“SENTIR, CONTEMPLAR Y ADMIRAR LA MONTAÑA” CONMEMORACIÓN EL 1 DE OCTUBRE DEL PRIMER CENTENARIO DE LA FEDME BRAÑAGALLONES.
Oct 03 2022

POR JUAN MANUEL ESTRADA ALVAREZ, CRONISTA OFICIAL DE CASU (ASTURIAS)

Hace ya 37 años que tuve el honor de pronunciar unas breves palabras en el homenaje que se rindió en 1985 al recordado guarda mayor del Coto Nacional de Reres, Pepe Calvo. Por aquel entonces yo era alcalde del concejo y, como casi siempre ocurre en la política, anunciaba a los congregados unas expectativas demasiado optimistas, las que me transmitían desde las más altas instancias sobre la rehabilitación de aquel refugio de caza tristemente abandonado. Muchos años tuvieron que pasar para llegar hoy al mismo escenario, en una situación por fortuna bien distinta. De aquellos salones enmoquetados del viejo refugio del ICONA por los que pasaron la flor y nata de la aristocracia y la alta sociedad, poco o nada queda. Las bodegas repletas de grandes vinos y licores se hicieron añicos como aquel tiempo que se fue diluyendo en la desmemoria, hasta el nombre de Reres desapareció y las 14.000 hectáreas del coto nacional de caza creado en 1943 se integran desde 1996 en la nueva figura del Parque Natural.

Cuentan que se llamó extensivamente Reres al territorio cinegético que abarcaba el coto por un simple error tipográfico en el Boletín Oficial del Estado. El nombre de Redes, documentado en tal grafía desde al menos 1712 para denominar a uno de los más espectaculares hayedos del país, continúa siendo el que hoy aglutina las casi 38.000 hectáreas del parque natural que conforman los concejos de Caso y Sobrescobio.

No se rompieron mucho sus cabezas los creadores del parque con la denominación, simplemente aprovecharon el renombre cinegético de la anterior marca, aunque debemos agradecerles la corrección o restitución toponímica. Decía que volvemos al mismo escenario pero bajo el prisma de otra mirada. Las grandes vacadas de la Vega, las ancestrales cabañas, la gubia y el ballicu, la animada vida de bolera y “gocha peza”, dieron paso a esta nueva vega quizá más “urbana”, transformada con desigual fortuna, aunque su belleza natural siga en pie ante nuestros ojos y aunque para contemplar el ayer arruinado de la vida campesina hayamos de trasladarnos a majadas más remotas que como montañeros conocéis mejor que yo. Al pasar lista seguro que nos faltan Pepe el guarda, don Manuel Fraga, los Vigón, los Sitges, los March y hasta los personajes de la rancia realeza que por aquí pasaron. Pero también notamos la ausencia de los urogallos 3 que apellidan a esta hermosa y extensa campera, y los grandes rebaños de rebecos de este Serengueti casín a tiro de prismáticos en Les Príes, que hoy irremediablemente disminuyen, aunque nos sobren lobos y vuelvan los osos. Soy un tanto pesimista con el devenir del Parque Natural, a veces enfrascado en disparatadas prohibiciones y no bien entendidos conservacionismos.

 

Quizá no sea exclusivamente un problema de raíces políticas, la causa final está en el despoblamiento inexorable de los pueblos, esta Asturias rural vaciada de almas que se nos muere y deja una naturaleza otrora moldeada por la sabia experiencia de los antepasados, en mano de las administraciones, en tantas ocasiones alejadas de las necesidades reales de los pueblos.

Mientras se impiden pruebas deportivas respetuosas con el medio, mientras el matorral avanza y arrincona los pastos, mientras el lobo campa a sus anchas y devora los ganados, la vida continúa. Aparco entonces esta divagación un tanto protestona, estéril y nostálgica, puesto que estamos en una fecha conmemorativa y quienes la celebráis en modo alguno sois obstáculo en la vida del concejo, antes al contrario: sois personas muy bienvenidas, y eso me costa. Se dejan los agradecimientos para el final pero mi mala memoria podría darme un disgusto, así que los anticiparé. Debo mencionar a la Federación Asturiana y en su nombre a Juan Rionda, sin cuyo concurso estas instalaciones quizás hoy no fuesen más que un buen mosquil para el ganado. De los fastos pasados y el lujo errado de los lodge hemos devenido en este refugio o albergue con futuro, aunque la administración regional debería ser más ágil ante las necesidades y generosa en sus aportaciones.

Pero todo esto no sería posible, además, sin la figura de José Manuel Prado Forcelledo, sin la presencia de José Manuel al frente del refugio, sin su constancia, sin su estoicidad y su enorme amor a estos paisajes las paredes del albergue se resquebrajarían; un gran acierto y una gran suerte para la Federación contar con José Manuel y su equipo, pues no es fácil la vida cotidiana en las montañas. Y como olvidar a Rafael Fernández, Rafa, con su “Taxi al Paraíso”, gracias a él este emblemático paraje y el refugio pueden ser visitados por muchos de nosotros dejando atrás aquella penosa estampa de los coches amontonados por la campera. Forman un tándem perfecto al que tanta gratitud debemos los casinos y no me obliga a afirmarlo la amistad 4 que les profeso. Viajar con Rafa, sus explicaciones y sus atenciones, entrar en este prodigio glaciar que es nuestra Vega con la mirada absorta en la belleza del paisaje que dejamos atrás (el tesu la Oración, les colmenes de Armando, la cabaña de Julio, el argayu del llobu, el túnel del Crestón o los tremendos precipicios del río Monasteriu), llegar y recibir la sonrisa amable de José Manuel, tener una suculenta fabada preparada y hasta que mi amigo Igor – extrañando las llanuras de su patria en llamas- sea atendido en su propia lengua ucraniana, es todo un lujo. (Eso me sucedió hace menos de un mes, doy fe). Os hablaré un poco sobre el lugar en que nos encontramos: esta Vega de Brañagallones y el refugio. Intensa sonoridad la de su nombre que aúna la braña, la veránea, con los majestuosos urogallos, los grandes gallos o gallones que tanto abundaron en esta tierra de aceos. Sin embargo, quizá nuestra simplicidad al tratar el origen de los nombres nos impida relacionarlo con esas piedras morrénicas diseminadas por la majada, los cantos (de la raíz prerromana kal* que veríamos también en Caleao), sería otra hipótesis aunque arriesgada: la braña de los cantos. La Vega es amplia, por ello los sabios pastores que a todo ponían nombre bautizaron sus espacios: La Coyuga, que nos recibe al llegar, Les Moñes a su derecha, a la izquierda La Bolera y más allá El Pelambre, y aquí donde estamos El Pandiellu y El Requexón enfrente.

El refugio, parador, albergue, lodge, hotel, que de todas esas formas se llegó a denominar, inició su construcción en la década de los cincuenta del siglo pasado, aunque en la anterior ya se había excavado el túnel del Crestón, haciendo más suave el largo camino de los ganaderos y sus reses, que desde la fuente el Andorviu ascendían antaño en empinada senda de cabras por La Colladiella para alcanzar la Vega. Pasarían todavía muchos años hasta que se finalizaron los 11 km de pista forestal y la primera carroceta llegó al lugar. La construcción del refugio fue una obra titánica desarrollada en cuatro años, en la que aportaron sus manos muchos vecinos de Bezanes, Sotu y Belerda. Desde el momento mismo en que se desbrozó y aplanó este tesu del Pandiellu en el que nos encontramos, comenzó una frenética actividad en busca de los materiales sin otro medio de transporte que no fuesen caballerías y carros. Nos cuentan que se trajo la piedra desde canteras en La Grandiella y Valdebezón, con un carru del país que hubo de 5 subirse desmontado desde Andorviu a la majada, y otro de radios, que bajó de Isoba con la fuerza animal de dos parejas; la pizarra del tejado llegó a lomos de recuas de caballos y mulos desde San Isidro; las maderas del bosque cercano, sus robles y sus hayas en manos de los experimentados lugareños y sus hachas; los canteros de Orlé, así hasta que el ICONA vio cumplido su sueño para albergar a los más ilustres cazadores de España. Podríamos definir la trashumancia como una actividad de pastoreo que implica el traslado estacional de los animales en busca de terrenos fértiles donde puedan disponer de mejores pastos para su alimentación. Veremos en el concejo de Casu la existencia de tres tipos de actividades trashumantes, una exógena y de largo recorrido (la presencia de los rebaños merinos) y dos de carácter interno: la consustancial migración local de los ganados finalizando las primaveras a las majadas o pastizales de altura, trashumancia de radio corto, y la migración a los climatológicamente más benignos pastos de la rasa marina durante los inviernos, que tanto se estiló por estos pagos. La majada, con sus humildes cabañas y corripios hoy reformadas donde apenas quedan vestigios de las techumbres de llábana o de tabla, procedentes de un tiempo inmemorial, era el destino de la trashumancia de radio corto, cuando las nieves se iban y los pastos brotaban con fuerza. La vida en nuestras majadas y en particular en Brañagallones fue antaño un universo de animación y febril actividad, bajo la atenta mirada del arrudu y los fresnos, contemplándolo todo.

Aquí subían los vaqueros de Bezanes, de Sotu y de Belerda, hasta treinta familias cuentan que se juntaban, con sus vacas, reciella y hasta los gochos y gallinas. Los trabajos no se reducían al cuidado de los ganados, la precaria economía se complementaba aquí arriba con la elaboración de madreñas, mantecas, quesos, la xanzana, el oriéganu, todo lo que de aprovechable otorgaba la Naturaleza al campesino. El güé de la Sociedad, era el animal sagrado de la majada, fiero y peligroso pero mimado por los ganaderos que fiaban a sus genes el mantenimiento de la raza casina, nuestras vacas, las más hermosas del mundo, verdadera postal fotográfica que el montañero aprecia. La vida del concejo hasta entrado el siglo XX no se entendería sin la presencia de este animal. También había lugar al esparcimiento cuando la tarde caía, el juego de los bolos, la 6 ancestral “gocha peza”, el “conciliar” o tertulia a la lumbre escuchando aventuras y consejos de los más ancianos. Será maltratar vuestra atención en exceso. Solo recordar una figura peculiar de esta majada: l´interiu. Podríamos considerar al interiu como el correo y logística de aquellos tiempos. Por medio de la persona que ejercía de interiu se comunicaba la majada con los pueblos diariamente, un Carbonero en burro de frecuencia diaria ida y vuelta. A cada familia le correspondía realizar el interiu por semanas de manera rotativa. Con su asno el interiu bajaba al pueblo la leche, las madreñas elaboradas y demás productos y subía lo que precisaban quienes arriba “amayadaban”, utilizando a modo de nota lo que llamaban “la esquela”, una simple forgaxa de madera donde anotaban a lápiz sus mandados (échame un jersé, muyer; una riestra chorizos; mándame una lata aceite, etc). El interiu de Bezanes tenía posiblemente más trabajo pues no quedaban vacas en el pueblo y se bajaba la leche en el burro a razón de diez bidones cada animal para consumo de los que quedaban abajo; al contrario, los de Sotu y Belerda, más previsores, dejaban vacas en el pueblo para disponer de leche. ¡Qué puedo contaros yo sobre nuestras montañas, que tantas veces habréis recorrido!.

Uno de los más grandes montañeros, don José Ramón Lueje, profundamente enamorado del concejo, llegó a afirmar que “en ningún otro paraje, en el ámbito entero del Principado, nuestra ubérrima tierra es más inmarcesible, más enriscadamente hermosa y más Asturias que por estos términos de Caso y Ponga”. Quizá su vecindad piloñesa le indujo a colocarnos en tan alto pedestal, pues tiene Asturias muchísimos lugares, montañas y valles, desfiladeros y lagunas, puertos y colinas, que en nada desmerecen de esta tierra casina. Pero algo de especial tendrá este territorio jalonado de majadas y bosques al abrigo de la cordillera Cantábrica y de las cumbres y brazos que buscan la más benignas tierras de Piloña y Laviana. Quizá sea esa conjunción entre la blancura caliza de las cumbres, el esmeralda insultante de las majadas y la indescriptible paleta de colores que nos acerca el otoño, sin olvidar la severa belleza reflejada en la oscura cuarcita de nuestro techo más alto, las foces, los regatos y ríos, las pequeñas aldeas, verdaderos tesoros etnográficos, el paisanaje o la misma historia olvidada del concejo. 7 Resulta complejo elaborar un catálogo de las bellezas naturales que atesora el solar casín. Si nos atenemos a la legislación para la protección de los espacios naturales, la cueva Deboyu y el Tabayón del Mongayu se inscriben en la categoría de Monumentos Naturales; una impresionante formación geomorfológica que horada el Nalón bajo los farallones calizos del Piqueru y un tabayón o cascada, joya escondida entre los frondosos hayedos de Tarna. En el catálogo de Árboles Singulares conservamos dos longevos ejemplares de robles en Llanu el Toru (Tarna) y un roble albar gigante en el Pedregal, parroquia de Bueres. Monumentos también necesitados de protección deberían ser nuestros lagos de origen glaciar (Ubales, La Caballuna y algunos más chicos), aunque todo el territorio sea un espacio protegido al formar parte del Parque Natural de Redes, declarado por la UNESCO Reserva Mundial de la Biosfera en el 2001.

Podríamos considerar que prácticamente la totalidad del territorio es en sí un prodigioso escenario natural en el que se conjugan la abrupta belleza de las elevadas cumbres con la pastoril armonía de majadas y bosques, praderías y riberas de los ríos. Desde la orgullosa atalaya del Torres con sus 2.104 metros de altitud, vigía de los históricos puertos del Contorgan al que acompañan otros de altitudes cercanas como Retriñón, Valmartín o Cascayón, que acuna la laguna de Ubales, y a los que siguen los guardianes que cobijan las fértiles majadas de Brañagallones, Valdebezón, Cerreu o la Vega Pociellu como La Peña´l Vientu, La Rapaína o el Cantu´l Osu, y un continuo crestear hasta que el mismo puerto de Tarna sus gigantes Remelende y Abedular abren las puertas a León y da entrada éste último al cordal que nos separa de Ponga, con las totémicas moles del Maciédome y Tiatordos presidiendo otro sin fin de majadas, invernales, gargantas y más bosques. Sin los distintos ambientes cromáticos, el verdor de los prados y los altos pastos, las mil tonalidades de las grandes masas boscosas o las nieves que durante meses cubrían más que cubren las montañas, no se entendería la belleza de un territorio al que impulsan sus aguas, las fuentes y los ríos, cascadas y lagunas, los pequeños remansos, verdadera fábrica de biodiversidad que también es bandera de nuestra comunidad, esta tierra que tanto enamoró a Lueje, y a tantos otros como el recordado Emilio Martínez “el Boti”, aquel casín de matrimonio que conocía todos los rincones del concejo, a nuestro llorado Klaus García y seguramente a quienes hoy celebráis esta jornada. 8 “Montañero no es solamente el que vence la montaña. También lo es, y muy relevante, el que la siente, la admira y la contempla” . Así define Lueje al montañero y así lo tiene por lema en su página web este refugio de la Federación Asturiana. En mi vida de ausencias, tantos años alejado por motivos profesionales del estudio de la historia casina y de los senderos de mi juventud, he vuelto últimamente a reencontrarme con nuestras montañas y pienso modestamente que la definición podría encajar también en mi persona aunque lo que se dice “vencer la montaña” es en mi caso una utopía por razones obvias. Ni se lo que es un runner ni un trail ni ninguna proeza “extreme” de esas que hoy se estilan, me bastan las del gran Ino del que cuentan llegaba desde Sotu antes a la Vega que el Land Rover de Pepe, aunque admiro a esos rapazos de Casu verdaderos campeones en la materia. Mi primera ascensión fue al Tiatordos, una lejana excursión escolar con el recordado maestro Pipa, jamás se me borraron sus abismos y la tierra pongueta, a la que profeso un gran amor; mi última cumbre el Retriñón. Tuvieron que pasar cerca de cuarenta años para que un grupo de amigos me llevasen de nuevo al Campigüeños de la juventud, majada en que la leyenda ubica a don Suero de Caso con sus cien “anoyos empacionaos” vencedor del infiel. Ahora siento, admiro y contemplo la montaña, y trato de encontrar el sustrato de nuestra perdida historia en cuanto piso. Por eso, en mi modestia, me considero montañero y abusando de vuestra paciencia os contaré brevemente alguno de los itinerarios recorridos, desde la perspectiva de su vertiente histórica, pues todos nuestros caminos y senderos fueron testigos de aconteceres que como Cronista voy desgranando poco a poco en mis relatos.

Visité estos meses el milenario camino que desde la llanura castellana alcanzaba la mar, desde la Belerda que el emperador Alfonso VII donara a Martín Díaz en el lejano año de 1146 hasta la preciosa aldea de Lozana donde los brazos del camino se separan el uno hacia el mítico palacio de Miravete, el solar de los Caso cuya casa matriz estaba aquí mismo, a la vista del Tesu la Oración en el lugar de Los Cobos, y el otro hacia la escondida Trapiella de los Caso del Campu, los de la vieja torre del medievo y las aventuras de nuestros primeros reyes asturianos. Me detuve en la malatería de Moñu citada ya en el siglo XIII, en la vetusta venta de Les 9 Lleres, la alberguería de Frieru comida por los artos, tanta historia de arrieros y caminantes, de monjes y guerreros. Y me fascinó el trazado milenario del camino que cruzaron nuestros antepasados con sus ganados hacia las riberas del mar, con el amparo foral del rey Juan II, desde 1447. No me olvidé del paso entre Gobezanes y Prieres, armadura milenaria ante la que el sabio Siro Sanz se maravilló este verano en su visita, y que lleva el Camino de las Asturias hacia el Salvador de Oviedo por la recóndita basílica de la villa Severi allá por el siglo IX. Ascendí, como dije, a Campigüeños y a los vestigios mineros de La Magrera, al “pozu la nieve” de Los Fueos, nieve helada que algún casín de esta parroquia vendía a los indianos para sus refrigerios el día de la Santina agosteña, la amuravela casina del genial Cesarón en aquella cabaña comunal vencida por los vientos. Y subí días pasados al picu La Campa, el Casar que mira a la Oración, contemplé la mejor vista del Campu y de Veneros y entré en el verdadero bosque encantado del concejo, esos llanos escondidos entre el hayedo de La Conyoná, ese intrigante camino a ninguna parte, el carrilón, el “camino imposible” que le dicen, y me asomé a la profunda sima de otro “pozu” al que bajaba el buen José el de Amparo para llevar la nieve que conservase activa la penicilina que necesitaba su malograda hija.

Hice también en larga caminata el camino de Arniciu hasta Campiellos y allí sentí las vibraciones de un entorno mágico, megalítico, de túmulos y dólmenes, de menhires en la coyana Unqueru. Algo en el ambiente y en las formas parece indicarnos las huellas de un pasado remoto en estas colinas que unen a Casu, Sobrescobio y Piloña. Y me asomé a la postal más impresionante del concejo: la collada de Ubales con la mole del Torres presidiéndolo todo. Volví a sentir la magia del pasado en la majada de Los Moyones, las pétreas ruinas que guarda el Allunal como un enigma idéntico a su nombre, y volví a recordar a Lueje al visitar el lago: como un“Lago Ubales, supremo vaso de la montaña casina guardado como un tesoro entre sus más recónditos pliegues, y que es grande, claro, limpio y puro …. Y bello como una fe.”. Y la Carbaza, venta antigua, hospitalaria y caliaeta, ruinas hoy del mundo pastoril y trajinante que se perdió. Tantas cosas se pueden ver, escuchar o sentir en las montañas, … pero comprendo que os voy aburriendo con esta larga disertación y es hora de terminar. Como montañeros os pido que sintáis, contempléis y admiréis la 10 montaña, que os empapéis de la sabiduría del paisano que todavía podéis encontrar camino de sus pastos, que llaméis a cada accidente geográfico por el nombre inmemorial que nuestros antepasados le dieron, pues los topónimos acabarán siendo la última reliquia del pasado.

Que llevéis a Casu por bandera en vuestros corazones y en la retina que atesora la belleza sin par del territorio. Disfrutad del concejo y de sus gentes, de sus pueblos y su gastronomía, de este otoño que empieza y recordad que hace muchos muchísimos años los campesinos de estas pequeñas aldeas de Sobrecastiellu mazaban la llechi en el ballicu y llevaban los “bonos quesos” curados y asaderos, a la madre abadesa de otra vega, al monasterio de Santa María de la Vega de Oviedo, mientras los madreñeros sacaban la madera desde los más recónditos rincones del bosque, tantas veces perseguidos, para ganarse el sustento de su vida. ¡Que tengáis un buen día y un feliz centenario! Muchas gracias

FUENTE: Autor: J-M-E.Álvarez

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