POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID).
Quizás me repita año tras año pero el sentimiento de alguien que es consciente que camina sólo por la vida, es pensar el día de su cumpleaños en lo mismo. Pero si os paráis a analizar esta afirmación muchas vidas son y han sido así. Cuando fallece alguien en muy pocos rincones de algunos corazones sigue existiendo su recuerdo.
¿Y no te llamas Fermín? Me preguntaban en Valdepiélagos cuando era niño. Pues no, me llamo Agustín como mi bisabuelo. Así me puso mi padre, un eminente humanista para sí mismo. Decía que tuvo que aguantar muchos años oyendo a su abuelo decirle: «Antonio que te sobo el morro, Antonio que te sobo las costillas» aunque nunca le puso la mano encima. Pues bien, me llamo Agustín por esa venganza de poder decir a otro Agustín, lo que él muchos años había oido. Y esto no lo digo yo, lo dice él. Qué tierno.
Pues sí, me llamo Agustín como mi bisabuelo. Un hombre que empezó una vida marcada por la tragedia, viendo morir quemada a su madre en Valdepiélagos siendo niño y luego luchó por los suyos, sin saber leer ni escribir, para que no les faltase de nada llegando a ser guarda del Coto San Benito. Agustín y Conchi, mi madre, comparten tierra en esa ladera frente a olivos. Mi bisabuelo, qué gran hombre, que solo sembró amor aún habiendo sufrido en su infancia.
Por eso no paro de decir qué antagónicos son los cumpleaños desde hace muchos años, donde la alegría se transformó en añoranza y el presente nunca olvidará el recuerdo… Este día nunca podrá ser el reino de ningún regocijo al no poder ver el brillo de su mirada. Un dia como hoy siempre me pregunto lo mismo. Cuando miro la secuencia de mis últimos años cualquier alegría no ha podido ser plena.
Tuve una hija y tú no estabas. Escribí cuatro libros y tú no estabas. Y además he tenido vivencias que sé te habrían hecho feliz. Y no hemos podido vivirlas juntos.
¿Dónde estará aquella vida que pudo ser y el destino me obligó a vivir sin ti? Un siete de julio sólo puedo pensar en quien me dió la vida. Y para alguien como yo, que nunca podrá ser poeta porque no sé expresar el sentimiento en un soneto, debo apoyarme en las palabras de Worthwords, en mi poema preferido, para recordar que no será lo mismo cumplir años sin ti. De hecho ya he cumplido varios años más que los que pudiste cumplir tú.
Tomaré prestadas las románticas palabras del poeta inglés. Porque la poesía no es una rima consonante sin métrica sino algo más. Y para poder escribir hay que leer mucho antes como comentaba anoche. Y sobre todo, tener sentimientos y no ser egoísta.
Oda a la inmortalidad, de William Worthwords
«Aunque el resplandor que
en otro tiempo fue tan brillante
hoy esté por siempre oculto a mis miradas.
Aunque mis ojos ya no
puedan ver ese puro destello
que en mi juventud me deslumbraba.
Aunque nada pueda hacer
volver la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no debemos afligirnos
porqué la belleza subsiste siempre en el recuerdo…
En aquella primera
simpatía que habiendo
sido una vez,
habrá de ser por siempre
en los consoladores pensamientos
que brotaron del humano sufrimiento,
y en la fe que mira a través de la
muerte.
Gracias al corazón humano,
por el cual vivimos,
gracias a sus ternuras, a sus
alegrías y a sus temores, la flor más humilde al florecer,
puede inspirarme ideas que, a menudo
se muestran demasiado profundas
para las lágrimas.»
Gracias a ti, madre, por ser quien soy. Porque lo soy por ti, por nadie más.
Esta humilde persona, un nadie en un mundo finito, no existiría sin ti, sin tu madre, sin mi otra abuela, que también murió muy joven sin merecerlo, sin sus madres, sin vosotras, que nos disteis la vida. Y sé que el día de mi cumpleaños debo ser agradecido. Y si también he sido muy sincero, perdonadme. Es la edad.
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