Tres soles bailando
El 3 de febrero de 1672 (festividad de San Blas, en pleno reinado de Carlos II de Austria) todo el mundo en Cifuentes se quedó pendiente del horizonte, que a media mañana de ese frío día fue ocupado por la visión espectacular de varios soles / lunas / arcoiris en el firmamento. Lo cuenta con todo lujo de detalles el que fuera cura de los Gárgoles, don Juan Bautista Guerra, en un informe que dio al ayuntamiento de la villa alcarreña, y de su señora la condesa de Cifuentes: era la fiesta de San Blas, y hacia la Cueva del Beato se encaminaron numerosas personas, para en ella hacer homenaje al santo eremita.
Antes de llegar, todos quedaron paralizados al contemplar cómo, sobre el horizonte, se dibujaban brillantes tres soles paralelos “el del centro, grande y natural, a los lados, otros dos soles, acompañados de dos pequeñas lunas y un colorido arco iris”. Alguien después lo recordó y plasmó en un dibujo que se quedó para los anales de los prodigios alcarreños. Se ve junto a estas líneas.
Lo que en realidad vio el cura de Gárgoles y mucha gente del entorno fue el fenómeno del “parhelio” que surge en ocasiones, en días fríos, por la mañana, y que consiste en un efecto óptico producido por la refracción de los rayos solares al atravesar los cristales de las partículas de hielo existentes en nubes de tipo cirro, cuando se dan unas condiciones excepcionales de baja temperatura. Los «parhelios» aparecen exactamente con una inclinación de 22 grados sobre la posición del sol, debido al ángulo con que son refractados los rayos luminosos. En esos casos, los rayos solares refractados se condensan en dos globos de aspecto solar, más pequeños y menos brillantes que el original, dando en tiempos primitivos la sensación de que tres soles aparecían, y aún bailaban, sobre el horizonte. Una cosa similar fue registrada en Almonacid de Zorita, en octubre de 1580.
El relato de Arroyo Benito es minucioso, erudito y ameno. Mezcla tradición con prodigio, y ciencia con historia. Este parhelio de Cifuentes en el invierno de 1672 coincidió con la festividad de San Blas, y a propósito de este santo el autor nos entretiene con las historias de los “tres blases” que en la comarca se veneran, y que son el San Blas de Sebaste, el de Oreto, y el del Tovar, tres leyendas en torno a un personaje, y en las que la Alcarria y Cifuentes tiene solar, ermitas y ceremonias.
Otro de los prodigios que se hicieron famosos en la ciudad fue el avistamiento de una estrella poderosa y cambiante, que sobre el horizonte apareció, siendo vista desde el palacio del Infantado, en 1531. Andaba por entonces don Diego Hurtado de Mendoza, tercer duque del título, muy afectado por la enfermedad de la gota, progresivamente empeorando, y el avistamiento del cometa hizo a todos temer que era clara presunción de su pronto fallecimiento, como así ocurrió. Este cometa, que en su caminar por el espacio recurrentemente se ve desde la Tierra, apareció ese año de 1531 porque le tocaba, y así lo registró el científico alemán Pedro Apiano en su “Astronomicum Caesarum”, reproduciendo adjunta la página en que se describe, y que venía a decir que “es como una estrella grande, con tres rayos de fuego, que al parecer eran tan anchos como una mano, y tan largos como una lanza de armas”.
Los milagros de Auñón
Son muchos los que siguen acudiendo en los días de su fiesta a la ermita de Nuestra Señora del Madroñal, en término de Auñón, erigida sobre un peñascal a orillas del embalse de Entrepeñas. Tradiciones e inventos, historias ciertas y sueños recopilatorios envuelven su devenir que, eso es seguro, tiene ya más de ocho siglos. Fray Bernardo de Cartes, en 1721, escribió sobre ella, haciéndola fundación del rey Alfonso VII en 1137, trasladándose de lugar, y poniéndose donde hoy la vemos, en la Edad Media. Las “Relaciones Topográficas” de Felipe II en 1575 hicieron constar los milagros que en la ermita se producían a menudo, y fue un franciscano alcarreño, fray Miguel de Yela y Rebollo, en 1667, quien nos dejó un libro manuscrito en que con todo detalle escribió los milagros sucedidos en aquel edificio y su entorno, de tal modo que hoy puede considerarse la enciclopedia milagrera de la Alcarria más completa y sorprendente.
Lo tituló fray Miguel “Aparición y milagros de Nuestra Señora del Madroñal”, y en su relación abundan prodigios que a la fe ciega de nuestros mayores debían deberse. Muchos de ellos obrados a través del aceite de las lámparas que escoltaban a la primitiva imagen. Esa capacidad milagrera del aceite (alcarreño) lo compartía con la Virgen de Monsalud, junto a Córcoles, con cuya advocación la del Madroñal comulga en sus orígenes. Quizás lo más llamativo de esta relación sean los casos de posesión demoniaca y correspondientes exorcismos que el franciscano relata. En su mayoría son chicas, o mujeres, de la comarca, que ven al diablo en forma de jóvenes que las pretenden, o bien sienten graves afecciones de melancolías y aprietos del corazón, que las llevan a pedir ayuda al fraile, quien para todo tenía remedio. El más famoso de los casos es el de la niña Gregoria Sebán, de 13 años, que poseída por el demonio llegó a sufrir una herida en el pecho que el fraile dibujó en su manuscrito. Curada por sus exorcismos, meses después desapareció la marca. En todo caso, es divertido leer lo que Ángel Arroyo nos cuenta en su libro acerca de este verdadero espectáculo de milagros, diablerías y rayos destructores que en torno al Madroñal de Auñón se desatan, y que han merecido un homenaje poniendo la imagen de la Ermita y su entorno en la portada del libro.
Los corporales de Tartanedo
Aunque con cierta frecuencia, el viajero por España se sorprende al ver que en diversas iglesias, ermitas o casas particulares quedan paños en los que se ven todavía pintadas en rojo las huellas redondas de Sagradas Formas que recibieron vejación y ultraje, es la de Tartanedo una de las mejor documentadas.
En su retirada y derrota, las tropas del archiduque Carlos (de Habsburgo) en la guerra de Sucesión que las potencias extranjeras desplegaron por nuestra patria a principios del siglo XIX, pasaron por Tartanedo, en el señorío de Molina, y que entonces estaba en el Camino Real de Aragón, destruyendo y profanando. Sacaron las sagradas formas del sagrario parroquial, y las desparramaron por el suelo. Un vecino las recogió y envolvió en un paño, y poco después comprobaron todos con asombro que habían dejado una marca rojiza y redondeada, tal que si hubieran sangrado. Hoy las guardan en una especie de copón dorado, en la parroquia, con una nota que el cura escribió dando cuenta del milagro. En Daroca pasó algo por el estilo. Y en Maranchón, y en Barbatona…
Esta de Tartanedo adquirió más fama porque el propio rey Felipe V (de Borbón) a su paso por Tartanedo, paró a contemplar el objeto del milagro, y lo ponderó mucho, pidiendo que en adelante se mostraran y divulgaran estos acontecimientos. No hace muchos días que pasé, una vez más, por Tartanedo, y entré en su iglesia, hoy maravillosamente restaurada y resplandecientes sus docenas de piezas artísticas, como un museo brillante. Allí siguen “los corporales de Tartanedo”, expresión máxima del prodigio. Y (aclaración conveniente) nuevo testimonio, entre otros muchos, del crecimiento de la bacteria “Serratia Marcescens” sobre depósitos de harina (que es de lo que están hechas las “Sagradas Formas de la Comunión”) cuando se juntan mucosidades de origen humano sobre un paño, y la bacteria segrega la “prodigiosina”, sustancia roja que se parece mucho a la sangre humana. Y que una vez seca, da memoria del prodigio. Leyendo estas cosas, y sabiendo sus entretelas, de verdad que uno pasa la vida entre divertido y asombrado.