POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y DE CARAVACA
En silencio, sin estridencias, gastando una broma a la enfermera que le hacía una radiografía, se marchó el fotógrafo un día 19 de marzo, a la vez que llegaba la primavera al calendario y a la ciudad en este Año Jubilar de 2010.
Simón, popular y cariñosamente conocido en la sociedad local con el sobrenombre del título de este texto, fue una de esas personas que nunca se cayeron de la virtual fotografía donde figuran quienes construyeron la Caravaca de la segunda mitad del S. XX, cada uno desempeñando el papel que el destino les marcó.
Heredero de una actividad, la fotográfica, que iniciaron en Caravaca los Hermanos Linares a partir de 1885 y prosiguió Genaro Martínez Egea a principios del Novecientos, compartió la actividad con los fotógrafos del S. XX (Pedro Rodríguez Manzanares, José Martínez Salinas, Sánchez, Jiménez, Litrán y Pedro Antonio López Moya, entre otros), si bien no puede clasificársele como fotógrafo de estudio (como a Martínez, Litrán y López Moya) sino más bien de ocasión y reportaje en la calle, como reportero gráfico, siempre cámara al hombro, cuya presencia era no sólo esperada, sino deseada en cualquier acto social, político, deportivo o religioso.
Francisco Simón Jiménez Álvarez, que así era su nombre, nació por casualidad en Barcelona, el 22 de abril de 1930, constituyendo el sexto fruto del matrimonio formado por Cristóbal Jiménez y Antonia Álvarez, quienes poco después de su nacimiento regresaron a Caravaca.
A los 17 años marchó a Valencia junto al fotógrafo Alonso, que fue quien le inició en el mundo de la fotografía. Allí actuó como reportero gráfico en una empresa que le encomendaba trabajos relacionados con el Documento Nacional de Identidad, fiestas populares y actuaciones callejeras, aprendiendo los secretos del oficio y relacionándose con el mundo de la fotografía al que acabó dedicándose el resto de su vida.
Tras cumplir el servicio militar en Ceuta se estableció en Caravaca, abriendo negocio propio en la calle de Balazote donde, además de ofrecer sus servicios como fotógrafo a los pocos clientes que le requerían para ello, vendía cámaras y material que le suministraban empresas valencianas.
El poco volumen del negocio que la fotografía proporcionaba entonces, le obligó a emigrar a Holanda, en 1960, junto a sus amigos Antonio Ros, Francisco Celdrán y Damián, éste último natural de Ceutí.
En La Haya, juntos los tres en una céntrica pensión, trabajaron como carpinteros en una empresa de montaje de vagones de ferrocarril, añorando siempre Caravaca y recordando a la familia, pues Simón dejó en la ciudad a su mujer: Josefa López Robles y a sus dos hijos mayores (Antoñita y Cristóbal) a quienes, cuando venía, traía grandes figuras de chocolate.
Tras dos años en la capital holandesa regresó a Caravaca y se estableció en la calle de María Girón (hoy Puentecilla), junto al estanco de Antonio Romera, los comestibles de Herminio El Conole y la peluquería de Las Rubias, empleando en el negocio a su sobrina Maruja, quien suplía sus ausencias simultaneando la atención al público con el de coger puntos de media, que aprendió en Valencia por consejo y patrocinio de Simón.
El negocio prosperó y, paulatinamente fue cobrando fuerza. Simón simultaneaba el trabajo en la tienda con desplazamientos a los pueblos del campo, e incluso a Nerpio, donde hacía reportajes de bodas, bautizos y comuniones, además de las consabidas fotos para el D.N.I. cuando se aproximaban las fechas en que la policía venía a Caravaca para cumplimentar este menester. Para los desplazamientos adquirió una moto Lambretaque, con posterioridad, cambió por otra de la misma marca, y con la que se desplazaba muchas veces acompañado de su mujer y sus dos hijos mayores, cediendo el primer vehículo, cuando los kilómetros avisaron de su vejez, a la entonces Escuela de Maestría Industrial para las prácticas de mecánica de los estudiantes. En esta época Simón simultaneó su trabajo como fotógrafo con la ayuda a Ramírezen el horno de pan de la calle Nueva, y el reparto matinal de dicho alimento por las panaderías de la ciudad.
El trabajo habitual consistía en la elaboración de reportajes con motivo de acontecimientos familiares y sociales, fiestas de la Cruz y Semana santa, fotos para el D.N.I. e incluso para lápidas funerarias, todo ello completado con la posterior tarea de revelado y ampliación en el laboratorio, lo que llevaba muchas horas tras el horario de atención al público. Como trabajos extraordinarios hay que referirse a los encargos por la Guardia Civil y el Juzgado, de fotografías de siniestros, accidentes y suicidios, para la instrucción del correspondiente sumario judicial.
También actuó Simón el Chavo como reportero gráfico de la Agencia EFE de noticias, y en el diario murciano La Verdad siendo corresponsal de esta publicación periódica en Caravaca Antonio Pozo Romero (El Pichaca).
A finales de 1975 trasladó el negocio desde María Girón a la Plaza del Arco, y bajos del edificio recién construido sobre el solar que dejó el viejo inmueble de Falange, donde adquirió un local con capacidad suficiente para la atención al público, estudio y taller de revelado.
Simón el Chavo, tras contraer matrimonio con Josefa López Robles, estableció el domicilio familiar en la C. Mayrena, trasladándose con posterioridad a Domingo Moreno y, posterior y definitivamente a Dr. Fleming (en la actual Ciudad Jardín), donde vivió el resto de sus días acompañado de su esposa y sus cinco hijos (Antoñita, Cristóbal, Isabel, José Tomás y Ana). Aquejado de una artrosis progresiva en las piernas, se jubiló a la edad reglamentaria, en 1995, dejando el negocio en manos de sus hijos Cristóbal y José Tomás, y refugiándose desde entonces en su casa de campo, en Los Calaricos de Navares donde, en compañía de su perro Martes, gustaba de plantar hortalizas y cuidar de los árboles frutales.
A Simón el Chavo, se le recuerda y recordará un gran profesional esclavo de su profesión, buen compañero con sus colegas, y también como hombre afable y dotado de un gran sentido del humor. A quien gustaba gastar bromas y que se las gastasen. Tenía dos grupos de amigos: unos con quienes se dedicaba a diabluras bromistas (entre ellos Ramón el Pera, el Maroma y el Jarri), y otros con quienes compartía su tiempo libre en todo tiempo y lugar (Paco Celdrán, Paco el Pintor, Manolo el Brigada, Alfonso el Turronero, los Chupitos y otros). Su vida está llena de anécdotas, imposibles siquiera de apuntar en un texto de esta extensión. Amante del fútbol (el Caravaca C.de F. le concedió su Escudo de Oro por los servicios prestados al Club). De los toros, y de la Fiesta. Perteneció a la peña caballista Pura Sangre y al grupo Templario del Bando Cristiano (aunque nunca llegó a salir por la incompatibilidad que ello suponía con su trabajo).
Celebró sus Bodas de Oro en la intimidad familiar, en 2006, y no llegó a ver cumplida su ilusión de volver a Holanda, para reencontrarse con paisaje y amigos que allí dejó en su juventud.
Aquejado de una retención urinaria, fue ingresado en el Hospital Comarcal donde murió mientras le practicaban una radiografía, diciéndole a la enfermera que debía sacarle por dentro una buena foto, como él le había sacado a ella tantas veces.
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