POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Verán ustedes. Un servidor, cuando joven, era «poco viajado», Colunga aparte, conocía Gijón, Oviedo y algo de Madrid.
Después, ya terminada la carrera, conocí Salamanca, Zamora… y hasta Peleagonzalo (en Zamora) donde guisaban conejos de monte que eran una exquisitez.
¡Ojo! Ya empiezo con conejos y esto va a traer cola.
Mi primer destino laboral y docente fue SAHAGÚN (por favor, no digan nunca «de Campos»), ciudad y municipio leonés, a la vez que partido judicial,que , entre otros, gravita sobre el municipio de CEA con las parroquias de Bustillo de Cea, Saelices del Río y San Pedro de Valderaduey, dependientes todas del monasterio de San Benito, de Sahagún.
¿Saben una cosa? En la villa de CEA pasaba largas estancias la reina doña Urraca, reina cuyo manto «de lujo» regaló a la Virgen Peregrina, de Sahagún.
Bueno, pues hete aquí que, pasados los años, trabajando ya en el Colegio de la Inmaculada, de Gijón, tuve una compañera, profesora de Lengua y Literatura, cuya familia era de los municipios gallegos de SAN CRISTOVO DE CEA y de Celanova.
Y, ¡qué maravilla!, fue quien me informó sobre el siempre afamado PAN DE CEA, patrimonio cultural y gastronómica de esa comarca gallega.
Actualmente el gallego PAN DE CEA goza de denominación IGP y, aunque se diga que el secreto de elaboración fue guardado celosamente por los cistercienses de Oseira, pues eso: son muchas las panaderías artesanales que lo elaboran.
El Monasterio de Santa María la Real, de Oseira, fue el primer monacato gallego que abrazó la reforma del Císter (año 1140) y, así lo cuenta el P. Flórez en su «España Sagrada», fue el propio San Bernardo quien envió monjes de Claraval para fomentar y difundir tal reforma.
Esta Monasterio, famoso por su entrega a enfermos, necesitados y peregrinos, gozó de un gran hospital y enfermería; a la vez que de una amplísima biblioteca sobre temas médicos y farmacéuticos.
Entre las más humildes formas de atención a necesitados estaba la llamada «sopa boba» o «sopa limosnera»; elaborada a base pan duro que se cocía en agua con sal, ajo y algo de tocino y un poco de unto.
Esta circunstancia obligaba a los monjes a elaborar buenas hogazas de pan siguiendo las costumbres ancestrales de Galicia y adecuando los hornos de piedra de granito a esta función. Desde los finales del siglo XIII la elaboración del PAN DE CEA en los fogones y hornos del Monasterio y ahora de todas las panaderías locales es fuente de tradición, de historia y de riqueza.
El PAN DE CEA tiene como ingredientes harina blanca de trigo del país, algo de harina de trigo «entero», agua, sal y masa madre para la fermentación.
No, no me pidan la fórmula porque no la se, ni creo que la llegue a saber.
Este pan, ya cocido, tiene una corteza gruesa y crujiente; una miga compacta y con pocos alveolos, y un intenso sabor a trigo.
Su forma puede ser alargada o semiesférica, presentando una singular hendidura en su parte central que, tal como se observa en la foto enviada por una antigua alumna mía, hoy profesora de inglés y componente del Orfeón Villa Condal, de Noreña, tal parece que recuerda «algo simpático».
Se cuenta -creo que fue Valle Inclán- que saliendo el general Narváez de despachar con la Reina Nª Sra. doña Isabel II, se encontró con el general O Donnell, al que «espetó»:
.- ¡Salgo tan enfadado que estuve tentado a darle a doña Isabel una patada en su real tafanario! «.
Pues eso, este pan de Cea me recuerda no sólo el tafanario regio, sino también unos versos que escribí en clase de Analítica a nuestro gran catedrático don Siro Arribas:
¡Maldito antimonio, no seas falsario!
Si al pobre don Siro , que en tu busca va,
te muestras esquivo, fugaz, solitario,
le das mil patadas en el tafanario
que el vulgo conoce por el «trianlará»
Lo entienden, ¿Verdad?
Y ahora, a preparar una sopina de ajo para saludar estos días al «vientu les castañes».
Pongan agua a hervir con un poco de sal y al romper el hervor añadan unas sopas finas de hogaza de PAN DE CEA (o de Taramundi, o de Ibias, o de León). Después de unos hervores sumen un sofrito de ajo laminado, una guindillina de Cayena y pimentón de La Vera.
Prosigan los hervores.
Añadan uno o dos huevos sin batir y dejen que escalfen. Sirvan de inmediato y muy caliente en cazuela de barro.