POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Durante la década 1930-1940, con las circunstancias tan convulsas en que vivió España, Ulea no fue una excepción y, como el resto de los españoles, su alimentación fue precaria; insuficiente a todas luces.
Según el comentarista uleano D. Francisco Tomás Valiente, durante la Contienda Civil Española, en la villa de Ulea se mitigó la hambruna gracias a los productos de la huerta, los animales de corral, los huevos de sus gallinas y, sobre todo, de las “sardinas de bota”.
Los alcaldes de Ulea, D. Francisco Moreno Sánchez (25-7-1936 al 19-10-1937) y D. José Abenza López (19-10-1937 al 18-4-1939), se aliaron con el Cura Párroco- Cura Ecónomo de Ulea, D. Jesús García y García (5-9-1935 al 26-4-1939), para conseguir paliar el déficit alimentario de los uleanos sin tener en cuenta el color político de sus habitantes. Todos eran uleanos, por encima de su ideología ¡Bonito esloga!¡“Todos eran uleanos”.
Para llevar el control administrativo se les unió D. Damián Abellán Herrera, quien les dotó de un documento sellado por el Ayuntamiento y la Parroquia que les otorgaba el derecho a percibir “una ración de sardinas de bota” de las tiendas de ultramarinos de Blas Carrillo Benavente, Hilario López y Crisantos Yepes. Dicha ración consistía en dos sardinas de bota, prensadas en cajas redondas de madera, diarias, por cada miembro de la familia. Había un dicho popular uleano que decía: “con un par de sardinas de bota, y un huevo frito, no se moría nadie”. Claro, para freírlas, se necesitaba aceite y, éste, escaseaba; por lo que se utilizaba el “pringue de cerdo o la manteca”. Sí, ese era el alimento cotidiano de la mayoría de los uleanos, al que acompañaban un trozo de torta de maíz o un pedazo de pan de cebada o centeno. Muy pocos tenían acceso al trigo.
Ulea, al ser eminentemente agrícola y ganadero, disfrutaba de los productos derivados de sus cosechas y de sus ganados, situación de la que carecían los capitalinos.
En las tiendas de comestibles, las sardinas eran servidas envueltas en papel de estraza y, cuando se iba a comer cruda, se prensaba entre la hoja del marco de la puerta por el lugar de las bisagras, para que la piel y las escamas quedaran desprendidas y la grasa se distribuyera por toda la parte carnosa de la sardina. A la vez, la raspa quedaba desprendida. Todos los uleanos eran maestros a la hora de realizar esta operación culinaria y, por eso, al prensarla, no cerraban del todo, la puerta y, además, le daban un solo apretón con el fin de no aplastarlas y que quedaran inservibles.
Cuando se vislumbraba que el final de la contienda estaba cerca, el cura, el alcalde y Damián, hicieron balance de los casi tres años de incertidumbre y, el trío de personas que se habían comprometido en tan ardua empresa, quedaron satisfechos de la labor realizada. El destino de ellos fue dispar, porque, desgraciadamente, hubo vencedores y vencidos. Sin embargo, mantuvieron la comunicación y, llegaron a la conclusión de que, su dedicación altruista y humanitaria, había merecido la pena.
Las “sardinas de bota” siguieron siendo parte importante de la alimentación de los uleanos en la década de 1940, pues las secuelas de la conflagración condiciono la economía del pueblo y se carecía de alimentos de primera necesidad. Es más, las tablas de madera del cajón circular, a pesar del fuerte olor que despedían, eran utilizados para hacer muebles caseros y, según contaba Paco Tomás, el de Gregorio, en casos extremos servían para confeccionar ataúdes.