POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
Por su importancia como vertebrador de la convivencia y sinovia de las buenas relaciones sociales, en estos momentos en que lo que se está fomentando es el distanciamiento entre la gente, no sobra insistir en el tema del saludo como gesto cordial que engrasa el contacto social.
En principio el saludo tenía como objeto manifestar una actitud pacífica y amigable, de acercamiento; de ahí que su primera expresión fuera alzar la palma abierta, o mostrarla tendida, en señal de no llevar armas ni intención agresiva; gesto correspondido, que pronto se convirtió en ‘chocar’ o estrecharse las manos y adquirió significado de franqueza, convirtiéndose en signo de buena voluntad general prodigado a todos, que generó el amigable genérico: «¡Buenos días, Fulano … y la compaña!».
Una de las fórmulas más evidentes de rechazo de alguien contra otro es negarle el saludo.
La edad de oro del saludo, cuyo paradigma resulta el sublimado en la España del honor calderoniano, fue siglo XVII, en que el gesto caballeresco de inclinar ostensiblemente el cuerpo con un brazo recogido sobre el pecho y el otro barriendo el suelo ampliamente con la pluma del chambergo, se hizo clásico. Después, de acuerdo con los tiempos, el ritual se fue simplificando hasta llegar al escueto ¡Ey¡ y demás fórmulas más o menos familiares ya citadas en otra columna.
Ciertos saludos resultan identificativos de una condición o una militancia y se utilizan con esa intención, como el comunista ‘Salud’, que cambia la conciliadora mano abierta por el amenazador puño cerrado; el erudito ‘Salutem plurimam’ (Salud para todos) de los leídos; o los que resultan muletilla propia de cada saludador. Otros son genéricos menos rebuscados y muy extendidos, como el campechano ¿Qué tal?, ¿Dónde vas? o el anfibológico ¿Cómo lo llevas? Y muchos son tan personalizados que su relación es imposible, pues el del saludo es un arte en que cada cual tiene su fórmula. Algunos muestran gran ingenio e intención, como el tan citado de Groucho Marx: «Buenos días señores. Y perdonen que los llame así, porque aún no los conozco bastante». O el que se dirige a un grupo de varios diciendo con retintín: «¡Buenos días, señores … y los demás!».
Tan importante resulta el saludo que extraño es que, junto al conocido anuncio que exalta la elegancia social del regalo, no exista otro que promocione la distinción cívica del saludo. O que, cuando hay días dedicados a todas las chorradas imaginable, no exista el Día Universal del Saludo.
Aunque, cuidado, pues entre los saludadores que lo son por practicar esa cortesía ciudadana, aparecen otros no tan encomiables. Como el que la RAE define así: «Embaucador que se dedica a curar o prever la rabia u otros males con el aliento, la saliva y ciertas deprecaciones». El tipo y su perniciosa actividad están tan clavados que no necesitan de más aclaraciones.
Fuente: https://www.hoy.es/