POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Aquel escritor amado que no olvidaré jamás, (y no citaré su nombre por dignidad liberal) con sensatez manifiesta por los hurtos de la edad, se fue encerrando en sí mismo en un silencio glacial, de modo que ni sus próximos lograban hacerle hablar. ¿Para qué, si estaba al cabo de la inmensa vacuidad que ocupa el orbe terrestre y aún acaso el Más Allá?
Escribir sí que escribía con rigorismo habitual, sumergiéndose en su propia e imponente soledad y encarándose al papel y a la red real-virtual, a los que les preguntaba: La verdad ¿dónde andará?
Murió de pena y pobreza, pues no la pudo encontrar. Yo tampoco. ¿Qué queréis? Ella se da o no se da. Pero me enseñó a aprender algo más que a los demás.
Hoy soy la imagen de aquel maestrillo existencial. Es mejor ser uno mismo, es mejor callar que hablar. Disculpadme, me hallo fuera del discurso zorro audaz. Prefiero un muerto viviente a un “vivo” de este lugar que no suelta por la boca más que su tontez total.
A quien vaya el epigrama él solito lo sabrá.