POR FRANCISCO PUCH JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDESIMONTE (SEGOVIA)
Hacía algún tiempo que no tenía la dicha de pasar unos días en mi entrañable Segovia, ese edén de la geografía española situado a los pies de nuestra querida serranía de Guadarrama de la que quieren apropiarse los madrileños, a los que se puede disculpar ese afán, pues no en vano la tierra de Madrid fue segoviana durante más de seiscientos años, y donde hoy habitamos más segovianos que en la propia Segovia, por lo que consideramos que Madrid sigue siendo Tierra segoviana, mal que les pese a algunos.
Pues aprovechando esas inolvidables ferias y fiestas de Segovia de San Juan y San Pedro, que durante tantos años he vivido en mi niñez y juventud y presintiendo ya que, por mi edad, me voy acercando a la pavesa del silencio, he querido revivir aquellos felices momentos en las fiestas de este año 2019.
Son las 9 de la mañana, me acerco al puesto de periódicos y adquiero El Adelantado para después buscar la sombra en un banco de la Plaza.
El calor ya es casi insoportable a tan temprana hora; empieza el desfile multicolor; por la calle Real suben alegres las notas de la dulzaina acompañando a la comparsa de gigantes y cabezudos, los mismos que cuando yo tenía diez años.
En el templete de la Plaza, dónde antaño se celebraban los domingos conciertos a cargo de la Banda de la Academia de Artillería, un grupo juvenil segoviano de teatro hace una representación de la proclamación de Isabel la Católica como Reina de Castilla, en el antiguo atrio de la Iglesia de San Miguel
Mientras hojeo y ojeo el periódico, van apareciendo grupos de japoneses siguiendo a unos guías que enarbolan banderitas de diferentes colores, para que cada uno siga a su grupo y no se confundan entre ellos, porque como son todos iguales. Todos llevan colgada la máquina fotográfica y retratan hasta lo más inverosímil, hasta a un hombre sentado a la sombra en un banco de la Plaza leyendo el periódico.
Unos van desapareciendo por la calle de San Frutos a visitar la judería vieja y las canonjías: otros bajan por Escuderos a visitar la esbelta torre de San Esteban, con su gallo arriba a modo de veleta. Otros se van por la plazuela del Potro hacia La Trinidad o San Quirce; otros calle Real abajo para entrar en la antigua sinagoga de El Corpus y comprar unos bollitos a las monjas, siguiendo luego calle abajo, para ver la Iglesia de San Martin y la estatua de Juan Bravo en la Plaza de Medina del Campo y seguir hasta La Canaleja y contemplar en lontananza la majestuosidad de La Mujer Muerta y la incomparable belleza de la Iglesia de San Millán, para terminar su recorrido en El Azoguejo y quedarse extasiados ante la majestuosidad del Acueducto, nuestro Acueducto, emblema y sueño que cada segoviano llevamos dentro. Visitar Segovia y no contemplar el Acueducto, es como no haber venido. ¿Saben cuántos pueblos arrebatados a Segovia y que hoy forman parte de la Comunidad de Madrid, llevan en su Escudo El Acueducto de Segovia? Ya lo contaré otro día, pues queda mucho por hablar y contar de nuestra Segovia entrañable.