SOBRE LA PELÍCULA «LA CARNE MANDA»
Oct 19 2021

POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA OFICIAL DE LAGOS DE MORENO (MÉXICO).

En relación a esta película basada en la novela «La Marchanta» de Mariano Azuela, me recuerda mi primo Agustín Azuela de la Cueva de manera oportuna lo que escribió nuestro abuelo en sus páginas autobiográficas:

«Es curioso advertir que mientras mejor me han pagado mis novelas han sido peores sus adaptaciones. Pero lo mismo que el que vende un hectolitro de maíz no piensa si el comprador sabrá o no hacer tortillas tampoco yo me preocupé mucho ni poco por saber lo que harían con mi novela. Fue después de su estreno cuando lamenté que no se le hubiera dado la atención que merecía por las grandes posibilidades y facilidades que evidenciaba como obra de mucho decoro. Desde luego cometieron el error imperdonable de cambiarle el título por el de La carne manda, desacierto en todos sentidos, porque ni mi novela ni su adaptación tienen la morbosidad a que tontamente aspiraron sus productores. Aparte de que con este mismo título se había exhibido otra película extranjera de buena calidad. Podría suponerse —como ocurre con frecuencia, que no se compra precisamente un título, sino un argumento o una firma; pero lo último quedó desmentido desde luego: se veló mi nombre en el anuncio de la cinta en forma tal que para la inmensa mayoría del público pasó inadvertido: cosa que naturalmente agradecí como favor muy señalado, atendiendo a la calidad de la producción. Sería aventurado y presuntuoso asegurar que si en la filmación de La marchanta se hubieran acopiado elementos de tanta valía como los que se reunieron en Mala yerba y en Los de abajo, la realización de aquella cinta hubiera sido un éxito completo. Mi experiencia no me permite aventurarme a tanto y hasta los peritos en estas actividades convienen en que el azar tiene importancia de primer orden tanto en el sentido económico como artístico. Cintas que en determinado momento y lugar son un éxito brillante, se convierten en desastres si cambian tales condiciones. Lo que no debe extrañar a nadie porque lo mismo ocurre en infinidad de negocios de esta clase.

El estreno de mi infortunada Marchanta con el ignominioso título de La carne manda se efectuó la noche de Navidad del año de 1947, con un tiempo horriblemente frío y lluvioso. El cine Continental, enorme salón de barriada, muy concurrido, se encontraba de bote en bote, no obstante el tiempo atroz y la escasa propaganda que se hizo a la obra. Asistí con espíritu quieto, o acaso apenas con cierta curiosidad personal. Pero a poco de comenzar la exhibición dejé que me intrigara y acabara por sublevarme la ignorancia supina de quienes no supieron sacar el menor partido de una obra que ofrecía enormes posibilidades. Con un par de actores de categoría habría bastado para su éxito. En efecto, medianeja como resultó vale infinitamente más que las docenas de mamarrachos que se estrenan en los salones de primera categoría, anunciados a platillo y tambora y que dejan pingües utilidades a los distribuidores. La inopia mental de los que debieron interesarse siquiera como negocio en ella, fue evidente. Chano Urueta, autor de la adaptación y director, si bien respetó el argumento de la novela, como director estuvo flojo y desalentado dando la impresión del obrero mal pagado que sólo quiere acabar pronto su labor. Procuró mantener la verosimilitud de los personajes y hacerlos hablar con propiedad; pero el sonido resultó tan detestable que las frases se ahogaban a la mitad, sin terminar. Me sorprendió que el público —que seguramente desconocía mi novela—hubiera podido mantenerse atento, pues dado ese gravísimo defecto, era imposible seguir el hilo de la acción o dar el salto de un pasaje a otro, que resultaban inconexos e ininteligibles por ende. Error igual de grave e irreparable fue el de elegir como protagonista a un actor que no entendió su papel. De nada sirvió que Emma Roldán, Esther Fernández, Rosita Fornés y el viejo actor Pulido hubieran desempeñado con la mayor dignidad sus partes: con las deficiencias señaladas el fracaso era irremisible. La fotografía corrió pareja con el sonido. Se tenía la impresión de que se había escatimado el dinero, centavo a centavo, como si ya se hubiese sentido el desastre».

FUENTE: https://www.facebook.com/oscar.gonzalezazuela

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