SIN PECADO
Dic 05 2014

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

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No se si hoy en día son pocos o muchos los que se acercan a los confesionarios a fin de que sus pecados o faltas les sean perdonados por el sacerdote de turno. Creo que sería interesante, también, elaborar una estadística por edades de los que cumplen con este mandamiento de la Iglesia. Pero no deseo entrar en lo oportuno o no de ello, ni que, tal vez, haya caído en desuso el descargarse psicológicamente con el confesor al haber pasado esta función a otros profesionales de la mente. Asimismo no quiero incurrir en un tono moralizante con estas frases, pues más de uno de los que están metidos en tareas públicas o políticas, bien deberían acercarse al confesionario, aunque no fuera creyente o practicante del agnosticismo o ateísmo, para abocar todo lo malo que ha hecho en perjuicio de la sociedad, corrupción incluida. Y que, como penitencia, al menos, se le sugiriera la restitución de lo que no es suyo, y que desvergonzadamente se ha apropiado. Creo sinceramente que, en este caso, la cola de pecadores no llegaría muy lejos, ya no por tener que inculparse del mal hecho, sino por el riesgo de verse obligado a devolver lo que se hubiera quedado.

En esa situación, y ojalá fuera una multitud los integrantes de esa cola ante el confesionario, primero habría que instruirlos en la fórmula que se utilizaba, después de haber hecho un detenido y profundo examen de conciencia. Por supuesto, habría que indicarles que una vez postrado de hinojos ante el confesor, lo usual era decir: «Ave María Purísima». A lo cual se le contestaba: «Sin pecado concebida». Centrándonos en estas frases, deberíamos poner nuestra mirada en siglos pasados, recordando aquellos momentos en que se pretendió que la festividad de la Inmaculada Concepción fuera declarada por la Iglesia, y en cuyas gestiones tuvo un papel fundamental un valenciano que rigió nuestra Diócesis por la segunda mitad del siglo XVII.

Me refiero a Luis Crespi de Borja que, tras su paso por Orihuela fue preconizado para el obispado de Plasencia. Siglos antes, Santiago de la Vorágine nos relata cómo en el libro ‘Defensoriem Virgines’ compuesto en 1390, cuyos ejemplares en algunas bibliotecas estaban atados al anaquel «con cadenas». No se si con objeto de que no los robasen para destruirlos, o para conservarlos de forma particular algún ‘bibliopirata’ como los definía nuestro paisano Justo García Soriano. Lo cierto es que el autor de ‘La Leyenda Dorada’ no dice nada al respecto. Sin embargo narra cuatro milagros obrados por Dios para confirmar el extraordinario hecho de que, la Madre de Jesús fue concebida sin el pecado original con el que todos los humanos fuimos estigmatizados por la debilidad y desobediencia de Adán y Eva en el Paraíso Terrenal.

De esos milagros voy a detenerme en dos: uno en el que se vio envuelto un dominico que, estando predicando en Cracovia, públicamente dijo que la Virgen María al ser concebida había contraído el citado pecado. Al terminar de decir esto cayó fulminado al suelo, perdiendo el sentido. Tras ello, fue llevado a su convento, donde poco después falleció. El segundo milagro tuvo por protagonista a un religioso de la Orden de los frailes menores, el cual tras repetir varias veces en un sermón previo a la misa que iba a celebrar, que María nació con el pecado original; al consagrar, se le apareció la Virgen, que le recogió el pan y el vino, diciéndole: «¡Fraile malvado! ¿Habiéndome ofendido a mí tan descarada y conscientemente con tus palabras y tus gestos hace unos momentos, vas a tener la cara tan dura como para atreverte a asumir este cuerpo de Cristo que ha sido engendrado en mío?». El fraile pidió perdón, la Virgen le devolvió el pan y el vino, prosiguió la misa y tras ella subió al púlpito y se retractó.

Como vemos, los intentos para que fuera reconocida la concepción de la Virgen María sin pecado original fue una constante en la cristiandad desde hacía muchos siglos, siendo en 1854 cuando fue reconocido como dogma. Sin embargo, aunque desde 1644 las gestiones ante la Santa Sede por parte de Felipe IV iban encaminadas hacia ello, no se pudo lograr, teniendo que contentarse con la aprobación de la festividad en todo el Imperio Español. Por otro lado, será años después cuando el obispo Crespi de Borja a petición del Monarca logró el breve apostólico concediendo la misma.

No obstante, en Orihuela desde el 18 de diciembre de 1631 la Inmaculada Concepción había sido nombrada como Co-Patrona de la ciudad, junto con las Santas Justa y Rufina, y con anterioridad, en el primer Sínodo de nuestra Diócesis celebrado por el obispo Gregorio Gallo en 1569, se había decretado la festividad de la Inmaculada Concepción, junto con otras que tradicionalmente se celebraban. A lo largo de nuestra historia, en distintos momentos se ha rendido pública devoción hacia la Purísima, siendo testigo de ello los añejos periódicos oriolanos que, cuando sus números coincidían con el día 8 de diciembre le prestaban gran atención en sus páginas.

Hoy no estaría demás que muchos aprendieran la fórmula a que hacía referencia al principio. Y que, postrándose de rodillas ante el confesor, se acusaran de sus culpas y apechugaran con la penitencia de devolver los que no es suyo. Así, se vería beneficiada nuestra sociedad.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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