TE INVITO A UN PASEO POR LA VILLA DE TRUJILLO
Mar 12 2014

POR JOSÉ ANTONIO RAMOS RUBIO, CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO (CÁCERES)

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Es Trujillo una ciudad abierta, clara, confortable, regularmente bien urbanizada, apacible y que da una cierta sensación de bienestar de hidalgo campesino.

Así era y así es Trujillo: un centro de encuentro entre razas y culturas edificado sobre el cerro “Cabezo de Zorro” para dominar en llano unos límites que están rayados entre el Tajo y el Guadiana.

Trujillo es el antiguo Turgalium romano, nombre de raíz celta. Es la denominación latina del topónimo correspondiente al primitivo castro indígena. Los diferentes testimonios epigráficos y funerarios son prueba fehaciente que la Turgalium prerromana se convirtió, durante la ocupación romana, en una población de suma importancia tributaria de Norba Caesarina.

Trujillo aparece citado en el Anónimo de Rávena (siglo VI), que facilita el conocimiento de núcleos de población de esa época. En el Itinerario de Antonio (siglo III) se cita como un importante enclave desde Mérida hacia Zaragoza, a través de Toledo. Dato interesante porque denota la continuidad funcional urbana como cabecera de comarca.

Después de una época paleocristiana y visigoda, como queda constancia por los restos de una basílica, tras muros de la puerta de Coria; la dominación musulmana hace de Trujillo un importante enclave, que sólidamente fructificado, mantendrá una notable actividad, siendo testimonio de ella el mercado ganadero que se celebrara en la zona extramuros sobre la que después se habría de urbanizar la actual Plaza Mayor.

Hacia el año 900 se inician las obras del Castillo y en el siglo XI están definitivamente configuradas las murallas, cuyo aspecto -al igual que el del Castillo- se modificará después de la reconquista. Hay noticias documentales de la existencia de dos mezquitas, de las cuales se conserva algún resto.

En 1186 se inician con Alfonso VIII los primeros intentos de reconquistar la Villa. Entregada a las Ordenes Militares de Santiago y San Julián de Pereiro, pasaría de nuevo a manos árabes en la última década del siglo XII, hasta que en 1232 la villa es definitivamente recuperada por las huestes cristianas de Fernando III. Data desde entonces la devoción patronal de Trujillo a la Virgen de la Victoria, que, alojada entre dos torreones constituye su emblema heráldico.

A partir de entonces Trujillo comienza a conocer tiempos de prosperidad, fomentada por los reyes con repoblaciones, exenciones tributarias, privilegios mercantiles y otros incentivos propios de los tiempos y las necesidades gobernantes y unificadoras.

La ronda de murallas musulmanes que bordean la «ciudad antigua», conforman un recinto rectangular de mampostería y sillería jalonado por diecisiete torres dispuestas a intervalos irregulares. Siguiendo la línea de la muralla hacia el Oeste y aunque separada de aquélla por un pequeño escarpe del terreno, se encuentra la casa de los Altamirano, conocida como el «Alcazarejo».

La construcción del edificio la comienza Fernán Ruiz, partícipe en la reconquista definitiva de la ciudad, que consiguió abrir la puerta del Triunfo facilitando la victoria a las tropas cristianas. La cerca dispuso de siete puertas, de las cuales se conservan: la de Coria, la puerta del Triunfo, de la Vera Cruz, Santiago, San Andrés; y la de las Palomitas, restaurada en 1998. La Puerta de San Andrés, se abre en arco apuntado, está decorada con el escudo de la casa de Austria, obra de la remodelación que sufrió la puerta a principios del XVI.

Rebasándola entramos en la VILLA, allí se alza la Casa-fuerte de los Escobar, que constituyó el baluarte defensivo de la puerta de San Andrés. Fue fundación de Álvaro de Escobar, destacando en uno de sus ángulos su torre rectangular, de finales del siglo XV. Aquí nacieron María Escobar la primera mujer que llevó semilla de trigo y cebada al Perú, y fray Diego de Chaves, dominico que fue confesor de Felipe II y destacó en las sesiones del Concilio de Trento.

La muralla trujillana condicionó la aparición de un tipo de construcción nobiliaria en la que lo defensivo y lo residencial se aunaban para dar como resultado unos edificios macizos, rematados en murallas en los que las treinta y dos torres constituyen los elementos más peculiares de su fisonomía, alzándose orgullosas y que en primavera sirven de refugio a docenas de cigüeñas. Testimonios de estas casas-fuertes son el palacio de los Bejaranos y el Alcazarejo. Estos edificios serán renovados en su fábrica en el siglo XVI como consecuencia de la pérdida de su funcionalidad castrense.

El lienzo oeste lo cierra y lo abre la Puerta del Triunfo que cuenta con un curioso suceso legendario y trascendental para la historia de la ciudad. El 25 de enero de 1232, el obispo D. Domingo con los soldados de las Ordenes Militares vencen a los árabes, los soldados aclamaron a la Virgen con el Título de la Victoria por Patrona y especial abogada en la conquista de Trujillo. Desde entonces del Triunfo se llamó esta Puerta que flanquearon las tropas cristianas el 25 de enero de 1232. Para perpetuar este histórico hecho y en testimonio de agradecida veneración, el Concejo colocó una imagen de la Virgen en una hornacina cobijada por un tejaroz y practicada en el muro que se alza sobre esta puerta y ante la cual, todas aquellas noches medievales lucía una lámpara.

En el interior del recinto intramuros se conservan dos ejemplos del sistema de almacenamiento de agua de origen árabe. Dos sorpresas más en una villa llena de ellas. La Alberca, situada cerca de la Puerta de San Andrés, es de origen árabe. Se trata de un depósito de agua para diferentes usos, entre los que cabe citar el de abastecimiento de agua a los caños de San Lázaro y el Campo de San Juan por medio de una extensa conducción subterránea. Los Aljibes de la plazuela de Altamirano es el segundo ejemplo de sistema de almacenamiento de agua. Estos últimos, de tracería árabe, disponen de tres naves cubiertas con bóveda de cañón y seis arcos sostenidos por pilastras. Son obra del siglo VIII.

Continuando la visita a la Villa, y subiendo la empinada cuesta de la calle de las Palomas -nombre que recibe por tomarse como tales las tórtolas del escudo de la familia Rol, de la casa de los Rol, Zárate y Zúñiga que en dicha calle se encuentra. Esta casa solariega presenta una sencilla portada de arco apuntado y diferentes vanos, obra de sillería y mampostería de fines del siglo XV, en la que es preciso destacar su interesante patio de estilo gótico, como atestiguan los pilares, capiteles y tracería del antepecho de la logia.

En la misma calle y haciendo esquina con la de Naranjos se localiza la casa de los Chaves-Calderón, de la que es preciso destacar la portada y el balcón de esquina de la segunda mitad del siglo XVI, ejemplo de esta solución castellano-andaluza que caracteriza a los palacios trujillanos, obra del arquitecto trujillano Francisco Becerra, el gran constructor de las catedrales de Puebla de los Angeles, Lima y Cuzco. La puerta se cobija bajo arrabá y el balcón se flanquea con sencillas y clasicistas columnas sobre las que se levantan el entablamento; sobre este, un frontón aloja en su interior el también esquinado-escudo de la familias. Al lado está la casa natal de Francisco de Orellana, el descubridor del río Amazonas, recia obra de mampostería que se construye a principios del siglo XV. Presenta una sencilla portada de arco apuntado y diferente de vanos.

La iglesia parroquial de Santa María «La Mayor», está situada en la plazuela de Santa María, donde puede verse un busto en bronce de Francisco de Orellana, descubridor del río Amazonas. Constituye el edifico parroquial más importante de Trujillo. Se trata de una obra conformada a partir de diferentes épocas, comenzada tras la reconquista de 1232 y finalizada en el siglo XVIII con la construcción del camarín de la Virgen adosado al ábside. Iglesia alabada por todos cuantos la visitan. Objeto de múltiples leyendas y albergue de los más ilustres linajes que han formado el pasado originario de la ciudad.

El templo presenta en el exterior una notable variedad de volúmenes y alturas, destacan por su elevación las torres de las campanas y la conocida como «Torre Julia», de factura románica, reconstruida en los años setenta de nuestro siglo, tras haber sufrido las acometidas de los terremotos de Lisboa de 1521 y 1755. En su interior resalta el artístico coro renacentista, obra de Sancho de Cabrera; y el retablo mayor, la mejor obra del pintor gótico salmantino Fernando Gallego, en el cual intervinieron en la predela pintores de su taller como Francisco Gallego. En este templo están enterrados los principales conquistadores, hidalgos y nobles de Trujillo, destacando el sepulcro de Diego García de Paredes, al que le dio celebridad en el “Quijote” Miguel de Cervantes como el “Sansón Extremeño” por su fuerza física, fue un destacado militar en Nápoles como el Gran Capitán. La iglesia es testigo mudo de célebres acontecimientos como las honras fúnebres por el rey Juan II que congregó a los más importantes personajes de la realeza en Trujillo, junto a los Reyes Católicos.

Próximo a este templo se encuentra el convento de San Francisco el Real o de la Coria, nombre recibido por su proximidad a la puerta medieval de la muralla que conduce a la población cacereña de Coria. El edificio conventual fue fundado por disposición suprema, por Real Cédula concedida por Juan II, en Toro, a 28 de junio de 1426, en favor de Inés de Cristo, Marina Herrera y otras beatas acogidas a la Regla de la Tercera Orden Franciscana, en atención a los buenos servicios que los linajes a los que pertenecían la mayoría de las mujeres en él iban a profesar, habían realizado a la Corona de España. Aquí vivieron las religiosas hasta el mes de marzo del año 1809, fecha en la que abandonaron el convento con motivo de la llegada de las tropas napoleónicas a Trujillo.

Este convento fue testigo mudo hacia el año 1477 de la aventura sentimental de Gonzalo Pizarro -cuya hermana Beatriz era freyla- con Francisca González Mateos, hija de los humildes labradores apodados «Los Roperos», que era una humilde criada en el citado convento. Fruto de esta unión nacería Francisco Pizarro, el gran conquistador del Perú.

Desde el balcón medieval de este edificio, el visitante puede observar un impresionante paisaje campestre, virgen y agreste, resaltando al Noroeste un poblado calcolítico en la «Cerca de la Encina» y el evocador convento de los franciscanos descalzos de la Magdalena, de la reforma de San Pedro de Alcántara, que los frailes edificaran en 1603, procedentes del eremítico convento del «Santo Desierto de la Viciosa», situado en Deleitosa, eligiendo este lugar apartado para llevar a cabo una vida de gran austeridad y pobreza.

La estructura de la Villa tiene en la plaza de Santa Maria su principal centro urbano. Situado en una de las zonas mas elevadas de la ciudad antigua, hacia ella se encaminan quebradas y empinadas calles que unen a esta plaza con el resto de la ciudad intramuros. En torno a este nodo urbano se localizan las más importantes casas solariegas. Este es el caso del palacio renacentista de los Pizarro Hinojosa, señores de Torrecillas, y desde el 24 de junio de 1642 marquesado de Lorenzana, título concedido a don Álvaro Pérez Quiñones y Lorenzana, Gobernador de Panamá y Guatemala. Es un majestuoso palacio, destruido en gran parte por la francesada de 1809 reconstruido en la actualidad como sede de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes.

Frente a este antiguo convento gótico nos encontramos con el Palacio de Francisco Pizarro de Vargas. En este edificio nació Gonzalo Pizarro «El Largo», padre del gran conquistador trujillano Francisco Pizarro. Fue reconstruido por la Escuela-Taller del Excmo. Ayuntamiento en su totalidad en el año 1992 para habilitar en su interior un Museo, dedicado al famoso conquistador, que se ajusta a lo que fue la vida del Conquistador, y el espacio disponible se ha distribuido en dos grandes apartados. En la Planta Baja, la recreación de una vivienda de hidalgo español durante el siglo XV, y en la Planta Alta, una exposición dedicada a la vida y obra del personaje.

Se ha procurado que cada uno de estos ambientes tenga un desarrollo claro y sencillo, donde los objetos expuestos y el propio guión de la exposición faciliten al visitante su fácil comprensión. La mayoría de las piezas expuestas son originales, aunque en algunos casos se ha recurrido a copias de buena calidad para ilustrar algunos aspectos de la exposición que, de otra forma, hubieran sido difíciles de comprender.

Desde la calleja que parte del edificio de Gonzalo Pizarro, llegamos al Castillo árabe, por empinadas calles empedradas. Desde allí se divisa una amplia panorámica del, pueblo y sus alrededores. La ligera ascensión bien vale la pena para admirar de cerca los lienzos de sus murallas y torres. En la del homenaje se encuentra el altar de la patrona de Trujillo, la Virgen de la Victoria, una talla del siglo XVI que representa la advocación de la que abriera milagrosamente las puertas del Arco del Triunfo cuando Fernando III asediaba a los moros el 25 de Enero de 1232. El castillo, lleno de encantos y leyendas, se asienta en el cerro llamado «Cabeza de zorro» y en el siglo XIV fue utilizada como caja fuerte de los tesoros de Pedro I, guardado celosamente por su tesorero el judío Samuel Leví.

Desde allí se divisa una amplia panorámica de la ciudad y sus alrededores. Al NE. de la población pueden aún contemplarse las ruinas de la iglesia de Santo Domingo, que se encuentra en la actualidad en un deplorable estado y que hemos incluido en este itinerario histórico-artístico por el atrayente romanticismo de sus ruinas. Se levanta para atender las necesidades religiosas de una población de la zona, que constituyó una demarcación parroquial próspera hasta el siglo XVIII en que inició su declinar, y del actual barrio de Huertas de Animas. Es obra del año 1566 por Alonso y Francisco Becerra

Bajando desde el castillo en dirección hacia la Plaza Mayor, nos encontramos con la Iglesia de Santiago, obra románica en sus orígenes. Debe destacarse del interior la presencia de altares y enterramientos con estructuras arquitectónicas góticas y renacentistas; el retablo mayor del siglo XVII y el popular Cristo de las Aguas, denominado así ya que es la imagen que la ciudad de Trujillo saca en procesión en épocas de sequías, obra del siglo XIV.

Dentro de la arquitectura trujillana y como antesala de la Villa a la Ciudad moderna, es necesario referirse a una de las más impresionantes casas fuertes que formaban parte de la fortificación de la ciudad antigua, el Alcázar de Luis de Chaves, que defendía el acceso a la Villa a través de la Puerta de Santiago, la cual era custodiada por la torre de la iglesia parroquial y por la de la casa fuerte. Hospedó a los Reyes Católicos en sus visitas a la ciudad en 1477 -pacificación de la ciudad- y 1479 -durante la guerra de sucesión con la Beltraneja-.

Al morir Juan II de Aragón, cuyos funerales se celebraron en la iglesia de Santa María de Trujillo, los monarcas católicos se hospedaban en este alcázar, convocando el Consejo que reconoció a Fernando rey de Aragón y Sicilia, acordándose así la unión de las dos Coronas: Castilla y Aragón. Aquí se firmó el «Tanto monta, monta tanto» y la paz con Portugal, en 1479.

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