POR JUAN CUELLAR LÁZARO, CRONISTA OFICIAL DE FUENTIDUEÑA Y FUENTEPIÑEL (SEGOVIA).
Hoy, 23 de abril de 2021, se cumple el quinto centenario de la derrota de las tropas del ejército comunero castellano a manos de las imperiales de Carlos I. Desde hace varias décadas se eligió esta fecha para honrar la memoria de todos aquellos que, acto seguido, fueron sentenciados a muerte por defender unos postulados que prometían más libertades y una mayor justicia social para el pueblo, personalizados en sus líderes Padilla, Bravo y Maldonado.
En una conmemoración tan señalada como la de este año, pienso que una buena forma de homenajear y rememorar la Revuelta Comunera de Castilla, que está considerada por algunos como la primera revolución moderna, es precisamente leer, informarnos y analizar lo que sobre ella han escrito los autores que la han investigado y estudiado para conocer mejor lo que fue en realidad, el por qué se generó, lo que pretendía y las consecuencias que tuvo su derrota final. Sin ánimo de influir en quien esto se plantee, me limitaré a dar algunos nombres de autores que pueden ayudar a ello, casi todos ellos avalados por su condición de catedráticos y profesores universitarios: Joseph Pérez, José Antonio Maravall, Stephen Haliczer, Julio Valdeón Baruque, Juan Ignacio Gutiérrez Nieto, Luis López Álvarez,…
Yo lo hago con el monumento segoviano a Juan Bravo y con el conocido mapa que señala las poblaciones partidarias de la revuelta (de color morado) y las partidarias de Carlos I (de color verde). Y como este año tampoco podremos asistir a la campa vallisoletana de Villalar de los Comuneros, a la que nunca falté en las primeras convocatorias de los años setenta, dejo aquí esta composición que, pensando en Castilla y como mi particular canto de añoranza, debí de escribir en aquellos años (un pecado poético de juventud que ruego se me sepa disculpar).
Aquel veintitrés sin sol
de un abril preñado en sangre,
cuando alondra y ruiseñor
armonizan sus cantares,
cayó una flor sobre el mar
y se oscureció la tarde.
Entre ruido de cañones,
entre barro y estridencias,
una paloma murió
y se la enterró sangrienta
en un mundo de opresión
de fueros y de sentencias.
Cinco siglos la contemplan
y no hay desenterrador
que venga, pico en el hombro
con pala y un azadón,
a desenterrar sus huesos
de ave fénix volador.
Quizás un día, en el tiempo,
cuando surja un capitán,
le brote una rosa al tallo
y sobrevuele el trigal
la paloma que componga
un himno a la libertad.
¡Buen día!