrarradio; a la altura del mencionado callejón de las balsas.
Estos brotes epidémicos quedaron erradicados a finales del año 1852, pero, en el año 1854 sacudió un nuevo brote epidémico, esta vez de cólera, que causó una gran mortandad en la población uleana.