POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Salvo la plaza de San Agustín, cuajada de murcianos y desde donde partió a las ocho en punto de la mañana la imponente procesión, fueron las filas de sillas del lateral de San Antolín un espléndido termómetro para valorar la afluencia de público al más célebre desfile de la Semana Santa murciana. Y allí, aún antes de la salida, una legión de fieles y turistas abarrotaban todo el itinerario nazareno. Pronto el sol, como se esperaba, se desplomó sobre el cortejo apenas los primeros tronos llegaban a San Pedro. Mañana de espléndida primavera que, además, gracias a la aparición de algunas nubes, mitigó un excesivo calor, lo que agradecieron los miles de penitentes, estantes y mayordomos de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Y también cuantos llenaron los asientos de la carrera que, en más de una localización, alcanzaban hasta las seis filas de sillas.
El buen tiempo, por otro lado, animó a muchos a contemplar la procesión y los bares y tabernas de todo su recorrido se llenaron de público, además de las tradicionales ubicaciones más nazarenas, entre ellas las plazas de Belluga, Santo Domingo, las Flores y, ya en la recogida, la de Las Agustinas. Miles de personas se concentraron entonces ante la iglesia privativa de Jesús para disfrutar de la entrada solemne de un cortejo que desfiló de forma impecable, cumpliendo los tiempos tradicionales y degustando una mañana de primavera murciana.
La Cofradía, entretanto, también celebró la presentación de la réplica de una de las túnicas históricas que posee el Nazareno, titular de la institución. Se trata de la túnica conocida como «del Centenario», realizada en los años en torno a los que se terminaba de construir la iglesia actual y se procedía al adorno de su capilla mayor, trazada a principios del siglo XVIII. Según la tradición, se encargó al Arte Mayor de la Seda de Murcia. Es una estofa de fondo rosa sobre la que se dispone una decoración brocada en plata, con agrupaciones florales de pétalos anchos, piñas estilizadas y frutos carnosos.
La Junta Particular de la Cofradía, que preside Antonio Gómez Fayrén, abordó con acierto la confección de esta túnica, de gran aprecio entre los cofrades de Jesús, y que este Viernes Santo lució por vez primera. Su perfección incluso confundió a muchos, quienes creyeron que se trataba de la original. “Yo creo que es la auténtica, digan lo que digan”, bromeaba Carmen López, una murciana que vive desde hace cuatro décadas en Valencia, pero que regresa en este día, «llueva o truene, porque estas cosas solo pueden admirarse en Murcia».
Como ella, cientos de familias cargadas de niños pusieron la nota de color en el extenso recorrido que la cofradía realiza sobre el plano de la ciudad. Y pudieron admirar las complicadas maniobras de los pesados tronos al virar en las calles más estrechas de la ciudad, las mismas en las que Salzillo pensó cuando se disponía a tallar sus célebres obras. En algunos lugares, las pesadas tarinas parecían navegar a medio metro escaso de los espectadores. O quedaban casi al alcance de las manos de aquella otra multitud que se agolpaba en miles de balcones y ventanas.
Una a una, las joyas de Salzillo desfilaron por una ciudad repleta también de turistas que inmortalizaron en miles de instantáneas la belleza barroca del desfile. Un amplio desfile de seguridad veló porque todo transcurriera sin el menor percance, a lo que contribuyó también la discreción de los cientos de agentes destacados en todo el recorrido. Los accesos a los principales cruces y plazas del callejero, como fue el caso de la Gran Vía, se protegieron con varios vehículos policiales, además de que las principales vías de llegada al corazón de la urbe estuvieron vigiladas durante toda la mañana para evitar cualquier incidencia.
Los mayordomos de la Cofradía velaron en todo momento por atender a los penitentes, avisados de las altas temperaturas que se alcanzarían a lo largo de la mañana. Los momentos más críticos, también como cada año, se produjeron cuando las distintas hermandades enfilaban la calle de San Nicolás, casi a la recogida, donde miles de nazarenos desfilaron ya superada la una de la tarde y el calor se sumaba al lógico cansancio de la procesión.
La llegada de cada uno de los tronos fue recibida en San Agustín entre aplausos y miles de cofrades culminaron su desfile otro año más, para luego celebrarlo, cerveza y marinera en ristre, en los bares del viejo barrio de San Andrés. De nuevo resonó entre ellos la típica despedida que todo buen nazareno de Jesús pronuncia en el instante mismo en que acaba su estación de penitencia y mientras extiende su mano a quienes han compartido tan grata penitencia: «¡Gracias. Y hasta el año que viene, si Dios quiere!».
Fuente: http://www.laverdad.es/