POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
La Revista La Voz de San Antonio, fundada en 1895 por la Provincia Bética Franciscana, su director es fray Antonio Arévalo Sánchez (OFM), publica un artículo que he escrito para el núm. 1.886 (noviembre-diciembre 2021). En él se hace un recorrido histórico sobre la villa roqueña y su entorno. El hombre de la prehistoria dejó su huella en la zona, así lo confirma los monumentos megalíticos que hay cercanos. Sus construcciones se ven insertadas en la línea dolménica Prado de Lácara-Valencia de Alcántara. Por ello destaco los dólmenes en la Dehesa de La Muela: Cueva del Monje y la del Moro, junto al de Lácara de grandes dimensiones. Y dos dólmenes sin excavar cerca de La Roca y cortijo del Vidrio. Próximo a la Cueva del Monje se localiza en el llamado Mirador de la Muela restos de asentamiento humano en una Citanía que estuvo fortificada, propia de pueblos prerromanos.
El templo parroquial fue declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento en 1991. Por sus características constructivas, constituye una de las realizaciones arquitectónicas de su época, dada la pureza de sus líneas góticas, y como muestra especialmente representativa de las obras religiosas correspondientes a la etapa medieval tardía existente en la región. Resulta de nave única con tres tramos, cubierta de crucería y cabecera más estrecha con testero de tres planos. Se trata de una sólida obra, de aspecto fuerte y macizo, realizada con sillares de piedra y mampostería.
El retablo mayor se trata de una pieza de entalladura, compuesta de dos cuerpos, sobre banco de gran ático, y tres calles en altura. El cuerpo principal presenta en el centro una hornacina que acoge la imagen de Nuestra Señora del Prado, obra del XVIII, titular de la parroquia. Los contenidos iconográficos hechos a pincel hacen referencia a San Lorenzo o San Bartolomé; un santo sin identificar entre coro de ángeles; una composición del Niño Jesús con la Virgen y varios Santos y en el ático la Santísima Trinidad. Acudo al libro de cuentas de la parroquia, que en 1782 el mayordomo abona 7.400 reales a Pedro González de Armenteros, maestro dorador y pintor de la villa de Alburquerque por dorar de nuevo y pintar el retablo mayor y demás obras que en ella hizo. Contaba entonces la Roca con ciento cuarenta vecinos.
Documentos parroquiales de mediados del XVIII, informan que la religiosidad popular la formaban las cofradías del Santísimo Sacramento, Vera Cruz, Ntra. Señora del Prado, Virgen del Rosario, Ánimas Benditas, San Antonio, Mártires y San Juan, patrón de La Roca.
Entre los hijos más destacados de La Roca, figura Alonso García, hijo de Alonso Gil y Catalina Sánchez, que obtuvo licencia para pasar a Indias en 1517. Fray Diego de Cáceres, de la Orden de San Jerónimo, lector de Teología en Salamanca y general de su Religión, hombre docto y virtuoso, -escribe el documentalista y canónigo de Badajoz don Juan Solano de Figueroa-, que publicó varias y lucidas materias escolásticas y expositivas. Vivió en el Monasterio de San Bartolomé de Lupiana (Guadalajara).
Solano de Figueroa destaca a Fray Alonso de Manzanete. Tomó el hábito franciscano en Badajoz en 1526, profesó, fue ordenado sacerdote, confesor, maestro de novicios y guardián. Pero el fraile roqueño aspiraba a una vida más austera, reuniéndose en una casa pobre con otros compañeros de pardo hábito, escogiendo la dehesa de Loriana, para el nuevo cenobio, cerca de su patria, haciéndole ayuda don Juan Velázquez Ávila, señor de aquellas tierras. Así nació el convento de San Isidro de Loriana, en 1551, del que fray Alonso fue guardián, viviendo después en los de Rocamador, Salvatierra y Alconchel, donde halló la hermana muerte en 1569.
El convento de Loriana y La Roca de la Sierra se unen en la proximidad y en la atención espiritual que los franciscanos le prestan. Los libros de cuentas de las cofradías testimonian la presencia en las predicaciones y acción pastoral en la Cofradía de las Ánimas Benditas, Santos Mártires, Ntra. Señora del Rosario y, especialmente la Vera Cruz. Fue esta corporación el desvelo de sus caridades, pues acudían en Semana Santa, en la noche del Jueves Santo a platicar a los hermanos penitentes de la Procesión de la Sangre: “gastos de vinatero para el lavatorio de los disciplinantes, compra de bizcochos para los penitentes después de la procesión y predicación del sermón” a cargo de los frailes de nudosa cuerda en su hábito y mantillo corto. Atemperando, desde el púlpito de la palabra, los desgarros y torpezas de este mundo.
En ese contexto se creó una cofradía con el nombre de San Antonio de Padua. A finales de 1747, se nombraba mayordomo del santo paduano a Juan Sánchez Ximénez, el menor. Era cura párroco don Francisco Núñez Landero y alcalde Miguel Esquivas. El párroco era ayudado por el sacristán Francisco Parra Polo que era ordenante de menores. La población según el Catastro de Ensenada, de 1752, tenía 146 vecinos y había cuatro pobres de solemnidad.
De esa fecha es la imagen que conserva el templo parroquial. Obra del siglo XVIII, hecha en madera policromada. San Antonio sostiene en su mano izquierda al Niño que está sobre el libro de los Evangelios, sujetado por el santo franciscano. En la diestra porta una rama de lilium candidum. El huracán que produjo la desamortización y exclaustración en 1835, acabó con el convento de Loriana. A pesar de la marcha de los hijos de San Francisco de Asís, la devoción a San Antonio de Padua que ellos sembraron, permanece en el templo parroquial, en el retablo que acoge su imagen junto a las del Corazón de Jesús y Ntra. Señora del Perpetuo Socorro.
AGRADECIMIENTO. A Eusebio Leo, hijo de La Roca, fervoroso apasionado de su historia, por facilitarme el acceso al templo parroquial en la advocación de Santa María del Prado y poder sacar testimonio gráfico.
FUENTE: CRONISTA