POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Olor y sabor de huerta para la compra doméstica en los puestos que mostraban el saludable oficio del rito de la venta. Frutas, verduras, leche, huevos, carnes y pescados. Sí, los quehaceres y los días de nuestra Plaza de Abastos. Corre entre los pasillos de las ausencias un dulce pregón que anuncia patatas, higos, sandías, tomates, pimientos, peras, sardinas, huevos frescos y carne de primera. También, en ella, hubo un tiempo en el que la seña Ramona, “La cacharrera”, vendía puntillas y tira bordadas, y los valencianos de Manises ofrecían cerámica a la clientela.
En el territorio de la Plaza de Abastos no faltaba un excepcional complejo de locales que vivían al amparo y cobijo de ella. Con sabor a amanecer y hasta que la Plaza levantaba bien alta la mañana, los cafés, sagradas instituciones que reunían una nutrida concurrencia. En aquellos templos te echaban el mejor café posible. Café con cuerpo y carácter. Y junto a ellos los churreros, quienes con dos palos, faenaban sobre el borboteo de la espiral de la rueda de churros friéndose sobre el aceite del anafre, que ahora remueven las nostalgias. (Fotos Visam).