POR JUAN CUÉLLAR LÁZARO, CRONISTA OFICIAL DE FUENTEPIÑEL (SEGOVIA)
El año 1934 el aumento de la población y las altas tasas de natalidad en FUENTEPIÑEL hacían necesaria la construcción de dos nuevas escuelas unitarias. El ayuntamiento toma cartas en el asunto y procede a su construcción, siendo inauguradas el 1 de septiembre de 1936, al inicio del curso, con la presencia del maestro don Manuel de Diego y la ausencia de la maestra, a quien, parece ser, sorprendió la guerra en Madrid en casa de sus padres.
Los gastos de construcción fueron de 25.270 pesetas, de las que 20.000 correspondían a una subvención estatal y el resto al ayuntamiento. Por culpa de la guerra la subvención no fue abonada hasta 1944, tras múltiples y sucesivos ruegos del consistorio, que no dudó en mandar a un concejal hasta Vitoria, ciudad en la que se encontraba a la sazón el Ministro de Educación.
A finales de la década de los ochenta del siglo pasado alguien decidió construir una nueva y derribar las viejas (de hecho durante un tiempo convivieron las dos), y yo personalmente nunca entenderé el por qué pues no solo hubiera sido más oportuno y económico reparar el edificio existente que construir uno nuevo, si no que además se estaba produciendo el efecto contrario al de 1934: descenso de la población y bajas tasas de natalidad.
De hecho la nueva escuela apenas si cumplió con su función una decena de años, y hoy ha sido reciclada para lugar de reuniones, práctica de actividades, actos sociales…
Quizás este curso, por mor de la pandemia y todo lo que conlleva en cuanto al desempeño de las actividades docentes en los colegios de las ciudades, no hubiera sido descabellado plantearse reabrirla (como otras tantas cerradas en tantos pueblos) para descongestionar dichos colegios y cumplir a rajatabla con las medidas sanitarias impuestas por el ministerio y las consejerías de Educación, dado que hay muchos padres que seguramente podrían teletrabajar desde el pueblo y hubieran estado dispuestos a hacerlo si se les hubiera planteado en tiempo y forma. Sé que es una utopía lo que planteo, pero a veces las utopías resultan posibles y realizables cuando se proponen de forma razonada y con sentido común.
¿Os imagináis por un momento nuestras calles semidesérticas en los meses de octubre, noviembre, febrero… con niños correteando y alborotando por ellas con sus risas y sus voces infantiles que tanto se echan de menos durante tanto tiempo? Sé que todo esto es, como digo, una utopía, una entelequia, algo irrealizable (¿o no?), pero se me ha pasado por la cabeza o lo he soñado algún día y ahí lo dejo.
¡Buen día!