POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Corría el mes de junio, de 1916, cuando un ex-alcalde de Ulea y de profesión militar de alta graduación en los cuarteles del norte de África, Antonio Tomás Sandoval, se dirigió a las altas instituciones jurídicas, con la finalidad de que se hiciera justicia con un penado confinado en la cárcel del pueblo que era menor de edad, solamente tenía 17 años.
Pero ¿cuál fue el motivo de tal encarcelamiento de éste jovencito? Tomás Sandoval, tras unas exhaustivas investigaciones, tuvo conocimiento de que el joven encarcelado había confesado ser el autor del robo de unos pavos.
Este ex-alcalde ya anciano, a la sazón tenía 80 años, hizo gestiones ante las altas jerárquías jurídicas, esgrimiendo que era injusto mantener en la cárcel, durante 30 meses, a éste joven, por los autos que se le atribuyen y, él ha confesado sencillamente,» por ser un roba-pavos» pero sobre todo, «por ser pobre» y carecer su familia de dinero, para poder pagar las minutas de ningún jurista para que lo defendiera.
Sí, para un roba-pavos no había clemencia, ni por parte de las autoridades judiciales, policiales ni de las políticas ni, tan siquiera, de las eclesiásticas. El requirente Tomás Sandoval, que había sido un prestigioso militar y Alcalde del pueblo, durante 12 años, movió todos los resortes necesarios con tal de conseguir la liberación del reo.
En varias ocasiones Sandoval se enfrentó a las autoridades tanto locales como comarcales, «reclamando esa justicia». Ante todos los organismos posibles, reclamó con energía que no era de justicia que sediciosos, delincuentes peligrosos y «salteadores de las arcas públicas», camparan a sus anchas, en plena libertad, mientras que un jovenzuelo simple «roba-pavos» permanecía en la cárcel por el tiempo de dos años y medio.
Tras delicadas gestiones, consiguió que se revisara el caso judicial y, como fue de justicia para escarnio de autoridades, policiales, políticos y eclesiásticos, el joven encarcelado quedó en libertad.
- Antonio Tomás Sandoval, que falleció a los 84 años en su casa solariega del pueblo, cercana a su edificio emblemático de «El Gurugú», se sintió orgulloso, según contó mas tarde, de haber gestionado la liberación de este joven.
Tanto es así qué, poco antes de morir, llegó a decir: “he sido militar, con altas responsabilidades y Alcalde del pueblo durante más de una década y, durante ese tiempo, he tenido motivos para sentirme orgulloso de mi trabajo. Sin embargo, esta situación, ha superado a todas las demás”.