
POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)

Tenía que traer aquí las palabras de Santiago López Navia sobre los “Soliloquios” de Feli Reimóndez, poeta exquisita, más que los vanos y otoñales balbuceos míos, porque el ojo crítico humanista del catedrático cervantista que ejerce su magisterio doctoral en el Trinity College de San Sebastián de los Reyes, y antes en la Institución Internacional Universitaria SEK, es muy superior al de este “pobrecito escribidor”, sin duda alguna.
Pero, pues la poetisa ingenua que juega y compone con las expresiones y suspiros que le brotan de la cabeza y el corazón unidos un tejido azaroso de múltiples insinuaciones, me lo demandó, aquí me tienen presentándola como a una góndola que sortea las venecianas aguas umbrosas de la depresión, que dice su verdad al que quiera escucharla aunque sea el lucero del alba, que se sumerge en sí misma para que nos identifiquemos con su soledad helada, que no da puntada de dardo ardoroso sin hilo metafórico que la multiplique, que se entrega en carne y hueso a la solidaridad más amable y desasida, que sentencia lo que le sale de los ovarios porque ha vivido hasta la saciedad del amor y el dolor.
Es Feli un “ave Fenix” ( o Félix”, felicidad), una rara avis en el tumultuoso panorama lírico español y no sólo segoviano, por el que vuela y sobrevuela su alma lírica inconmensurable y blanca de toda blanquedad.
Ella está a lo suyo, que es el crear impertinentemente, día a día, flores de óleo y a la acuarela, y flores de versos que se esponjan línea a línea por el papel y en las ondas digitales, desembuchando todo lo que le acontece, todo lo que le toca la delicada piel del pensar y el sentir por las cosas heridoras de la existencia sin consistencia, las cuales no acaba muy bien de comprender, no las comprenderá nunca, pero las disculpa.
Como esas alabanzas necesarias ya figuran en el prólogo-portal de “la mitad de mi alma” que es el susodicho cátedro Santiago López Navia, os invito a que luego, a solas con vosotros mismos, las repaséis, cuando dejéis de escucharme y os acerquéis a que os dedique el libro, un libro que reposará en vuestra mesilla de noche para la mano de nieve que sabrá asirlo y hojearlo, y “soliloquiéis” con ella y con él, el libro, para macerar vuestro espíritu, como se macera una buena sustancia de conjuntos vegetales y frutales al alioli. Aceite curandero que no falte, para restañar heridas.
En sus palabras descarnadas, en las palabras envolventes de Feli, nos retratamos todos, nos retrata ella, vital como ninguna y atormentada también. Le duelen la insensatez, la desventura de los hijos e hijas de Eva, la carcasa intolerante de los ricos sin provecho comunitario, la banalidad de las conversaciones intrascendentes, la acidez de las envidias vecinales, el non sense del encogerse de hombros ante lo que pasa, y etc., etc.
Los “Soliloquios” ya son vuestros tanto como de Feli. Ateneos a sus consecuencias. La literatura, y su esclava la Poesía todavía más, obra por arte de magia y acabará explotando con el tiempo que todo nos lo fía, lentamente, sobre vuestro corazón y vuestra conducta posterior. Así lo espero.
Con indomable tesón y tenacidad pertinaz, Feli Reimóndez ha construido su propia estatua de artista, que permanecerá en la calle a la vista del pueblo paseante, paseantes todos somos en búsqueda y hallazgo de la eternidad que nos merecemos. Porque, si no, ¿para qué estamos plantados aquí?
Esta mujer creadora de senderos germinales que tenemos delante, nos indica el camino y nos indica hasta la huida de nosotros mismos para derramarnos y enramarnos con los otros, con los demás universales, si queremos y lo intentamos de verdad. Al principio y al final, todos iguales.
Acabo de describir el fondo de almario de esta poeta sensitiva. Ahora deleitaros y entreteneros con sus diversas formas métricas, tan atrayentes como subyugadoras, breves pero profundas, rimadas o libres, a voleo…, y echaros a andar y leer. Tomad como tapa o aperitivo que os sirve en la bandeja de plata de sus insomnios y desvelos, los siguientes versos de oro, tallados como esmaltes:
En esta gran empresa que es la vida
yo suelo revertir cuanto poseo;
después ella me da, como un banquero,
lo que haya estipulado su codicia.
Cicatrizan las rosas agredidas
por las aspas sutiles de la ortiga,
y después, generosas, se aproximan
a escanciar su perfume en quien las hiere.
Cuando robo a la aurora su silencio,
como un pavo real veo mi cola,
me nace un arco iris de ojo a ojo,
campanillas de plata en la garganta.
¡Qué alegría saber que mis poemas
acarician tus ojos amorosos
y temblando se escapan de tus labios!
Pues ya está. Ustedes seguirán.
Muchas gracias.
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