POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La fría mañana del día 17 de de diciembre de 1956, fue trágica para mi pueblo. El periódico “La Verdad de Murcia” del día 18 de diciembre de 1956, relata con minuciosidad los hechos, que llenaron de tristeza, al laborioso pueblo:
“A las 12 de la mañana, del día de ayer, cuando el obrero, Joaquín Cascales Ayala, de 42 años, se encontraba trabajando en el paraje denominado “La Rambla”, excavando en una cueva de láguena, tuvo la mala suerte de que le cayera un alud y quedara sepultado. Ese desprendimiento de tierras le dejó enterrado durante unos diez minutos; el tiempo que tardaron, los trabajadores que estaban junto a el, en desenterrarlo. Desgraciadamente, cuando le extrajeron, era cadáver. Para llegar a donde estaba su cuerpo tuvieron que desescombrar más de tres metros de tierra laguenosa, por lo que su muerte, según el médico forense, fue instantánea.
Los compañeros actuaron con suma rapidez, ya que el enorme ruido y la gran polvareda que ocasionó el desplome de tierra hacia presagiar lo peor: como así sucedió
A Joaquín Cascales Ayala el fallecido se le conocía en el pueblo como “El Aber-klin”,, tras hacer su servicio militar en África. La viuda, Isabel, quedó con cinco hijos siendo el mayor de 14 años y el pequeño de 18 meses. ¿Por qué las desgracias le ocurren, con mayor frecuencia, a los más menesterosos? Esa era la pregunta que se hacia en el pueblo y a la que nadie podíamos dar respuesta. Bueno, sí: porque es el tramo social más desprotegido.