POR JUAN CUÉLLAR LÁZARO, CRONISTA OFICIAL DE FUENTIDUEÑA Y FUENTEPIÑEL (SEGOVIA).
¡Ayer fue mi día de suerte! Y no lo fue porque me tocara la lotería de Navidad, que me fue esquiva, como todos los años. Fue mi día de suerte porque fui nombrado rey. Y no un rey cualquiera, no. Fui nombrado rey Gaspar. Sí, el mago del incienso. Y durante toda la mañana (que fue el corto periodo que duró mi reinado) no dejé de recibir grandes premios. Premios en forma de caras de niños plenas de felicidad, de ilusión, de sorpresa, de agradecimiento, de sonrisas,… caras en las que me veía reflejado como en un espejo que me devolvía de repente a mi más tierna, inocente y, ya, lejanísima infancia.
No sé si será necesario que tengamos que volver a ser como niños para poder entrar en el Reino de los Cielos, pero, conociendo a muchos adultos, cada vez tengo más claro que tendremos que volver a ser como niños para recuperar al ser humano que (se supone) hay dentro de cada uno de nosotros, con su uso de razón y su sentido común; y poder despojarnos así de todas esas cosas de mayores de las que si volviéramos realmente a ser niños nos avergonzaríamos y rechazaríamos sin dudarlo.
Sí, ya se que en los albores de la Navidad es Papá Noel el que protagoniza lo de los regalos, pero creo que la sonrisa y la ilusión de un niño bien vale adelantar una cabalgata de Reyes Magos. Espero, en todo caso, que San Nicolás y sus Majestades de Oriente sean generosos con todos nosotros, aunque no siempre hayamos sido buenos y hayamos hecho méritos para ello.
¡Buen día!