SUCEDIÓ HACE 25 AÑOS: CAMINO SIN RETORNO
Nov 18 2015

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

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Hace unos días me encontré a un viejo amigo sentado sobre el quicio de una acequia. Me acercé, y al oír mis pasos, levanta la cabeza, se quita el sombrero de paja y se atusa los cabellos despeinados y mojados de sudor.

¿Qué haces aquí?- le pregunto. Mira, estoy esperando que me den el turno del agua para regar estos árboles que están abrasados de tanto calor. Y tú, ¿adónde vas?, me dice.

Iba a jugar un partido de tenis pero el compañero con quien estaba emplazado a jugar no ha podido presentarse. Le ha salido un compromiso inaplazable y le ha sido imposible venir. Al regresar te he visto sentado y he venido a estar un rato contigo.

Le miro con fijeza y le observo serio y preocupado. No puedo resistir la tentación de preguntarle lo que pasa por su mente, en esos momentos, que le tiene tan ausente. Vuelve a tomar el sombrero por el ala, levanta la cabeza y mirándome de frente responde: ‘Joaquín; escúchame: estoy seriamente preocupado. He perdido la ilusión y mi vida carece de sentido’.

Se permite una pequeña pausa y la aprovecho para otear a su alrededor. Empuña una azada que utiliza para las labores de la huerta, pero a su lado hay un sinfín de colillas de cigarro que forman un cerco alrededor de su aposento. Exhala un suspiro muy sonoro y se moca la nariz, señal inequívoca de que las lágrimas estaban a punto de aflorar pues sus ojos estaban húmedos y brillantes. Se toma una ligera pausa, respira a fondo y comienza a contarme:

“Escucha Joaquín, tengo tres hijos como tú bien sabes, y siempre han sido el norte de mi vida. El mayor comenzó sus estudios y ya ha conseguido un buen empleo; es un encanto de criatura. Mi segundo hijo cuando tenía catorce años comenzó a salir en pandilla con unos amigos y se aficionó a fumar porros. Cuando iba al colegio era un chiquillo modelo- normal, diría yo- pero al empezar en el Instituto comenzaron los problemas. El primer curso no aprobó y el siguiente, que repitió, todo eran notas del tutor en las que sancionaban el mal comportamiento de mi hijo.

Le habían cogido pinchándose, no asistía a clase y perturbaba la convivencia de los demás alumnos. Acabó expulsándolo del centro. Mi hija, dos años menor, siguió el mismo camino y también fue expulsada del centro.

En casa era un verdadero calvario. Mi mujer lleva siete años que no hace nada más que llorar. Los objetos de algún valor nos los han quitado- y mal vendidos- para adquirir droga. Nos chillan, nos desprecian y nos amenazan- incluso con armas blancas-, para que les demos dinero que no tenemos y que apenas nos llega para seguir adelante. ¿Qué mas quieres que te cuente, Joaquín?

En este momento, agacho la cabeza, pensativo, y no tengo palabras para contestarle. El silencio es mi mensaje. Cojo un palillo pequeño, a modo de pincel, y comienzo a escribir en el suelo. ¿Qué querría yo escribir?… No lo sé. Al poco levanto la cabeza y titubeo al mirarle de frente, pues no se cual será su situación. Me conforta comprobar que está sereno, sólo en apariencia, aunque la procesión va por dentro.

Parece un poco más distendido y mientras charla toma otros derroteros. De pronto asoma el guardia que controla los turnos del riego y le dice: ‘Ha habido un corte de fluido eléctrico y llevamos una hora de retraso; disculpa la demora’.

Le ofrece un cigarrillo a la vez que acepta la situación sin mayores problemas. Cuando se aleja para avisar a otro regante de dicho evento y nos quedamos solos, me mira con fijeza y me dice: ‘Joaquín, tu tendrás cosas que hacer; márchate. No, estoy muy a gusto y relajado y he llegado a la conclusión de que lo que tengo que hacer ahora es estar contigo. Charlar contigo y disfrutar de la naturaleza. ¿Te parece poco deleite contemplar este paisaje lleno de árboles, oír el trino de los pájaros, ver el agua discurrir por esta acequia, respirar aire sano en el ocaso de este día veraniego y… y estar contigo? Sí, estoy disfrutando. ¡Lástima que tú no puedas sentir lo mismo!

¿Si Joaquín, si. No solamente estoy disfrutando- porque esto es algo abstracto, es la mejor medicina que puedo tomar en estos momentos: lo necesitaba. Ahora que he sacado parte de lo que durante años he llevado guardado, porque no he tenido interlocutores válidos, voy a seguir contándote, Joaquín. Hace dos veranos se marcharon de casa- decían que a trabajar en un hotel.

Durante tres meses no supimos nada de los pequeños, hasta que un día recibimos un aviso de la Guardia Civil y nos decía que mi hija estaba detenida. Durante unas horas dudé si marchar a las islas o quedar en casa.

Hice un esfuerzo, o salió de mi rol de padre, y decidí ir. Cuando llegue me encontré sentada en un rincón los despojos de mi hija. Mal vestida, demacrada y con los ojos vidriosos, estaban arrumbados los “encantos” de mi hija. Cuando la reconocí- ella no hizo ningún ademán en acercarse- pasé al despacho del agente y me leyó los cargos que recaían sobre ella: drogarse en vía pública, robos, tenencia de drogas, prostitución, etc. No podía levantar la cabeza y mirar al agente. Era un hombre destrozado. Como es natural la trasladaron a un centro penitenciario. Joaquín- prosiguió contándome- sobre mi hijo pesa una orden de captura por tenencia de drogas, asalto a instituciones con armas simuladas- se supone- pertenencia a bandas delictivas, etc.

De él no se nada desde hace tiempo aunque me han informado que tiene Sida. Acaba de cumplir 22 años y morirá de la enfermedad o acabará en alguna redada en la que se encuentre involucrado. Mi hija tiene sólo 20 años y ya tiene anticuerpos. Su final será parecido.

Yo permanecía impasible. No tenía respuesta. ¿Qué le podía ofertar? Lo único mi presencia: estar con él en ese momento. No me dejó reflexionar cuando prosiguió diciéndome:

Mi mujer está totalmente destrozada- siempre está llorando-, mi hijo mayor sigue firme en su trabajo pero muy dolido por el comportamiento de sus hermanos y yo camino porque los pies me llevan. Parece como si existiera una fuerza interior que me impulsara, pero la verdad Joaquín que no tengo ganas de vivir, no tengo ilusión por nada. Tan es así que mi vida no tiene sentido y no me quito de en medio porque no tengo valor; porque soy un cobarde.

Desde el inmenso horizonte, en este día crepuscular, que se otea desde mi atalaya, solamente el silencio es mi respuesta.

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