POR LUIS MIGUEL MONTES ARBOLEYA, CRONISTA OFICIAL DE BIMENES (ASTURIAS)
Rozaes, Tabayes, San Julián, Campa San Xuan, Viñái, Piñera, Canteli… Ya solo nos queda Tabayes: único lugar de Bimenes donde se sigue plantando el árbol el día de San Xuan.
Tabayes y San Xuan siempre fueron de la mano a lo largo de los siglos. Nos recuerda Salvador Gutiérrez Ordóñez —yerbato ilustre nacido en Tabayes, catedrático y miembro de la Real Academia Española— que la base léxica TABA se asocia a lugares sagrados, donde el gentilicio «Tabaliis» («donde los tabayos») podría dar lugar a Tabayes. Además, guarda relación con el IOVI TABALIENO, inscripción aparecida en Grases (Villaviciosa) dedicada al dios (Júpiter) Tabalieno. Quizás un antiguo rito pagano que celebraba el solsticio de verano y que el cristianismo convirtió en la actual festividad de San Xuan.
En el siglo XIV, en la antigua «villa de Taballes» —centro administrativo y lugar de residencia del cillero—tuvo lugar una reunión transcendental que cambió para siempre la relación entre los vasallos y el titular del dominio. Se eliminaron unos tributos, los llamados «malos fueros»: boda, nuncio y mañería por una cantidad fija de dinero anual; en principio, más favorables a los vecinos, según la investigación de J. Ignacio Ruiz de la Peña. Por otra parte, todos los años, el 24 de junio era el día acostumbrado en que tenía lugar la junta para elegir a los cargos concejiles (juez ordinario, alcalde mayor, alcalde de la Santa Hermandad…) del antiguo coto de Tabayes, entre los moradores del mismo. Ante el señor del coto y los curas de las parroquias vecinas, a los elegidos, tras el juramento, se les entregaba una vara como señal de autoridad. Su mandato terminaba el día de San Xuan del año siguiente.
Antes la fiesta se celebraba el día 23, ahora es el sábado más cercano. Siguiendo una costumbre ancestral, mientras las mujeres enraman las fuentes, mozos y paisanos, por la tarde o al oscurecer, salen en busca del árbol —siempre un «omeru robáu»— a la Mata Cureves, a La Moreuca o a El Puntarrón, principalmente. Queda izado delante de una capilla que está bajo la advocación de San Juan, en medio del pueblo; nos dice Mael que antes había árboles de veintiséis metros, pero que ahora son de dieciocho o veinte, y van plantados «mirando» para la escuela. La celebración continúa hasta que llegan las doce de la noche, entonces se prende la foguera, se queman viejos enseres y tuques de maíz, se salta por encima de ella hasta que comienzan las travesuras, un auténtico caos: se cambiaban las vacas de cuadra y los balagares de sitio, se cerraban los caminos con carros, etc. También ese día había tiempo para cumplir con otra tradición: la Muyerona. Especie de espantapájaros hecho de trapos y ropas viejas que se plantaba en las tierras que no tenían el maíz sallao para esta fecha. Se consideraba un deshonor para la casa ver tal esperpento en sus dominios.
Los vecinos se sienten orgullosos de su historia, un pueblo que resiste a la piqueta del progreso, un pueblo que conserva su tipismo y ese pasado señorial que se refleja en las casas —algunas varias veces centenarias— y en su magnífica colección de arte popular asturiano depositado en sus hórreos y paneras que, sin duda, merecerían formar parte de una ruta cultural —destacan las colondras talladas de rosetas hexapétalas y tetrasqueles—. Pese al despoblamiento rural, la llama de la tradición sigue viva gracias al empeño de personas como Mael García, cabeza visible e hilo conductor, que además cuenta con un parque a su nombre, bien secundado por Patricia Escobar, Isabel García y todo el vecindario a través de la Asociación de Vecinos de Tabayes.