POR JUAN CUÉLLAR LÁZARO, CRONISTA OFICIAL DE FUENTEPIÑEL (SEGOVIA)
Han pasado ya las dos primeras semanas de confinamiento con el que estamos intentando frenar y hacer frente de alguna manera a esta terrible epidemia generalizada del COVID-19 que nos está asolando. Y las cifras de infectados y de fallecidos, a pesar de todo, no han dejado de ir de mal en peor. Pero esto ya lo sabíamos que iba a suceder cuando se tomó la decisión de decretar el estado de alarma porque los resultados de la medida no se iban a ver a corto plazo sino a medio o incluso a largo plazo, como está sucediendo o esperemos que suceda pronto en Italia, el país en cuyo espejo, para nuestra desgracia, nos hemos estado mirando para tomar las decisiones que hemos ido adoptando nosotros.
Cuando afrontamos la tercera semana de clausura de las cuatro decretadas de momento por los que están capacitados legalmente para hacerlo (y digo de momento porque todos sabemos y somos conscientes de que van a ser más), nos aferramos a cualquier dato o atisbo positivo y de esperanza que nos haga más factible sobrellevar esta situación tan extraña y desconcertante por lo novedosa y por la gran dosis de incertidumbre que conlleva. Para ello nos zambullimos en los medios de comunicación y en las redes sociales de forma compulsiva como si no hubiera un mañana. Y yo mismo, en cierta manera, también lo hago, lo confieso. Y en los unos y en las otras nos podemos encontrar de todo, de todo lo bueno y de todo lo menos bueno. Lo bueno es lo que nos sirve y nos ayuda para seguir adelante día tras día, aunque se nos haga duro. Y entre lo no tan bueno, que es bastante, a mí me llaman poderosamente la atención todas esas personas que obviando o ignorando que el problema que tenemos encima es común a todos y no entiende de fronteras, razas o ideologías, siguen instalados como lo han estado siempre en su trinchera o en su barricada parapetados detrás de unas siglas (da igual si los que las están representando en este momento son unos genios o unos perfectos inútiles), y desde ellas disparan a todo lo que se menea parapetado detrás de las otras siglas sólo porque representan al enemigo ideológico y sin preocuparse de si tienen algo bueno que aportar aunque sea diferente a lo que ellos piensan.
Y así te encuentras con unos que echan en cara a los otros todo tipo de insidias y de acusaciones con tal de dejarle en evidencia o de restregarle su ineptitud y las miserias de su pensamiento. Me llaman especialmente la atención tantas y tantas noticias como se extienden de forma automática por las redes a base de ser reenviadas y compartidas, y en las que no perdemos ni un segundo en intentar comprobar si son verdaderas o si son falsas. Quizás el recurso más utilizado estos días por los unos para disparar sobre los otros sea todo lo relativo al 8M y a la conveniencia o no de su celebración, a lo que los otros les responden que también se celebraron no sé cuantos miles de misas y de partidos de fútbol, congresos y reuniones multitudinarias, sin caer en la cuenta de que se están pegando un tiro en el pie ellos mismos pues también de la celebración de todos estos eventos fueron responsables los mismos que autorizaron el 8M y todos los eventos (misas y partidos de fútbol incluidos) que se celebraron la semana anterior y que nunca debieron de tener lugar si los que tenían ya información suficiente (o se supone que la debían de tener, que para eso cobran y están) de lo que se nos avecinaba y tenían capacidad legal para prohibirlo, hubieran hecho caso de los avisos y recomendaciones de las autoridades sanitarias competentes en este caso, es decir, de los técnicos de la Organización Mundial de la Salud, que se cansaron de repetirnos entre otras cosas sobre la necesidad de hacer test y más test de forma masiva a la población para saber quién estaba realmente infectado y evitar que se siguiera propagando el bicho, y no de los técnicos colocados apenas unos meses antes a dedo como cargos políticos, de cuya competencia cada vez me asaltan más dudas vistos los resultados obtenidos con sus decisiones.
Aunque todavía no he escuchado a ningún responsable político reconocer que la declaración del estado de alarma se decretó demasiado tarde, según opinión bastante generalizada entre la gente de a pie y de muchos técnicos y críticos de opinión por lo que se ve y se lee por ahí (entiendo que otros puedan pensar que se tomó a tiempo), voy a ser políticamente correcto y a aceptar que se retrasó pensando en el enorme perjuicio que si se adoptaba se le ocasionaba a nuestra economía, y por eso se apuró tanto, algo que a mí de ninguna manera me convence si vemos cómo otros países sí adoptaron alguna medida similar, incluso de forma casi preventiva, porque parecían prever la hecatombe, y cuando en Italia también se habían visto ya obligados a hacerlo. Y cuando finalmente se decide aplicar el estado de alarma se hace de forma tan laxa y dejando tantos resquicios a la picaresca y a la mala fe de los malos ciudadanos que de nuevo ha sido necesario ajustar las medidas restrictivas para intentar frenar un poco antes esta catástrofe humanitaria nacional.
Da la sensación de que las personas que están intentando gestionar la situación (no me cabe duda de que con la mejor intención) van dando palos de ciego y a remolque de unos acontecimientos que un día sí y otro también les desbordan, algo que de forma incomprensible también se ha generalizado en otros muchos países supuestamente civilizados y tecnológicamente más avanzados que nosotros. Pero el mal de muchos a mí no me consuela. No somos capaces de prever lo que parece previsible y de escarmentar en cabeza ajena.
Pero en lo que no puedo ni quiero ser políticamente correcto es en todo lo relativo a la adquisición y distribución de los bienes de equipo y de los medios y materiales sanitarios necesarios para luchar contra la pandemia pues está resultando patético y sería para echarse a reír si no fuera por la gravedad del problema al que nos enfrentamos. El Gobierno Central por un lado y cada autonomía por el suyo están intentando gestionar la compra de todo este material como buenamente pueden en los mercados mundiales, no descarto que incluso haciéndose la competencia entre sí. El bueno de Gila, que en gloria esté, no hubiera sido capaz de diseñar un guión tan apropiado para sus guerras de juguete: lo de los test defectuosos me recuerda a su cañón sin agujero, por cierto.
Y yo me pregunto, y no me importa volver a ser políticamente incorrecto y a que me disparen desde las dos trincheras citadas, si no hubiera sido mejor haber intentado un Gobierno de concentración entre las principales fuerzas políticas para abordar una solución común para un problema común. No sería la primera vez que se hiciera en la historia de nuestro país, y no descarto que hubiera tenido más éxito que lo que se está acordando hasta ahora en los que llaman consejos de ministros, centralizando el problema y planificando su solución a nivel nacional, y repartiendo de forma solidaria y donde más se necesite en cada momento todas las herramientas de que se dispongan (hospitales, test, mascarillas, batas…). Y después, y una vez solucionado el problema humanitario, pues ya se vería y se abordaría el tema político.
Y por no alargar más este escrito y centrándome en lo que realmente me interesa haciendo bueno el título que le encabeza, sólo quiero reiterarme y ratificarme en lo que el pasado día 18 de marzo escribí en estas mismas páginas de El Adelantado de Segovia en mi artículo Los imprescindibles, dedicado a todos aquellos profesionales de la sanidad y demás gremios o sectores de primera necesidad (agricultores, ganaderos, bomberos, transportistas, cuerpos de la seguridad y orden público, profesores, científicos, ingenieros, …) que hacen que todo esto funcione. En cuanto a la gente que vive de la política (¡son tan pocos, lamentablemente, los que se hacen acreedores al título de político, entendido el término como ese representante del pueblo que vela por el interés general de los ciudadanos y se mantiene íntegro e intachable dentro de una ética profesional de servicio al pueblo y no hacia sí mismo!), habrá que revisar las cuotas y ratios y ver si en un Estado moderno como el nuestro son necesarios tantos diputados, senadores, cargos de confianza, cargos de designación directa, consejeros, asesores, observadores, políticos pensionados in aeternum,… que son habitualmente una gran carga pública y que llegados los momentos críticos como el que atraviesa nuestra comunidad actualmente, sirven para bien poco en su mayoría pues son esos profesionales imprescindibles citados, en estrecha colaboración con el pueblo llano, para entendernos, los que acaban solucionando el problema con su aportación abnegada, solidaria y desinteresada, como se está demostrando en todos los puntos de España en la lucha sin cuartel que estamos manteniendo con esta pandemia.
Y es que nunca viene más a cuento esta frase, que en ocasiones han aprovechado como eslogan de forma populista y torticera algunos aspirantes a políticos, y que tanto se oye en momentos tan cruciales como éste de que “Sólo el pueblo puede salvar al pueblo”.
Fuente: https://www.eladelantado.com/