EL CRONISTA OFICIAL ANTONIO LINAGE RECOGE CÓMO LA VILLA DE SEPÚLVEDA, EN 1599, ASIGNÓ AL MÉDICO, DOCTOR MENDOZA, CINCO MIL REALES DE SUELDO
Andaban un poco despistados los habitantes de Riaza en diciembre de 1457. Despistados y asolados. Una epidemia había devastado la población de la villa. Juan Antonio Cerezo estima que murió el 42% de la población, una cifra significativa. No era la primera epidemia ni sería la última. Jorge Ferrer-Vidal cita una previa de 1.347 y otras después en 1.484 y 1.510. El caso fue que los vecinos de Riaza creyeron que la peste era producto de sus pecados y desvaríos. Y quisieron encomendarse a un santo para exorcizar futuros brotes. El concejo, sabiendo el cariño de Jesucristo hacia sus apóstoles, acordó que fuera uno de ellos el encargado de aplacar la cólera divina. Pero, ¿cuál? El método fue sencillo. Se puede consultar en la “Colección diplomática de Riaza (1258-1457)”, que recopiló en 1959 Antonio Ubieto. Los regidores aprobaron “fazer doze candelas de cera a su reuerençia dellos, eguales e de vn peso e de vn pauilo e de vna largura, e fuesen encendidas vna ora e media antes del dia e en cada vna de ellas puesto el nombre de cada vno de los dichos Apostolos (…) E aquella que quedare a la postre por acabar, que aquel quede por nuestro abogado e rogador a Nuestro Sennor Dios por nosotros”.
La vela que más duró fue la de San Andrés. Por lo que el concejo prometió procesión y misa solemne para el 30 de noviembre así como otras dádivas al Santo y a los pobres a él acogidos, y establecer fiesta solemne para esa fecha.
Pero del favor del Santo poco se supo en épocas posteriores. Porque se repitieron otros episodios de peste. En realidad la peste estuvo merodeando la geografía europea desde mediados el siglo XIV hasta entrado el siglo XVIII, concretamente hasta 1.720. Y en esto vino el siguiente brote terrible, el de 1.599, que tanto afectó a la provincia de Segovia, diezmando otra vez su población esta vez con carácter generalizado. Diego de Colmenares, en su “Historia de la insigne Ciudad de Segovia y compendio de las historias de Castilla” (utilizo la edición impresa por don Eduardo Baeza en 1.846) lo narra así: “Desde el 1.596 estaban los pueblos de Vizcaya y algunos de Castilla inficcionados de un mal activo, maligno y contagioso. El 26 de febrero de 1599 enfermó en nuestra ciudad el primero de esta dolencia con una seca y tumor en la garganta y murió el lunes siguiente. Continuaron algunos enfermos y el pueblo se llenó de temor (…) La muerte se enseñoreó de la ciudad. El ímpetu de la epidemia parecía incontenible. Todo era lástima y horror, enfermos y difuntos, llenándose los templos y cementerios de cadáveres”.
No es muy ducho Colmenares a la hora de describir los síntomas de la peste bubónica o peste negra, que producía unas tumoraciones o bubones en las axilas y en las ingles (no en las piernas, como la iconografía de San Roque por pudor muestra) y una neumonía con cianosis u oscurecimiento de la piel, que es lo que quizá llevara a pensar al cronista que la dificultad de oxigenación se debía a un tumor en la garganta.
La provincia también sufrió los estragos de 1599. Sepúlveda, bien cercada, cerró sus puertas dejando solo una abierta y con vigilancia. Aún así alguna fuente habla del 13% de su población fallecida por la epidemia. El cronista oficial Antonio Linage recoge cómo la Villa en esa fecha asignó al médico, doctor Mendoza, cinco mil reales de sueldo, casa gratuita y otras gabelas, pecunio que la Tierra consideró excesivo para los haberes de la Comunidad. Pero había que luchar contra la peste. La ciudad de Segovia ideó otro remedio. Lo relata Colmenares. “La ciudad, angustiada y despavorida, apela desesperadamente al cielo por intercesión de San Roque (…) El domingo 8 de agosto de aquel año trágico de 1.599 se acuerda e instituye el Voto de la Ciudad en honor del Santo que en la catedral confirmó el obispo”. Que en aquel tiempo era don Andrés Pacheco. El caso es que “a mediados de aquel mismo agosto mejora espectacularmente la situación y a primeros de septiembre la epidemia ha quedado vencida”.
Aparece por lo tanto San Roque como abogado contra la peste en nuestra tierra. Y con más éxito que San Andrés, según Colmenares. Desde entonces, Segovia, la ciudad de Segovia, renueva cada año el voto a San Roque. Además se funda una Mayordomía en esa fecha y se levanta una ermita en el llamado “Campo de San Roque”. En 1.679 la ermita estaba en ruinas y la talla de San Roque (posiblemente del siglo XVII, con distintos añadidos) termina en la Iglesia de San Millán, adonde acude cada año la representación municipal.
Santos antipestíferos han existido muchos a lo largo de la historia. Ya se ha citado a San Andrés, al que acudieron los riazanos. También cumplían semejante cometido San Sebastián y San Antonio abad. Se da las circunstancia que los de Riaza, desconfiados de advocaciones pasadas que no resultaron, levantaron con ocasión de la peste de 1.599 la ermita de San Roque que en la actualidad pervive en el Rasero e introdujeron dentro de ella un retablo con el Santo pero también con San Antonio abad pintado en su ático, y al lado, en otro altar, colocaron a San Sebastián. Quizá sin saberlo reproducen el tríptico que aparece en el transepto meridional de la iglesia abacial de Saint-Riquier, de finales del siglo XV. Lo que es seguro es que quisieron hacer pleno, por si alguno les fallaba. Y los de Villacorta, a pocas leguas de Riaza, tienen en un magnífico retablo-altar clasicista de la parroquial a San Roque y a San Sebastián, además de levantar en las afueras una ermita dedicada al Santo.
El porqué de la advocación
¿Por qué acudió la Ciudad de Segovia, y siguieron su ejemplo otros pueblos, a San Roque como abogado contra la peste? En realidad, San Roque es uno de los santos más venerados en el mundo católico, y posee una difusión extraordinaria en Europa desde mediados del siglo XV como abogado contra la peste y el cólera que tanto se extendió en la Baja Edad Media. Roque, un joven nacido en Montpellier (entonces Reino de Mallorca y por lo tanto entroncado con la Corona de Aragón), viaja como peregrino a Roma en donde ayuda al cuidado de enfermos de peste. Cuando regresa a su ciudad colabora en la sanación de los enfermos de Piacenza (Italia). Pero él mismo contrae la enfermedad y fallece la noche del 16 de agosto en un año no determinado, entre 1.373 y 1.379. Pronto adquiere fama de sanador, y surgen las leyendas. Se cuenta que sabedor de su enfermedad y para no contagiar se refugia en un bosque y solo recibe la ayuda de un perro que todos los días le trae una hogaza de pan y le reconforta lamiéndole las heridas. Hasta que al final un ángel se apiadó de él y según unas versiones lo curó y según otras se lo llevó al cielo. Todos estos ingredientes van a conformar la iconografía del Santo hoy presente en los pueblos y en la ciudad de Segovia: la capa, el sombrero, el bordón, la venera, las llagas en la pierna, el perro y, en ocasiones, el ángel.
Con anterioridad a Segovia, algunas ciudades de España ya se habían acogido a la advocación de San Roque con motivo de procesos de epidemia. Por ejemplo Valencia, parte de la Corona de Aragón, en donde con motivo de la peste de 1.489 se constituye un año después la cofradía de Nuestra Señora del Carmen, San Sebastián y San Roque por los carmelitas calzados en el Convento del Carmen. No hacen los carmelitas valencianos sino seguir la referencia de su convento madre de París, que se sujetó a la protección del Santo taumaturgo.
Antecesor directo de Segovia fue Santiago de Compostela, que en 1.518 se encomendó al Santo para librarse de una epidemia de peste. Desde entonces es su patrón –curiosa la circunstancia de San Roque, con atributos de peregrino jacobeo, siendo patrón de la ciudad en donde yace el Santo por excelencia de los peregrinos- y el Ayuntamiento en pleno preside el 16 de agosto la misa solemne y la procesión.
Pero hubo un hecho de mayor relevancia en la época y que pudo influir a los regidores segovianos a la hora de inclinarse por su advocación: la canonización del Santo en 1.584, lo que supuso una publicidad grande sobre sus virtudes en todo el orbe cristiano. No obstante, San Roque ha sido uno de esos santos elevado a los altares antes por el pueblo que por el Papa, que tardó en reconocer como se ha visto sus virtudes. Y un ejemplo es que, en 1.479, cuando se publica el que posiblemente sea el primer texto sobre su figura, se titula precisamente “La Vita Sanct Rochi”, atribuyéndole el que fue su primer milagro al detener la peste durante el Concilio de Constanza en 1.414. Todavía faltaba más de un siglo para su canonización.
Olvidos y celebraciones
Es a partir de 1.599 cuando se generaliza la devoción por San Roque por toda la provincia de Segovia. Y es durante el siglo XVII cuando se levanta la mayor parte de las construcciones y se tallan sus imágenes. Entre los pueblos que cuentan con ermita o celebran la festividad del Santo se encuentran la citada Riaza, Villacorta, Alquité, Becerril, Santibáñez de Ayllón, Estebanvela, Prádena, Casla, Arcones, Mazoncillo, Otero de Herreros, Bernardos, Yanguas de Eresma, Villoslada o Balisa. Sepúlveda, antes citada, no posee ni ermita ni celebra fiestas por el santo, pero guarda en su Museo de los Fueros una de las tallas más hermosas que hayamos podido contemplar, a medio camino entre el naturalismo y el manierismo castellano. Procede de la iglesia de San Bartolomé.
En algunos pueblos, como Bernardos, la ermita sigue en pie, y restaurada, aunque haya sido desacralizada y solo tenga uso civil. El Santo reside en la parroquia y ya se ha olvidado la tradición de la procesión de la ermita a la iglesia el 16 de agosto y la vuelta el domingo siguiente a San Agustín. El olvido campa aún más en otros pueblos. Encontrar la ermita de San Roque en Armuña es harto difícil. Quien esto escribe tuvo que recibir el auxilio de Jesús Álvaro para encontrarla. Y es porque la ermita ha cambiado de denominación. En 1948, el entonces párroco del pueblo, don Tirso Rodao, la rebautizó con el nombre de Santo Cristo de la Buena Muerte, olvidando y haciendo olvidar el motivo de su advocación primera. La talla del Santo también está hoy en la iglesia de San Bartolomé.
En otros pueblos, en cambio, quizá se haya producido el camino contrario y preceda la iglesia a la advocación. La ermita de San Roque de Yanguas de Eresma es una construcción popular. Su portada es protegida por un pórtico de época posterior, pero su tipología, con un precioso arco de entrada conformado por ladrillos, y otros elementos constructivos recuerdan a estilos con sabor mudéjar y anteriores al clasicismo de portadas con gruesos sillares bien labrados como la de Arcones, erigida esta sin duda con motivo de la peste de 1.599. El día 14 de agosto ya estaba preparado el Santo en sus andas para realizar la procesión en su día grande por las calles de Yanguas.
Y lo mismo ocurre en Estebanvela o Santibáñez, solo que ellos no tienen ermita con esa advocación. Pero ambos pueblos sacan en procesión al Santo, le cantan jotas castellanas y practican el remate: subastas de tortas, bizcochos y hasta de las andas.
Los de Villacorta, más amantes a lo que se ve del jolgorio, enlazaban las festividades de la Asunción con las de San Roque. Y aprovechaban la una y la otra para festejar. En la noche, con las mozas recogidas, los mozos enramaban las casas de las pretendidas, a las que más tarde, y antes del desayuno, rondaban con la presencia de un dulzainero, por aquello de animar el acto. La aludida correspondía con un plato de pastas y un trago de vino a los rondadores. Lo recuerda hoy con nostalgia Lupe, de 85 años, mientras su hijo se afana en repicar las campanas para saludar la venida del Santo a la iglesia de Santa Catalina de Alejandría, tres días antes de su fiesta. Entonces se le cantarán los Gozos, que es una manera de rondarle pero con pretensiones menos mundanas:
“Pues médico eres Divino
con prodigiosas señales,
líbranos de pestes y de males
Roque Santo y peregrino”.
Y el Santo, sobre la peana y las andas, enseña las dos piernas, las dos –una excepción en la iconografía habitual- con el bubón pestilente en la derecha –otros, como el de Prádena enseña la pierna izquierda, y además se acompaña de un ángel- y vestido que va todo puesto con los atributos de peregrino: túnica, capa, esclavina, bordón, sombrero, calabaza y venera. Y a su lado, el perro, Melazno, Gozque, Rozque o Guinefort, que de todas estas maneras se ha denominado al chucho, que le ofrece la hogaza de pan. El perro de San Roque. El objeto del ripio conocido y repetido por muchos de quienes ahora peinan canas, aunque sean esos mismos quienes posiblemente hayan olvidado el origen de una advocación popular e histórica en Segovia como pocas.
Fuente:: http://www.eladelantado.com/ – Ángel González Pieras