ARTÍCULO DEDICADO A BIZEN D`O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA COMARCA DE LA HOYA (HUESCA).
Incansable estudioso de la Historia, la Lingüística y la Antropología aragonesa, su reconocida labor ha permitido rescatar innumerables aspectos perdidos de la vida en la provincia
SU ABUELO Mariano Martínez decía que por sus venas corría más tinta que sangre, una declaración que hace suya Bizén d’o Río Martínez (Huesca, 1945), que incluso aprendió a leer con letras de imprenta y que ha consagrado buena parte de su vida al estudio de la historia, la lingüística y la antropología aragonesa.
Son innumerables sus trabajos, colaboraciones y también publicaciones, porque, como le inculcaron su abuelo y Federico Balaguer, “las investigaciones hay que darlas enseguida a conocer y la mejor forma es publicar para que la gente sea consciente de la historia y lo
que sea que está aconteciendo”.
Así, la Nueva España y Diario del Altoaragón han sido parte esencial en su vida y medios para difundir sus trabajos. Su amplia labor ha sido varias veces reconocida, como con el Premio Nacional de Investigación, la Placa al Mérito Turístico de Aragón y la designación de
Aragonés de Mérito. “No le doy más importancia que la de seguir trabajando. Me gusta trabajar por los demás”, dice. Y así lo hace también como cronista oficial de La Hoya de Huesca.
Mariano Martínez, siempre unido a la prensa, hizo la reconversión del Diario de Huesca y del de Avisos de Zaragoza y pidió al padre de Federico Balaguer un local en la calle La Palma para, junto con Gazo, poder dar a luz el periódico Pueblo, que tuvo que abandonar el 18 de julio de 1936 tan rápido que se dejó la chaqueta y la documentación. Más tarde volvió a Huesca para poner en marcha la Nueva España. En este ambiente se crió Bizén d’o Río, ya que Mariano Martínez siempre estuvo “muy pendiente de sus nietos”, y especialmente tenía afinidad con él.
“Estoy muy ligado a la prensa y soy quien más ha escrito y publicado sobre el tema”, destaca. Tras estudiar en Santa Rosa y Salesianos, a los 9 años fue a los Escolapios de Zaragoza, “el colegio de España que más académicos ha dado”, y estudió una carrera técnica para apoyar a la empresa familiar. Pero sus intereses iban por otro lado y ya en 1963 empezó a trabajar en su diccionario etimológico aragonés.
Respaldo no le faltó nunca en su devoción. Al morir su padre, Federico Balaguer se declaró tutor de los hermanos: “Ya no me dejó de la mano y prácticamente participé en todos sus trabajos y me incorporé de forma muy temprana al Instituto de Estudios Oscenses”, que más tarde dirigió. Pero tuvo otros profesores “de primera fila”, como Antonio Durán, Pedro Lafuente, Cecilio Serena y Pepe Cardús, a los
que recuerda con “mucho cariño por todo su apoyo”.
Sus investigaciones nunca han cesado. Tres años dedicó al trabajo “Sustratos de lengua aragonesa en el lenguaje medio conversacional de la ciudad de Huesca” (1972), que dio lugar a un grupo del que saldría el Consello d’a Fabla Aragonesa y el Rolde de Huesca.
Le siguieron el Diccionario de la Ganadería, la “Primera cartilla para los ninos” y un sinfín de trabajos como las series sobre aperos, los artículos breves denominados Buceando que publicó en Diario del Alto Aragón -donde dio a conocer multitud de temas de la historia altoaragonesa- o la serie sobre heráldica, que conformó el Diccionario de heráldica aragonesa, tema sobre el que continúa trabajando; actualmente tiene 580 manuscritos sobre genealogía y heráldica cubriendo una pared de su casa.
Uno de sus trabajos principales fue sobre el Camino de Santiago y los sellos de peregrino, a través del que aportó más de 900 documentos de los siglos VII al XI y fue “el primero en descubrir las espéculas”. Logró dar con distintos sellos que se había hecho en Padrón y halló
una importante pieza en los fondos del Museo Provincial.
Asimismo, recibió el Premio Nacional de Investigación por su labor de cuatro años para catalogar 7.000 piezas de cerámica. Un día que recuerda con especial emoción en el que estuvo arropado por su esposa, S.E. Bizén d´o Río Martínez. Aurora Soria Moneva, y sus hijos, Bizén, Salas, Beatriz y Antoi, a los que agradece que siempre le apoyen, un reconocimiento que hace extensivo a sus padres, Vicente y Pilar.
Su archivo es de un valor incalculable y cuenta con la biblioteca de su abuelo y los fondos de los periódicos que editó su familia, de los que se nutre en sus investigaciones, así como de innumerables fuentes, como la Real Academia de la Historia, de la que es miembro, al igual que lo es de la de Bellas Artes de San Luis y la española de Cronistas Oficiales, ya que ocupa este cargo en La Hoya de Huesca desde 1999, lo que supone estar disponible para solucionar cualquier consulta y seguir buceando en su raíz.
Huesca y su provincia son para él una “bendición” por su historia y lo mucho que queda por descubrir. También por su gente. “Mi abuelo decía que nacer en Huesca es un sacramento que imprime carácter, y es verdad”, considera. Los altoaragoneses “somos especiales –
agrega-. Nos damos con una intensidad que no es habitual en el resto de España. Eso nos puede hacer débiles y que se aprovechen de nosotros, pero en el fondo todos pensamos que no debemos cambiar”.
Se declara cristocéntrico, marianista y laurentino, y lo que más le sigue conmoviendo es ver al Cristo del Perdón por las calles de Huesca la noche del Jueves Santo “con el lastimero son del Perdona a tu pueblo”; vivir la “catarsis colectiva” oscense el 10 de agosto y empezar el
día cada mañana saludando desde su balcón a la virgen de la Inmaculada.
Sus mañanas las dedica a la agricultura -un sector que opina que “debe ser el futuro de Huesca”- y las tardes a investigar. Pronto aportará datos sobre la presencia de la virgen de Salas en la batalla más importante de la España cristiana y anuncia enigmático un dato que tiene que confirmar y que no se ha manejado todavía sobre la prensa oscense. Tras décadas de estudio, no ceja en su labor por descubrir los secretos que todavía guarda la historia. ●