POR JOSÉ ANTONIO AGÚNDEZ GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE MALPARTIDA DE CÁCERES (CÁCERES)
Ocurrió justamente hace 50 años, en vísperas de la Nochebuena de 1971. Un pequeño de apenas 18 meses estuvo perdido en la Sierra de San Pedro durante casi un día completo. El caso movilizó a un ingente número de vecinos de la cercana localidad de Puebla de Obando (El Zángano) que, a las órdenes de un destacamento de la guardia civil de Malpartida, pasaron día y noche batiendo lo más profundo de aquellos intrínsecos montes en su búsqueda. La singularidad del hecho transcendió a los medios de comunicación regionales, haciéndose eco en los días siguientes de la noticia. El protagonista fue el niño Antonio – ‘Antoñito’- Cabrera Doncel, hijo de Fernando y Josefa, familia de vaqueros de origen malpartideño que habitaban en unas dependencias de la finca ‘Casacorchada’.
Hacia las cuatro de la tarde del lunes 20 de diciembre, Josefa cosía sentada al sol a la puerta de la casa en compañía de su hijo, que jugaba con un borreguito ‘que había aparecido inopinadamente’. El padre, Fernando, después de comer, había regresado a sus labores. En un momento, la madre entró en el interior de la vivienda y al volver echó de menos al niño, comenzando su búsqueda. Antoñito, que era inquieto y andarín, no aparecía y Josefa empezó a preocuparse. Cercano a la casa pasaba un cordel por el que deambulaba gente que iba y venía a la Puebla y comenzó a preguntar a los viandantes, los que a su vez avisaron a otros pastores y familias que habitaban en las cercanías. El tiempo pasaba y la noche se echaba encima. Muy pronto la voz de alarma se propagó por toda la Puebla de Obando, acudiendo cada vez más y más vecinos para ayudar en la búsqueda. Habiendo tenido conocimiento la Guardia Civil del puesto de Malpartida de Cáceres, se presentó de inmediato un destacamento de cinco números a las órdenes de teniente jefe de línea, señor Ángel Campa, quien organizó las labores de salvamento. Mediante toque de campana, se congregó a los vecinos de El Zángano para que acudieran a colaborar en el rastreo, uniéndose en ayuda el alcalde y el médico de la localidad. Entre 200 y 400 personas, según los medios, se unieron a la búsqueda, cerrada ya la noche, sirviéndose de linternas -para lo cual se agotaron las pilas en existencia en los establecimientos del pueblo- y encendiendo hogueras con el fin de llamar la atención del niño y dispersar a los lobos -entonces los había-, zorras y otras alimañas, abundantes por aquellos lugares. Y es que éste era el temor: que un niño de tan corta edad, apenas vestido con un pantaloncito largo y un baby, pudiera sobrevivir sólo, en una noche gélida, a los animales de rapiña.
La familia malpartideña de Antonio y Josefa al conocer la noticia también se desplazó en el taxi de Juan Plata ‘Platina’ para participar en la búsqueda y acompañar a los padres, rotos por el dolor y la incertidumbre. La niebla de la mañana del día 21 tampoco puso fácil las cosas y era un impedimento más para encontrar vivo a Antoñito que debía haber luchado, además, contra el frío de la noche y la espesa bruma del amanecer. Todavía a media mañana el encargado de la finca, a la sazón el también malpartideño D. Marceliano Alcántara organizó una partida de hombres para que siguiesen indagando el paradero del niño. Se escuchó, incluso, que había disposición para mandar a una unidad de militares de Cáceres para que ayudase en las labores de rastreo.
Alrededor de la una del mediodía comenzó a escucharse que el niño había aparecido. La noticia corrió como la pólvora. Lo había encontrado un pastor llamado Eduviges en la finca ‘Casitas y Naranjo’, a casi cinco kilómetros de la casa donde el niño desapareció. Separaba ambos espacios una mancha llena de vertientes y espesa vegetación que impedía el paso, por lo cual, nunca se pensó en buscar allí pues se creyó imposible que un niño hubiera podido atravesar sólo aquel paraje. Eduviges encontró a Antonio cerca de un regato, junto a una ‘corrala’ o zahurda abandonada. No tenía ni un solo rasguño. El pastor cree que al resguardo de aquella edificación pasó la noche dormido, rendido tras intensos lloros y cansancio, pues llevaba paja de la que allí estaba entre el cabello y la ropa. Se dio cuenta de su presencia porque las ovejas hicieron una ‘espantá’ y el perro ladró. La criatura apareció asustada y empezó a llorar. Eduviges lo cogió y lo llevó al chozo, donde su mujer le prestó los primeros cuidados. Aún no se explica, -decía Enrique Romero, el periodista que cubrió la noticia en el diario Hoy- «cómo el pequeño pudo ni siquiera pensar en la conveniencia de cobijarse allí. ¿Quién lo llevó entonces? ¿Pasó alguien con él la noche?». Al propio encargado de la finca, cuando se le preguntó por la posibilidad de un intento de secuestro decía que era inimaginable, pues qué recompensa podía esperarse de unos padres humildes. Por eso, aunque nadie se explicó cómo Antoñito podía haber llegado al sitio donde fue hallado, todos acabaron llegando a la conclusión de que se trató de un milagro, pues en el campo suceden cosas ‘mu raras’. Los misterios del monte en el monte se quedan.
Hace unos días pudimos entrevistarnos con Antonio, el protagonista de aquella historia de hace 50 años, que vive y trabaja en Malpartida, casado con Toñi Rubio y son padres de una hija. Lógicamente refirió que no recuerda nada del hecho, dada su corta edad, más que lo que luego oyó contar. Sí guarda vagas y lejanas imágenes de algunos momentos correspondientes a aquellos días, como estar jugando sobre una cama, en una habitación de la casa, rodeado de mujeres que le miraban, o haber sido paseado en un tractor por los caseríos y el pueblo para mostrar la felicidad del hallazgo y el agradecimiento a todos por su colaboración. También cómo tras el suceso debieron ofrecer sus padres un novenario de acción de gracias, pues recuerda haber ido montado en burro en su compañía a una serie de misas que se aplicaban por él; al tiempo que Josefa, su madre, recibía donaciones en comida por parte de las vecinas como forma de resarcir el mal trago pasado. Aún de igual forma, nos narra que cuando encuentra a algún zanganero (habitante de la Puebla de Obando) ya mayor y le comenta quién es, siempre escucha decir: «¡Anda, joío, qué noche nos hiciste pasar!», señal de que el suceso quedó grabado en la memoria colectiva de aquel pueblo para quien esta familia tendrá deuda y agradecimiento eternos.
Indescriptible fue el momento en que Eduviges entregó el niño a sus padres. Desde entonces, el pastor pasó a formar parte de la familia y así lo atestigua que acudiera incluso invitado a la comunión de Antoñito en 1978. Lazos de vida más fuertes que los de sangre. Afortunadamente, tras duros momentos de sufrimiento y desazón, aquella Nochebuena de 1971 pudo vivirse de manera completa y feliz por una familia malpartideña. Que tengan ustedes, queridos lectores, una feliz Navidad y que en 2022 encuentren todos sus deseos y anhelos.