POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
Pregonado El Pino, los últimos días de agosto saben ya a septiembre. Ha sonado la campana que es voz de tradiciones, se ha izado la bandera que es paño de hondos sentimientos, y cada una de las horas del día ponen la mirada en la Villa Mariana. Son los días de El Pino que regresan un año más, como viene ocurriendo desde hace siglos. Y no sólo por el atractivo y amplio programa de actividades, que cada año prepara el Ayuntamiento de la Villa Mariana, sino por una fuerza irreprimible que es difícil de medir y explicar. Lo señalaba el escritor grancanario José Rodríguez Batllori, en el pregón de El Pino que, organizado por el primer Hogar Canario de Sevilla, pronunció ante los micrófonos de Radio Sevilla el 7 de septiembre de 1962, «el deseo de volver, Señora, a tus plantas, es irrefrenable, incontenible. Queremos volver a Ti, en el alba de un 8 de septiembre, por los caminos que forja nuestra ilusión, confundidos entre la multitud fervorosa e impaciente de romeros y peregrinos». Lo recogía Domingo J. Navarro al reflexionar sobre ello, en uno de los más jugosos capítulos de sus ‘Recuerdos de un Noventón’ (1895), ‘Una expedición a la fiesta de la Virgen del Pino’, «¿Fueron nuestras expedicionarias guiadas exclusivamente por la devoción, o tal vez a cumplir alguna promesa? Difícil es penetrar en el santuario de la conciencia; pero es lo cierto, que las damas lucieron en la iglesia sus espléndidos vestidos, sus joyas, sus artísticos peinados, su elegante calzado y sus preciosos abanicos, que tuvieron opíparas comidas, que la casa estuvo siempre llena de obsequiosos visitantes y que los ocho días de residencia en Teror los emplearon en deliciosos paseos, meriendas en amenos sitios y bailes interminables».
‘Días de El Pino’, como se les menciona en los últimos años, aunque con sabor secular. Días en los que el camino de Teror espera ansioso, en estos primeros días septembrinos, a miles de grancanarios y, con ellos, canarios de otras islas y residentes fuera del archipiélago, junto con un número muy grande y creciente de foráneos que se suman a la celebración que es fiesta, que todas las cosas grandes del corazón son siempre motivo de fiesta y de regocijo, para quienes hacen de ella expresión de su ser y de su sentir. Un camino que es santo y seña de otro peregrinar mucho más hondo, aquel que cada cual realiza cada uno de los días del año, en lo que siempre tiene en su mente, como protectora de su vida cotidiana, a esa Virgen del Pino, Madre y Señora de los grancanarios. Algo que sugieren los primeros versos del poema de Manuel Lantigua Pérez ‘La Colmena de Teror’ –’Flores de mi Huerto’ (1969)-, «¡Colmena de Gran Canaria / en el vaivén Atlántico! Veinte panales de miel / abejas están labrando, / y en él transportados, / toda su esencia de amores / en el Pino destilando».
Más, cinco siglos después de la aparición legendaria, hacia 1481, de su imagen en lo más frondoso del bosque de Aterura, sobre un pino ingente, del que manaba agua y en el que crecían dragos y otras especies de la naturaleza isleña –todo un orbe casi mítico, un extraño y delicioso jardín y paraíso digno de un cuadro de el Bosco-, que fue entonces ya peana y altar de devociones, no se menciona en singular el ‘caminito de Teror’, sino que se habla, dentro y fuera de la isla, de los ‘caminos de El Pino’. Un plural que, como señaló José Macías Santana allá por el año 2000, en su pregón mariano terorense, «recoge mejor esa variada y compleja peregrinación, la de quien peregrina a pie, la del que va en coche, la del enfermo que pide por su salud y no duda en, como sea, hacer al menos una parte del camino, la de quienes van solos o en familia, la de quien se acerca en cualquier momento del año para encontrarse con su Madre grancanaria, la de quienes sin ir, pues las distancias se lo impiden -América, Europa, la Península, los grancanarios andan por los más distantes rincones de la geografía mundial y en estos días debemos recordar a estos paisanos-, también acuden a su Virgen del Pino desde lo más hondo de sus corazones y de sus recuerdos». Un peregrinar romero que también habla de una geografía insular diversa y muy poblada en sus cuatro puntos cardinales, en la que ahora todos los senderos conducen a Teror, instituida en la Roma de la espiritualidad insular.
Desde 1962 el Hogar Canario hispalense la ha festejado con elocuentes lazos de amor isleño. A penas doce años después del primer pregón de El Pino, por Ignacio Quintana Marrero el domingo 5 de septiembre de 1948, hace ahora 75 años, José Rodríguez Batllori pronunciaba otro en Sevilla, hace 61 años, que se convirtió en un texto señero, nunca olvidado, y que se imprimió y difundió en 1999, con motivo de la presentación y entronización de una réplica de la Virgen del Pino de Teror en la sevillana parroquia de San Nicolás. Una obra del destacado imaginero Miguel Bejarano Moreno (Sevilla 1967) para cuya realización el Hogar Canario, presidido por Purificación Benavente Burgos, contó con el apoyo decidido del Cabildo de Gran Canaria y de la Fundación Mapfre Guanarteme. Dos años antes, en la calle Virgen del Pino, en el trianero barrio de Los Remedios, se inauguraba, en un ambiente festivo muy grato, un gran mosaico con la Virgen del Pino de Teror –una réplica exacta ha estado colocada, hasta hace poco tiempo, en la plaza de Ntra. Sra. del Pino en Teror, y es esperanza generalizada que pronto vuelva a lucir en algún espacio notorio de la Villa Mariana-, realizado por uno de los más importantes talleres alfareros de Sevilla, en la actualidad ya desaparecido. Años en los que la devoción de El Pino impulsó el hermanamiento oficial entre la ciudad de Niebla, Huelva, y la Villa Mariana de Teror. Allá fue, en septiembre del año 2000, el alcalde Juan de Dios Ramos Quintana como pregonero de las Fiestas de El Pino de Niebla. Y en Sevilla también se colocaría, como símbolo de este hermanamiento, otro mosaico con la imagen de la Virgen del Pino de aquella histórica población onubense –del que también debería colocarse en Teror una reproducción-. Ambos mosaicos serían bendecidos por monseñor Infantes Florido, que fuera Obispo de la Diócesis de Canarias.
El Pino y Teror como verdadera esencia del ser y sentir grancanario debe ser exponente de la revalorización de lo propio, de todo lo que reclamaba en su conferencia de 1936 el pintor Néstor Martín Fernández de la Torre. El Pino y Teror, en sus emociones y en sus añoranzas, es un verdadero milagro de solidaridad y amor que cada año hace la patrona de Gran Canaria. Entiendo así que Néstor Álamo, que conocía perfectamente los orígenes y el devenir de la historia isleña de Ntra. Sra. de El Pino, siempre insistiera en que, ante ello, debíamos «…aceptar el milagro y la leyenda».