SAN IGNACIO DE LOYOLA EN ARÉVALO. ( 3) ÍÑIGO, UN JOVEN GUIPUZCOANO QUE LLEGÓ A CASTILLA PARA «HACER BUROCRACIA»
Jun 24 2022

POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).

Vista de Arévalo desde la entrada norte, desde Valladolid. Dibujo de Muirhead Bone, 1928, la primera visión de Íñigo al llegar a la villa en 1506.

Así pudo ser su llegada: «…1506, un día lluvioso de primavera, el hombre enviado a buscar al hijo de los Loyola se presentó en la puerta del palacio real con un mozalbete de quince años…».

Desmitificación de las fuentes históricas, la Autobiografía.

No es este el sitio ni el momento de entrar a fondo en sus datos biográficos, pero sí será conveniente detenernos un poco en los preámbulos de su venida a Castilla para entender mejor las circunstancias que concurrieron en su venida a la corte castellana.

Íñigo nació en la casa-torre de los López de Loyola, en el verde valle del Iraurgui, junto al río Urola, jurisdicción de Azpeitia, entre Azpeitia y Azcoitia, entre montañas y caseríos, en el seno de una noble familia guipuzcoana partidaria y leal a la corona de Castilla. Era el menor de 13 hermanos y allí en el seno familiar transcurriría su infancia.  

La casa-torre del valle de Iraurgui, junto a Azpeitia

Sus padres fueron don Beltrán Yáñez de Oñaz y Loyola de la tan noble como antigua estirpe guipuzcoana fiel a los reyes de Castilla, que participó en numerosas contiendas de reconquista, y su madre Marina Sáenz de Licona y Balda, de la alta nobleza, hija del doctor Martín García de Licona conocido como «Doctor Ondárroa». Marina moriría poco después de nacer su hijo Íñigo, sin que sepamos la fecha concreta, cuando era muy pequeño, y por ello tuvo un ama de cría.

Una fecha de nacimiento controvertida durante algún tiempo, que debió de ser fijada por el testimonio de su ama de cría María Garín, que asegura tiene dos años más de lo que se estimaba, es decir, que nació en 1491. Un documento notarial de 1505 fue decisivo para fijar la fecha de nacimiento de nuestro protagonista. Una fecha hoy asumida por todos los biógrafos, y un detalle significativo porque podría situar su llegada a nuestra ciudad con quince años, lo que supone que su estancia en la villa fue de once años escasos.

María Garín, una afable ama de cría, como decía Íñigo, «la madre que me crió de teta…» a la que profesó gran cariño como pone de manifiesto en los viajes posteriores de Íñigo a su casa de Loyola, en los que María era una visita obligada que le reconfortaba y con la que compartía gratos recuerdos de la infancia. Era la mujer del herrero Errazti del cercano caserío de Eguíbar. Y hablando de herrerías, recuerdo que he visto en los libros del concejo que los arcabuces de las milicias arevalenses, mediado el s. XVI, eran de Balmaseda, no muy lejos de Loyola, donde irá de vez en cuando algún regidor con encargos del concejo. Herrerías vascongadas muy acreditadas en el mundo de la armería. 

Íñigo fue tonsurado de niño 

La infancia de Íñigo trascurrió en la casa-torre, jugando como todos los niños de corta edad, aprendiendo las primeras letras del vascuence, su primera lengua, y también el castellano, correteando por aquellos valles aledaños a la casa-torre, un chaval sensiblemente inquieto. 

Llegado el momento en aquella casa se busca un futuro para Íñigo, como era costumbre entonces en muchas familias nobles y como segundón entre tantos hermanos, será tonsurado por si quisiera hacer carrera eclesiástica, al uso de la época. Como dice el refrán castellano, «Iglesia, o mar o casa real», era el destino de los segundones de la nobleza.

Como dice Pedro de Leturia en el libro Ignacio de Loyola en Castilla, «La primera intención de su padre don Beltrán debió de ser dedicarlo a la carrera eclesiástica, y aún tal vez llegó Íñigo a recibir en Pamplona (entones cabeza de su diócesis), la tonsura. Pero pronto se manifestó su verdadera índole: “Aunque educado con distinción de noble en su casa (dicen los diálogos inéditos de Nadal), no se dio sin embargo a los estudios, sino movido de una suerte de ardor generoso, se entregó, conforme a las tradiciones de la nobleza de España, a merced de la gracia del Rey y de los magnates, y a enseñarle en la gloria militar».

Juan, el hermano mayor y por tanto poseedor del mayorazgo, murió en Nápoles en 1496, por lo que la primogenitura pasó a Martín, que casó con Magdalena de Araoz, la cercana cuñada de Íñigo que le hablaría de la corte castellana, en la que ella estuvo como dama de la Reina Isabel, de esa tierra llana y seca de Castilla tan distinta a su verde Azpeitia, de aquella casa-palacio a la que después él se dirigiría, y también de aquella Reina Isabel de tan gratos recuerdos. Y recordaría su muerte besando el cuadrito de la Anunciación que le regaló la Reina, al despedirse de dama cuando iba a casarse. Iñigo tenía siete años cuando se casa su hermano Martín con Magdalena y parece que acompañó a su hermano a la boda que se celebró en el palacio de Ocaña el año 1498. Sus años de infancia en Loyola, los pasaría junto a los hijos de estos, dos generaciones juntas. Y la misma Magdalena, su cuñada, que hizo también de madre entonces, y en los duros momentos de la convalecencia.

Santuario de Loyola, entre sus edificios casi oculta está la casa-torre natal de San Ignacio, en Azpeitia.

Razones de parentesco y amistad para su venida a Castilla 

Lazos de amistad y de parentesco, fueron el motivo de su venida a la corte, ya que María de Guevara, que era sobrina del Condestable de Castila, madre de María de Velasco la esposa de Juan Velázquez, estaba también emparentada con Marina Sáenz o Sanchez de Licona, la madre de Íñigo, que era hija del Doctor Martín García de Licona, Auditor de la Chancillería de Valladolid y consejero de los Reyes Católicos. Y así fue como los Velázquez de Cuéllar-Velasco, como era habitual en aquella época, pidieron un hijo a Beltrán «…para criarlo en su casa como propio y ponerlo después en la casa real…». Íñigo era el menor de los 13 hermanos. Beltrán de Loyola, padre de Iñigo, accedió al ruego de su pariente Juan Velázquez que ocupaba tan relevante puesto en la Corte de Castilla, era Contador Mayor desde 1495.

Y envió a Iñigo, su hijo menor, para que recibiera formación y obtuviera un puesto en el escalafón de la Casa Real, a hacer burocracia, o lo que es lo mismo con palabras de hoy, a forjar una carrera de alto funcionariado. Como dicen Fernández y García en su libro Ignacio de Loyola en Castilla, «…bien en la línea contable para la que la casa del Contador Mayor era la más idónea escuela al ocuparse de ayudar haciendo de su puño y letra asientos en los grandes libros de Contaduría que se conservan en el Archivo de Simancas; o bien como Secretario Real, como otros tantos vascos, en virtud de su formación cultural, del conocimiento de la urdimbre administrativa y, en particular de su elegante escritura en modernos rasgos renacentistas que fijaban la claridad, orden y transparencia de su pensamiento». Íñigo encontró en Juan Velázquez su segundo padre, además de ser su excepcional mentor.

Los historiadores no han podido fijar la fecha de su llegada, pero se estima que debió de ser en la primavera de 1506 cuando un palafrenero enviado por Juan Velázquez a buscar al joven de Loyola se hizo cargo de él y emprendieron el viaje hacia Castilla. 

Como dice Urrutia el autor de la novela «Ignacio, los años de la espada», en una entrevista que yo mismo le hice y publicó este Diario con motivo de la presentación del libro el año 2006: «…hace ahora quinientos años que llegó a nuestra ciudad un joven guipuzcoano, −describiendo y recreando la llegada a esta casa castellana de Íñigo− …un día lluvioso de primavera, el hombre enviado a buscar al hijo de los Loyola se presentó en la puerta del palacio real con un mozalbete de quince años, ojos vivos, labios prietos, mirada desconfiada y abundantes cabellos dorados…». 

Así pudieron iniciarse los once años arevalenses de aquel joven guipuzcoano, una visión idealizada desde luego, pero que no debió de ser muy diferente. Un miembro de una familia de la nobleza vasca que llegó a la corte y vivió en la mejor casa de Castilla, la del Contador Mayor de los Reyes Católicos.

Durante sus años de Arévalo constan al menos tres visitas a Azpeitia, la primera en 1507 por la muerte de su padre, que parece que falleció al poco de hacer testamento, el 23 de octubre de 1507, poco después también de la llegada de Íñigo a Arévalo. 

Así se inician aquellos once años que el joven guipuzcoano pasó en la corte castellana, en el palacio de Arévalo, en la mejor casa de castilla, la del Contador Mayor de los Reyes Católicos Juan Velázquez de Cuéllar, que eran las propias «Casas Reales» de la antigua Villa de Arévalo, entre la formación cortesana y caballeresca, para hacer burocracia y unos ideales guerreros, como la mayoría de los nobles de su época. 

«Desmitificación» en la investigación de las fuentes históricas

Pero, tengamos en cuenta que las noticias de la época arevalense de Iñigo de Loyola, teníamos escasas fuentes documentales y bibliográficas, y aún otras dejan sospechosamente a un lado aquella época «tan licenciosa» que entonces se consideraba poco ilustrativa para la biografía del gran santo. _Y ofuscados en ese afán puritano, olvidaron una época muy importante en la formación humana de nuestro personaje, una privilegiada formación que indudablemente dejó en él una profunda huella. 

Por un lado, demasiadas biografías y demasiados historiadores pasan como de puntillas por esos 11 años de juventud que pasó en nuestra ciudad, y no tienen en cuenta que fueron decisivos en la formación de ese joven, ciudadano arevalense de los 15 a los 26 años, época de la vida en que se consolida la formación de la persona.

De esta forma lacónica, fría, distante y escueta resumen algunos historiadores y biógrafos esta época: «Hasta los 26 años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra».

Como dice el P. Iparraguirre, experto en la documentación sobre el santo, que ha utilizado la palabra «desmitificación» para describir el resultado del último siglo de investigación sólida sobre San Ignacio, época en que han aflorado gran cantidad de datos. 

La calidad del entorno arevalense en que desarrolló sus actividades, nos proporciona abundantes noticias indirectas de la casa y del ambiente que vivió Íñigo en la Corte de Castilla.

Para este trabajo he manejado principalmente las obras: Ignacio de Loyola en Castilla, de Leturia, Iturrioz, García Mateo y Fernández Martín. San Ignacio de Loyola, nueva biografía, de García-Villoslada. E Ignacio de Loyola, solo y a pie, de Tellechea Idígoras. Y algunos artículos, como Levantamiento de la villa de Arévalo, de Gómez Rodríguez, Alonso de Montalvo, amigo íntimo de Íñigo, de Fernández Martín, Los Velázquez de Cuéllar, de Diago Hernando, Ignacio de Loyola en Arévalo de Gómez Caso, o el Padre Fita, entre otros. En todas ellas se encuentran además incluidos muchos datos de los autores clásicos.

Entre las obras clásicas destacan la Monumenta Histórica Societatis Iesu, con más de cien tomos, de los que 24 volúmenes están especialmente dedicados a la figura de San Ignacio. Entre ellos, está la clásica Vida, de Ribadeneira, y uno de ellos más reciente, con nuevas fuentes históricas sobre su familia, su tierra, juventud y primeros compañeros, éste publicado por Dalmases.

La autobiografía

Pero destaca sobremanera la llamada Autobiografía, el relato que el mismo San Ignacio dictó a su confidente Gonsalves Cámara en 1553, cuando ya estaba enfermo en Roma, Una obra fundamental en la vida del santo que, incomprensiblemente no fue publicada hasta 1904. Cámara era un jesuita de la segunda generación, oriundo de Madeira que ingresó en la Compañía en 1545.

Como dirá Tellechea: «Increíble, por no decir sospechosamente, no se conservan los papeles originales de Cámara, aunque sí muchas copias y la versión latina muy temprana del texto destinado a manos de la ya internacional Compañía. ¿Cómo explicar la desaparición de semejante reliquia, tan codiciada y tan laboriosamente alcanzada?» 

En el texto actual se liquidan en dos líneas las «travesuras de mancebo», tan clara, distinta y circunstancialmente contadas por el propio San Ignacio. Nos consta que las refirió. ¿Las puso por escrito Cámara? ¿Fue respetuoso con la sinceridad del hombre o le venció el respeto al santo? «Me llamó y me empezó a decir toda su vida y las travesuras de mancebo, clara y distintamente con todas sus circunstancias… He trabajado de ninguna palabra poner sino lo que he oído al Padre…», dirá el jesuita portugués. 

En cualquier caso, es lamentablemente sobrio en el inicio del relato que actualmente poseemos cuya primera copia es la llamada Nadal… con ello perdemos contacto con el hombre Ignacio, más proclive a contar sus flaquezas que sus carismas. 

La joya máxima es, sin embargo, la justamente llamada «Autobiografía», ya que, como certeramente diría Ribadeneira, «se escribió casi por boca de nuestro Padre». Se percibe en ella el eco vivo y directo de Loyola en su prosa y en muchas palabras que podríamos considerar como «ipsissima verba», o lo que es igual, «las mismísimas palabras». En paz consigo mismo y con un pasado asumido plenamente con sus sombras y luces, es una especie de testamento ignaciano, porque ella es la piedra angular de toda aproximación al santo de Loyola, y ya desde el principio será utilizada y saqueada por Ribadeneira, Maffei y otros. «La obra de Ribadeneira fue examinada escrupulosamente por los Padres supervivientes que habían tratado íntimamente a Ignacio. Al fin fue autorizada y editada en Nápoles en 1572. En 1583 apareció en Madrid una edición en castellano, amplia y mejorada».

Otros historiadores afirman que en la Autobiografía que dictó en su lecho de muerte al Padre Cámara, San Ignacio relataba episodios de su época de joven, su época de Arévalo, como ejemplos de vida edificantes. Eran casos de conciencia, ejemplos vividos en primera persona que utilizaba para animar a los jóvenes jesuitas en su formación espiritual. Pero el tiempo y el puritanismo se encargaron de «olvidar» esa época haciendo desaparecer ese capítulo tan interesante de un tiempo de su vida, el de su formación como hombre, dejando así un gran vacío en su biografía.

FUENTE: PUBLICADO EN EL DIARIO DE ÁVILA, lunes día 20 de junio 2022

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