POR ANTONIO SÁNCHEZ MOLLEDO, CRONISTA OFICIAL DE MALANQUILLA (ZARAGOZA)
No seré yo, tras 25 años organizándolas, quien se manifieste en contra de las procesiones, sin embargo sí acumulo razones para opinar que cuando lo accesorio se convierte en fundamental algo está fallando.
Que la Iglesia está perdiendo fuelle año tras año es tan evidente que no necesita comprobación empírica. Casos que alarman a la sociedad, mensajes que lejos de captar adeptos alejan a los que quedan, conductas reprochables tapadas de manera indecorosa… son algunos de los males que existen y no se tratan de aliviar desde la Curia.
Como consecuencia, un desapego cada vez más evidente de la sociedad que se pone de manifiesto, a mi juicio, de manera alarmante durante estas celebraciones anuales de Semana Santa.
Siempre he sostenido que las procesiones, como expresión popular del culto a unas imágenes que representan la pasión y muerte del Redentor son y deben ser manifestaciones que evocan los acontecimientos acaecidos hace dos mil años que nosotros rememoramos desde la piedad, la reflexión y la fe. Fuera de esto lo demás resulta accesorio y ocurre hoy que lo accesorio se convierte en lo fundamental.
Resulta indecoroso que en una procesión lo más relevante sea si a una virgen la mueven los costaleros de esta o de la otra manera, al son de la música. Parece de chiste que las masas enfervorizadas estallen en aplausos y vítores cada vez que alzan al cielo la imagen o salen casi de rodillas de un templo cargando sobre sus hombros los pesados tronos que las portan.
Evidentemente son detalles que emocionan ante la capacidad del ser humano, que llega al sufrimiento, pero no es la razón de ser de las procesiones.
Puede ser vistoso incluso necesario para mover las conciencias pero tiene que haber algo más, de lo contrario estamos convirtiendo estas celebraciones en algo banal y sin sentido.
Ayer, Domingo de Ramos, estuve en tres procesiones de Madrid. En las tres había multitud de personas, móviles en mano y ningún sentimiento religioso, me atrevería a decir que incluso entre los propios participantes. Conozco bien los interiores de las hermandades y cofradías y sus indisimulados deseos de protagonismo, afán que poco o nada tiene que ver con el estricto sentimiento religioso. Y hoy muchas cofradías no encuentren quien porte los tronos y se ven obligados a no salir o a tener que costear esos servicios. Algo impensable hace años y que nos demuestra que se está perdiendo el lazo de unión entre la Iglesia y una sociedad que no encuentra en esta institución razones válidas para su continuidad en el siglo XXI.
Semana Santa sí, pero desde la raíz. Lo accesorio y complementario sirve desde la fe no desde una visión turística y folklórica. Mucho me temo que sea ya otra causa perdida, miremos si no a la Navidad. Y mientras tanto ahí sigue la Curia anclada en tiempos pasados y sin capacidad de reacción.