POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
Aviva de nuevo el recuerdo buscando aquel tiempo en el que la hermosura engalana la mayor de las exaltaciones que enhebra con la plenitud de la vida. El regalo, la entrega, la aclamación, el obsequio de la fe más profunda, de la esperanza más firme y del amor más generoso. Estas flores, estos olores, esta luz y estos cielos de junio que llaman para que venga el Corpus de incienso, altar y romero. El día llama a segar juncias. El día llama al ajuar de los cajones de las cómodas antiguas para que la hermosura de las mejores colchas sea oreada en los balcones. El día llama a las macetas mejor cuidadas que habitan en la frescura de los patios. Hoy el paladar sabe a pan y vino. Hoy la impaciencia de los niños acaricia rosarios y estampas de primera comunión. Hoy, en esta tarde de Corpus, Dios anda entre nosotros.
Cuando el sol de la tarde vista la luz bajo un hondo cauce, llegado ese instante, retornará un ligero murmullo. Entonces aparecerá aquel sonido inconfundible del piano de doña Rafaela Guisado que llenaba la casa de la calle Peñas, saliendo su música por la ventana. Aquella música traspasaba el azul intenso de la tarde buscando el palio y la custodia, como una brisa aromatizada por la armonía de sus acordes “fructus ventris generósi, Rex effúdit géntium”. Y así, en estas horas, acaricio ahora el surco de la melancolía que el Corpus me abre hoy en la memoria.