POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y DE CARAVACA
Otro de los comercios emblemáticos, que colaboró a tirar de la economía local a lo largo de la segunda mitad del S. XX, y que felizmente se encuentra en plenitud de su quehacer comercial en la actualidad, es el conocido popularmente como Tejidos La Inmaculada, negocio que tuvo sus tímidos orígenes en la pedanía de Singla, sin nombre propio, como bazar en el que los clientes encontraban de todo, conocido entre los lugareños como la tienda de Sebastián el de la Amalia.
Sánchez Sánchez, dueños del referido negocio en Singla, decidieron establecerse en Caravaca, donde tendría mejor porvenir su hijo mayor, Manuel, quien acababa de concluir sus estudios primarios. Sebastián asumió el traspaso de una tienda de telas, en la calle Mayor, frente al monasterio de San José, de Monjas Carmelitas Descalzas, conocida popularmente como la Tienda de Dimas, a Dimas Sánchez Corbalán, y comenzó a abrirse un hueco entre el comercio local no sin dificultades.
Dos años después surgió la firma La Inmaculada (cuyo nombre le vino por la devoción familiar de los dueños a la Patrona de Singla), al trasladarse el negocio desde la C. Mayor al número cuatro de la entonces calle del General Mola, esquina a Segunda Traviesa, (hoy Cuesta de las Herrerías tras recuperar su primitiva denominación.). El bajo fue alquilado a Dª. Amadea Fernández, mediando en el alquiler del mismo el médico D. Alfonso López (D. Alfonso el de Las Lomas), quien aportó las entonces preceptivas referencias de buena conducta y solvencia económica que, quienes alquilaban exigían a quienes tenían por inquilinos.
Por muchos, aquella fue denominada la Tienda Nueva, estando al frente de la misma la madre, Antonia, ayudada de su hijo Alfonso, quien muy pronto comenzó a despuntar en el mundo de la actividad comercial. El padre, Sebastián, simultaneaba la atención a la nueva tienda, con la venta de vinos (Vinos de Singla), en almacén donde se atendía al público, en el número 60 de la calle del Poeta Ibáñez, muy cerca ya de la Glorieta, ayudado de su hijo Manuel.
La Inmaculada, como popularmente se conocía la tienda entre la sociedad local, fue siempre una empresa comercial en la que los padres integraron a los cuatro hijos fruto del matrimonio: Manuel, Amalia, Alfonso y Sebastián, haciéndolo después con el yerno y las nueras; y se configuró como un negocio con formas de actuación diferentes a las existentes hasta entonces en Caravaca. La tradicional venta al fiao se transformó en venta aplazada con formalización de contrato escrito (cuyo texto redactó el abogado murciano Antonio Seiquer Velasco), y la promoción de los productos comenzó a hacerse a base de conceder premios en especie a los clientes, y a anunciarse en la entonces denominada Emisora Parroquial que funcionaba en las salas altas de El Salvador.
La Inmaculada en 1962 se trasladó al número 3 de Maruja Garrido, tras fracasar un proyecto de traslado al lugar ocupado por el comercio de Juan el Bata. En Maruja Garrido se alquiló un bajo, propiedad de Sebastián Castillo (donde antes había estado Confecciones Conchita), pagándose inicialmente por el mismo la cantidad de 3.000 pts. mensuales.
Hasta este momento La Inmaculada había sido un negocio de venta exclusivamente de telas en toda su gama, ampliado posteriormente a la confección de caballero, que en el nuevo emplazamiento ya contó con confección de señora.
Al comenzar la década de los sesenta, fue el momento en que comenzó a generalizarse la confección, época en la que aún no estaba bien visto entre la élite social local no vestirse de sastre, y en la que sólo se dedicaban a la confección, primero un comerciante de Jumilla, de nombre D. Antonio, desde 1944 en Mayor 7, y luego Pepe el de las Confecciones en la misma calle, muy cerca de aquel.
En 1975, la familia Jiménez constituyó la Empresa Industrial de Confecciones HISEJISA (Hijos de Sebastián Jiménez S.A.), en la que se integró La Inmaculada, y que gerenció la fábrica de confección abierta en el paraje de Santa Inés, de la que en otra ocasión me ocuparé, la cual estuvo treinta años presente en la industria local.
La vida de La Inmaculada, que comenzó su actividad vendiendo al detall a particulares y cargueros del campo, proporcionando a sus clientes cortes de traje o de vestido, piezas de sábana y ropa interior, se convirtió con el tiempo en un gran comercio con catorce empleados fijos en plantilla (entre 1980 y 1990), así como en escuela de comerciantes, algunos de ellos establecidos con posterioridad por su cuenta. Entre ellos hay que recordar a Juan García López y a Ramón Marín Salazar, quienes entraron a trabajar con 14 y 16 años respectivamente, y aún siguen en activo en la empresa.
De los primeros clientes, a quienes aún se recuerdan sus nombres, muchos de ellos emigraron durante los años de la emigración masiva. Por su parte, los más antiguos proveedores también son recordados con afecto, así como la época de la lucha en el medio comercial por llegar a las grandes firmas, a las que con esfuerzo y tesón se llegó. Entre ellas Bures (que servía telas) y Batlló que lo hacía con panas, ambas radicadas en Barcelona. Estambanell y Pahisa (también de Barcelona), que servía tejidos en general. Y como proveedores de confección Calvo y Peña S.L. e Hija de Isidro Payá S.A. de Valencia.
Sebastián falleció, con 99 años, en 2004. Su esposa Antonia lo había hecho en 1988, pero ambos llegaron a conocer el fruto de su inicial esfuerzo y la realidad de una apuesta, inicialmente incierta, basada en valores de ética comercial, que con esfuerzo y decisión se abrió paso, con propia personalidad, en el comercio local, donde permanece integrado al servicio de su clientela y en la línea que nunca abandonó de fidelidad a los clientes y entrega absoluta a los mismos. La Cámara de Comercio de Murcia distinguió a La Inmaculada, en 1991, con el Premio Mercurio al desarrollo de la empresa familiar, que dicha institución regional concede con periodicidad anual.
Fuente: https://elnoroestedigital.com/