POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
Luego de vivir siete años en Peralvillo, la venta de las tierras de Providencia a su hermano Jesús, permitieron al médico novelista cambiar el horizonte familiar con rumbo a la colonia en la que radicaba una gran cantidad de familias laguenses que había emigrado a la Ciudad de México: Santa María La Ribera.
El traslado inicial fue a la calle de Naranjo, en donde la frase memorable del abuelo que los tíos recordaban era: “Volvemos a ser gente”. De la casa colgaba un anuncio que presentaba a Mariano Azuela: “Médico Cirujano” y Carmen Azuela “Clases de piano”.
Al año siguiente, don Mariano compró y adaptó la casa ubicada en la calle Álamo 242, para llegar a residir ahí en familia con su compañera de vida Carmen; ahí morirían él en 1952 y ella en 1971. Al llevarles a conocer la casa elegida, las mujeres: Carmen de 20, Julia de 18, Paulina de 15, María de la Luz de 14 y Esperanza de 10, vieron en una esquina una pulquería y a la cuadra siguiente una cantina, exclamando: “Ay papá… está muy fea la calle”; su contundente respuesta fue: “Les compré casa, no calle”. Muy lejos estaba don Mariano de imaginarse que esa calle, 28 años después, se convertiría en la calle “Mariano Azuela”.
El primer noviazgo serio de la casa sería el de Julia con Manuel; contaban que alguna noche que el tío Manuel le llevaba chocolates por algo discutieron y ella los aventó enojada; en plena oscuridad, a la medianoche, gateando se dieron un tope en búsqueda de aquellos chocolates, acabando dicho pleito en carcajada, en medio de un abrazo que duró toda una vida. De ahí saldría ella casada -en ceremonia secreta por la prohibición de celebraciones religiosas- con Manuel Toral Moreno, primo carnal de José de León Toral, quien asesinaría tiempo después al presidente electo Álvaro Obregón, en medio del conflicto cristero. Como la pistola con la que se llevó a efecto el crimen tenía las iniciales MT -Manuel Trejo se la había prestado-, las pesquisas policiacas llevaron a detener a mi tío Manuel quien fue incluso torturado tratando de sacarle la verdad de lo que nada sabía.
En la antigua Santa María de los Lagos, otrora región cuajada de ojuelos de agua, habían nacido Mariano y Carmen; en Santa María, antigua colonia limitada por la Ribera de san Cosme y san Damián, retomarían la vida cuasi provinciana con las sorpresas que la vida les auguraba. Como un par de novios, en la placidez del deber cumplido, dieron geniales entrevistas al llegar la fama al abuelo novelista.
Según el dicho de los tíos, inicialmente la construcción del fondo sería para los hombres y la del frente para las mujeres, en cuyos balcones se trenzaron inicialmente los noviazgos de Julita y Manuel, Paulina y Mario; de mis padres, María de la Luz y Antonio, quienes respetuosos de la costumbre se retiraban del balcón al ver acercarse la silueta de don Mariano que también se hacía el desentendido; viendo esa situación Enrique, el menor de los hermanos, siempre calamitoso, alguna vez se abalanzó sobre mi papá tomándolo por los tobillos mientras gritaba al padre que se acercaba: “¡Aquí se lo tengo, aquí se lo tengo..!”
Con el tiempo el abuelo hizo espacio para su trabajo intelectual; su biblioteca concentraba la verticalidad y el genio con el que siguió leyendo y escribiendo toda su vida, haciendo gala de una materia gris que le ha sido reconocida hasta la fecha; ya fallecido él, los recuerdos de mis visitas a esa casa se engarzan a la periquera del cuarto de costura en la época de mis juegos infantiles en los que siempre hice dupla con mi primo Pepe Arribas, sintiendo siempre la calidez del apapacho materno del clan, contando con el apéndice del cuarto del tío Enrique, que en eterna soltería, cuidaba como perro guardián el acceso a la recámara de la abuela, Tanita, espacio sagrado al que solamente penetré un par de ocasiones ya próxima a su muerte, sintiendo por primera vez el alejamiento propio de quien se encuentra, aunque en vida, ya lejano de este mundo; lugar en el que veía y preguntaba por la mujer vestida de blanco que se encontraba en una esquina.
Luego de la muerte del abuelo, se dio el cambio de nombre de la calle de Álamo al de Mariano Azuela como he dicho; algún tiempo había pasado cuando mi tío, Mariano Azuela también, tomó un taxi para ir a visitar a la abuela, queriendo poner a prueba al conductor le pidió lo llevara a esa calle, la de “Mariano Azuela”. El conductor intrigado le preguntó: -¿En dónde queda eso patrón? -Es en Santa María, la antigua calle de Álamo. -Ah, disculpe, no sabía que ya se llamaba así; es que ahora a las calles les ponen el nombre de cualquier pendejo, ¿verdad? -No supe si enojarme por el insulto al nombre de mi padre o al mío propio, comentaba divertido mi tío Mariano, dueño de un ingenio y una ironía nunca superados en la familia, pero, esa es otra historia.