POR FRANCISCO PUCH JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDESIMONTE (SEGOVIA)
Alguna vez dije en alguno de mis escritos que era fácil escribir poesía en Segovia y más fácil aún en primavera.
Hoy, precisamente hoy, y no es preciso especificar la fecha, uno de los primeros sábados de primavera, me encuentro sentado en la Plaza Mayor, para los segovianos La Plaza por antonomasia, luce el sol, ese sol primaveral de Segovia cuyo calor se puede soportar porque va acompañado de una suave temperatura serrana; bajo su cielo, ese cielo azul nítido de Segovia, donde la luz de Castilla se hace resplandor, los góticos pináculos de la catedral y sus gárgolas se aprecian nítidamente rodeando la cúpula de su nave central ante la que emerge uno de los pináculos rematado por un airoso ángel de bronce con una larga trompeta en su mano, del que dice la leyenda que cuando la haga sonar habrá llegado la hora del juicio final; y entre toda esa manifestación artística del gótico, sobresale poco más allá la magnitud de su soberbia torre, que llegó a tener 108 metros de altura al principio y que tras el incendio tuvo que ser reconstruida dejándola algo más baja pero cerca de los 100, aunque sigue siendo la más esbelta de las torres de todas las catedrales del suelo hispánico, que no en vano le ha valido al monumento la denominación de la Dama de las Catedrales.
Eché en falta en su entorno el pausado vuelo de las cigüeñas que frecuentemente revolotean a su alrededor y en la que en otros tiempos construían sus nidos.
En el kiosko de música situado en el centro de La Plaza, más o menos donde se hallaba el atrio de la Iglesia de San Miguel en el que fue proclamada reina de Castilla Isabel la Católica, sin música desde hace muchos años, hoy en este sábado primaveral bajo el cielo de Segovia, una Banda de música cuyo nombre ignoro daba un concierto.
Al escuchar los sones de la música en el tantos años mudo kiosko, mi mente retornó a aquellos tiempos de mi niñez y de mi juventud, cuando la Banda de música de la Academia de Artillería ofrecía todos los domingos sus conciertos bajo cuyos acordes La Plaza se inundaba de segovianos amantes de la música.
En aquella época, el Ayuntamiento hacía colocar en torno al kiosko un montón de sillas plegables de madera, para que los melómanos pudieran o pudiéramos escuchar el concierto sin sufrir la incómoda postura de permanecer de pie durante las dos horas que más o menos duraba.
Mi esposa que estaba sentada a mi lado en esta magnífica mañana primaveral de Segovia se sintió emocionada al escuchar las notas del concierto y una lágrima insumisa vino a deslizarse por su mejilla.
¿Qué te pasa? Le pregunté.
Nada, me respondió; que me acuerdo de mi querido padre, gran aficionado a la música, que cada domingo venía con cierta prontitud para no quedarse sin silla, a escuchar los conciertos de la Banda de la Academia.
Me hizo sentirme también emocionado, pues me trajo a la memoria, la niñez, la juventud, la madurez de otros tiempos felices en mi Segovia en la que también han nacido los tres mayores de mis hijos y que como yo llevan a Segovia dentro.
El concierto de hoy no era lo que podríamos decir de música clásica o de cámara, era un concierto de música más bien popular en el que se mezclaban rancheras, corridos mejicanos, pasodobles, boleros, tangos, zarzuelas y en el potpurrí musical saltan al aire las notas inconfundibles de La del Soto del Parral: “¿Dónde estarán nuestros mozos que a la cita no quieren venir?, . . .Ya estoy aquí, no te amohines mujer, has de tener fe ciega en mí. . . Te quiero mi moza garrida, segoviana de mi vida, sin ti no sé vivir. . . También a mis ojos afloró una lágrima al recordar su letra, y pensé: ¡Qué fácil es ser poeta en Segovia!