POR EDUARDO JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Ahí estuve, si las cuentas no me fallan, hace un par de meses con mi Compadre, el Sr. Bellette. Sentados en uno de los bolos graníticos que tanto fascinan a mi querido amigo, Carlos de Miguel, y a su extensa prole perruna, disfrutamos de un domingo en el Paraíso admirando uno de sus parajes más singulares.
A dos kilómetros de la Boca del Asno, cerca ya del puente de la Cantina y los restos perdidos de lo que una vez fueron la Venta de los Mosquitos y el primer Cuartel de la Guardia Civil en el Real Sitio, en un vado asombroso, se encuentra este paraje. El río Valsaín, serpenteando en su erosionar el bosque, obligó a los habitantes de aquel primigenio Paraíso a levantar dos puentes que les permitieran vadear la corriente para alcanzar los caminos y sendas que, desde la fuente de Caño Seco, les permitiera llegar a la cañada que hoy conocemos como Camino Viejo del Paular o a la agreste vereda de la Sotela, ambas vías comunicantes con el puerto de Cotos y Navacerrada, respectivamente.
Lo cierto es que este enclave maravilloso, de pinos rectos, homéricos, y pradera amplia y luminosa, como bien saben los millares de visitantes que lo recorren desde la Boca del Asno, pasando por el no menos hermoso Puente de los Vadillos, debe su nombre a una instalación lanera ubicada allí desde tiempo inmemorial. Aprovechando el meandro alpino se debió de construir una estructura conformada por una noria de cangilones que moviera un eje de transmisión a uno o dos mazos que golpeaban la lana para compactarla después del lavado. Obviamente, el proceso debió estar asociado a un esquileo que utilizara la amplia pradera equipada con corrales para ello.
No cabe duda de que todo esto hubo de existir antes de que el rey Carlos III decidiera comprarse el pinar de Valsaín a mediados del siglo XVIII y las mestas laneras tuvieran que migrar al otro lado del Real Sitio, recurriendo a las cañadas que conducían al Puerto de los Neveros pasando por mi amado Vado de Oquendo. No hay que olvidar, queridos lectores, que el pinar de Valsaín hasta ese momento en que Carlos III desposeyó al concejo de Segovia de su mayor tesoro, constituía un recurso económico estratégico de primer orden. Y, aunque muchos piensen que la madera y su uso comercial era la base de aquel negocio, fue el pastoreo y sus implicaciones económicas lo que convertían este Paraíso en una fuente de financiación de primer orden. Ya Alfonso X a medidos el siglo XIII había establecido que la explotación del bosque, de sus prados y pastos, por parte de las mestas aún no organizadas, debía estar gestionada por el concejo de la ciudad de Segovia.
La oligarquía segoviana, constituida esencialmente por caballeros villanos, antaño campesinos que con el excedente agrícola se habían dedicado a la guerra ganando así la nobleza, dividieron el pinar en cuarteles regido cada uno por caballeros y con peones a su cargo, vigilantes del paso de rebaños y pastores, así como del pago del montazgo correspondiente.
No es de extrañar, por tanto, que en uno de los caminos llamados Mayores en un privilegio sellado a mediados del siglo XV por Enrique IV de Castilla, se ubicara un batán asociado a un esquileo que bien pudo ser el de Santillana o, incluso, uno menor en las cercanías del ingenio. Sea como fuere, nos queda la duda de quién fue el tal Vargas, como nos ocurre con el tío Blas, el de la majada, el Tío Levita y su fuente en las cercanías de la Majada hambrienta o Pacheco, el del testículo estratosférico. En el caso del Batán estoy seguro de no confundirme al asociarlo con la familia de caballeros segovianos, los Vargas, presentes en la documentación de la Junta de Nobles Linajes desde casi su constitución, dueños de casas en Segovia y Madrid, curiosamente en la Calle de Segovia, y antepasados de los fabricantes de loza en el barrio de San Lorenzo.
Desgraciadamente en esta nuestra sociedad de jóvenes sabios y conocimiento inmediato, con el paso del tiempo, toda memoria de lo que fue el pasado y su gloria acaba por perderse. Es, sin duda, un buen ejemplo este Batán, que ni las instituciones que gestionan el espacio natural se esfuerzan en recuperar esa memoria de tiempos en que los nombres y topónimos tenían sentido y se asociaban a personas reales. Hoy, para nuestro escarnio, los topónimos se repiten sin sentido, uniéndolos a parajes naturales perdiéndose el acaso que los motivó. Como la casa de la imprenta en Segovia, el poyo judío, la plaza de Muerte y Vida, la plaza del Estudio de Gramática en Cuéllar y tantos otros lugares escogidos para recordar algo o alguien memorable y que se han convertido en pintorescos nombres vacíos de contenido para señalar determinados lugares que los paisanos repiten como autómatas sin honrar aquello que los originó.
Por lo que a mí respecta, como humilde Cronista, trataré de cumplir con mi obligación dando sentido a todo el pasado presente en la vida cotidiana de mis vecinos, haciéndoles ver que la Historia, contingente e inalterable, emplea todos los medios para que seamos conscientes de que nuestro futuro se sustenta en un pasado que nunca debería caer en el olvido. Preguntemos, pues, dudemos, seamos curiosos, pues, una sociedad curiosa siempre será más libre, más preparada para afrontar lo que venga. No olvidemos que en el pasado, reciente o remoto, se halla la semilla de lo que deparará el futuro. Aprovechémoslo, pues.
Fuente: https://www.eladelantado.com/