Pertenece este lugar a la sesma del Campo, y es uno de los más importantes de ella. Se extiende en la suave falda de una elevación que otea amplias extensiones del páramo molinés. Lugar de común historia con el Señorío y la sesma a que pertenece, fue desde el siglo XVI asiento de una poderosa y acaudalada burguesía rural, entre la que destacaban las familias de los Hernando, Moreno, Crespo, Badiola, Ximénez de Azcutia, Utrera, y de las que salieron importantes figuras. Su gran término estuvo de siempre dedicado al cereal, y de sus grandes riquezas salieron los medios para que todos los vecinos llevaran una vida holgada, construyendo magníficas casonas de las que aún quedan algunos ejemplares, con sus correspondientes escudos conseguidos a fuerza de hidalga tenacidad, e incluso algunos palacios, y por supuesto, el gran caudal de obras de arte que llegó a poseer su iglesia parroquial.
Existió una torre vigía de magnífica estampa en lo alto de la colina en que asienta el pueblo, derruida hace pocos años. Varias ermitas distribuidas por el término, entre las que destaca la de San Sebastián, a la entrada del pueblo, que según la tradición y los antiguos cronistas, remonta su origen al año de 1185. Se trata de un macizo edificio de breves ventanillas de arcos ojivales y sencillo ingreso orientado a mediodía, con aspecto de haber sido reconstruido en siglos posteriores. En su interior destaca un gran artesonado de sencilla traza; coro alto a los pies, un pilón de bautismo, pequeño y muy viejo y tres altarcillos curiosos. El central, especialmente, llama la atención: es una obra del siglo XVI, cuyas tablas pintadas muestran las figuras de San Roque, San Agustín y San Jerónimo, y una leyenda que dice: «Mandaron lo hacer los muy illustres señores Jerónimo de Ribas vezino y Regidor de la Villa de Molina, y doña Isabel de Ureña y Ribas su muger, en servicio de Dios y de San Sebastian en Renobación de otro retablo que sus antepasados hicieron el año pasado de 15…». Eran estos señores los tíos de la Beata María de Jesús López Ribas, y se ocuparon de ella, acogiéndola durante su juventud en su casona de Molina. En esta ermita tuvo su sede, por lo menos desde el siglo XV, la Hermandad de San Sebastián, cuyas constituciones escritas en un bello pergamino de aquella época todavía se conservan.
Entre las casonas del pueblo, destacan la antigua de los López de Ribas, ya muy modificada, cuyo escudo de armas fue arrancado hace años; la de los Crespos, la de los Badiolas y alguna otra de gran empaque y severidad barrocas. Del palacio del Obispo Manuel Vicente Martínez Ximénez quedan mínimos restos. La obra más interesante que se conserva es el palacio del Obispo Utrera, en la costanilla de San Bartolomé. Se trata de un edificio de aspecto noble, aislado del resto de las construcciones, en muy buen estado de conservación. Tiene en su fachada principal tres niveles. En el inferior se abre el portón arquitrabado con dintel y jambas de sillar almohadillado. A sus lados, ventanas con magníficas rejas, y en las maderas luciendo los clavos y herrajes que su constructor le puso el primer día. En el segundo nivel resalta el gran balcón, también de sillar en almohadillado modo combinado, y un par de ventanas escoltándole. Arriba, un escudo nobiliario de la familia propietaria, y dos ventanillas que se corresponden con un camaranchón al interior. La mampostería noble de sus muros, el sillar bien tallado de las esquinas, y el eco de las pisadas de la calle transportan al admirado viajero a otro mundo diferente. El palacio es obra del siglo XVIII en sus comienzos, y lo construyó don Pedro Utrera Martínez, abuelo del famoso obispo de Cádiz a quien la tradición atribuye la erección del palacio.
A la salida del pueblo, tras la iglesia, existe una grande y bella fuente pública, de firme sillar, en cuyo frente se leen esculpidas con limpias letras romanas estas palabras: «Enmmanuel Vicencius Martinez Ximenez, Cesaraugustanus Archiepiscopus, cuius Natale solum Tartanedo Structo Fonte publicae utilitatis consultum… An. Dom. MDCCCXVI». Fue regalo del arzobispo de Zaragoza don Manuel Vicente Martínez a su pueblo natal.
La iglesia parroquial está dedicada al patrón del pueblo, San Bartolomé. Aunque toda su fábrica es obra del siglo XVI y otras reformas posteriores, queda parte de su primitiva estructura, concretamente en la entrada al templo: su portada es un bello ejemplo del estilo románico, del siglo XII, y consta de amplias arquivoltas lisas con una cinta externa de «dientes de león». Sobre las cortas columnas, se ven cuatro capiteles, algunos muy destrozados, y en otro se ve representado un monstruo de tosca factura. Al cruzar la portada de madera, en los escalones de acceso al templo, encontramos una lápida que muestra tallado un escudo de armas, y la leyenda «Aquí yace D. Pedro García Ybañez, vezino y natural de este lugar de Tartanedo. Murió en 30 de noviembre de 1711».
El interior es de una sola nave con marcado crucero y presbiterio elevado. Coro alto a los pies, y escalera de subida a la torre. Esta es un bello ejemplo de escalera de caracol, con los peldaños clavados en el muro, sin sustentación central, por lo que en el centro de la espiral queda un hueco que transmite la luz desde lo alto, produciendo un gran efecto. En la nave de la iglesia, cubierta de sencilla bóveda y cúpula sobre el crucero, se adosan diferentes retablos y se abre una capilla en el muro norte. Es ésta una estancia de elevada cúpula de sencilla crucería, sostenida en las esquinas por curiosas ménsulas antropomorfas, con arco apuntado para la entrada, sobre el que campea tallado escudo de los Montesoro, a los que perteneció la capilla, que fue fundada en el siglo XV. En su interior destacan dos lucillos para enterramientos, albergando sendas urnas de piedra sin más adorno. En la misma ala norte, se ve adosado, frente a la entrada del templo, un magnífico retablo con pinturas, obra del siglo XVI, dedicado a San Juan Bautista, con figura orante de canónigo a los pies. También otro retablo barroco más pequeño, pero con buenas tallas. En el ala sur, se ve el altar dedicado a nuestra Señora de la Cabeza, con un gran cuadro de mediana calidad, fundación todo ello, en el siglo XVII, de don Juan Ximénez de Azcutia. A continuación se ve un magnífico púlpito barroco en el que aparecen talladas las figuras de los Padres de la iglesia.