POR JOSÉ MARÍA SAN ROMÁN CUTANDA, CRONISTA OFICIAL DE LAYOS (TOLEDO)
Sor Beatriz ha muerto hace pocos días, el pasado jueves. Durante gran parte de su vida terrenal, fue monja en el Real Monasterio de Santa Isabel de los Reyes, en Toledo, en el que desempeñó, hasta donde conozco, las funciones de archivera y bibliotecaria. Yo la conocí ya bastante mayor, en un ya iniciado proceso de encorvamiento progresivo por causa de la edad en el peso de la experiencia se manifestaba también en la forma y el movimiento de sus manos, en su voz y, sobre todo, en la firmeza y profundidad de sus conocimientos sobre la historia de su orden y de su convento. Tenía, a pesar de su vejez, una mirada clarividente y brillante toda de bondad, de esas miradas en las que sabes que quien te mira no te juzga, ni te escudriña, sino que te escucha atentamente como si le fuese en ello su tiempo.
No fueron demasiadas veces las que hablé con ella, pero sí más de dos y de tres. Y cada conversación con ella me maravillaba, porque se notaba a cada palabra que su devoción, sin embargo, se mantenía joven como el día de su profesión religiosa, como si viviese cada día como el primero de su vida monástica.
Quizá era la seguridad que albergaba en lo más hondo de su bosque interior la que, más allá de las dificultades físicas, le hacía estar en forma.
Pude conocer a Sor Beatriz gracias a mi querido amigo Juan José Fernández Delgado, que me la presentó en una de las visitas que hizo a Santa Isabel para conocer de primera mano la historia de aquel lugar y los detalles de la extraordinaria exposición de objetos traídos de Filipinas que custodian y enseñan con tanto esmero y dedicación.
Visitas que no fueron ni una ni dos, en las que acompañé a Juan José para que tomase el sinfín de notas que pudo recopilar para escribir una parte de la que después sería su novela ‘Toledo: la prodigiosa voz de su llamada’. Y fue por ella por quien yo conocí mínimamente el perfil más que interesante de Sor Encarnación Heredero, Abadesa que fue de la Comunidad y cuya erudición y trabajo intelectual le concedieron el poder ser la primera mujer toledana en lucir la medalla de Académica Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.
Con su muerte, la ciudad de Toledo ha perdido a una mujer tan buena como brillante, tan devota como discreta.
A Sor Beatriz la conocimos quienes tuvimos alguna relación con el Monasterio de una u otra manera. Me queda de ella un imborrable recuerdo cargado de afecto, en el que su enciclopédica intelectualidad era solo un apartado más de su vida en comparación con su bondad y su generosidad. En Sor Beatriz personalizo hoy a todas las religiosas de la ciudad, que ven paulatinamente vacíos los conventos sin que, aparentemente, exista un remedio para ello.
Son fundamentales las vocaciones religiosas para el mantenimiento del patrimonio religioso y conventual, tanto material como inmaterial. Y, para ello, es necesario que la sociedad civil comprenda el valor añadido que desde los conventos se proyecta a Toledo. Defender el patrimonio conventual no basta con buenas palabras o fotografías terapéuticas para las conciencias. Requiere muchos pasos más.
Porque hoy ha sido Sor Beatriz quien ha abandonado este mundo, pero el ocaso conventual sigue irremediablemente imparable, bien sea por traslados de monjas o por su fallecimiento.
No seremos una ciudad verdaderamente inteligente hasta que no integremos la vida conventual en la vida de la sociedad toledana más allá de turismo y de cultura ‘de a ratitos’.
Les ruego, queridos lectores, una oración por su alma. Descanse en paz, Sor Beatriz.
FUENTE:https://www.latribunadetoledo.es/Noticia/ZA61081AA-CAD4-386E-B8FD95D1D9921619/202211/Sor-Beatriz
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