POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Balada se denominó a un poema amoroso, de versos octosílabos y rimas cruzadas, con estribillo cada tres estrofas. El creador de la balada musical, inspirado en las literarias, fue Chopin, que compuso cuatro para piano, románticas y virtuosas. Más tarde, empiezan a llamarse baladas a melodías lentas, fáciles, acompañadas por guitarra cursi y letra simplona, derivada segunda o magaya de la música clásica, sucedáneas desvirtuadas y desnatadas, salvo excepciones. Ahora, esta decadencia nos estremece como claro de luna y sus engreídos intérpretes se invisten con cuerda, metal, viento y percusión para subrayar unas piezas que dan poco de sí, y no me refiero sólo a Víctor Manuel. En el colmo de la grandilocuencia, hay quienes, pensando en recitales, escriben versitos ensoñadores y, para alzar el gallo, adoptan la orquesta sinfónica como animal de compañía; sólo les falta roncarlos en Viena.
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