POR MARÍA TERESA MURCIA CANO, CRONISTA OFICIAL DE LOS FRAILES (JAÉN)
Tiempos recios estos en los que estamos confinados en nuestras casas, tiempos de reflexión personal y grupal, aunque después de esta cuarentena parece que de forma escalonada vamos a retomar, poco a poco, lo que ahora llaman la nueva normalidad. Por ello hemos elegido un tema mitad religioso, mitad histórico.
Es un tema de excesiva envergadura para mí realizar un estudio teológico de la infancia de Jesús. No diré nada nuevo. En síntesis trataré de dar una breve idea de éste asunto tan debatido, debate que tiene su principal causa en la oscuridad y el silencio que envuelven a Cristo en los primeros años de su vida.
Toda la atención de los evangelios se cifra en la figura de Jesús predicador; no les despierta interés cómo era y qué hacía este mismo Jesús niño, cuándo sometido a su padre en Nazaret le ayudaría en su trabajo manual al mismo tiempo que afanosamente se entregaría a un estudio intenso de los Libros Sagrados. Tan solo San Mateo y San Lucas le dedican dos capítulos antes de su aparición en público, pero excluyendo el hecho de la escapada en el Templo a la edad de doce años, lo demás parece ir encauzado a dar a conocer su concepción sobre natural y milagrosa.
No obstante, es lógico que esta época de su vida pasara inadvertida; nadie podía sospechar que en aquel niño sencillo se encerrase el Mesías. Los que más tarde fueron testigos de vista de sus milagros y seguidores de su doctrina ignoraban totalmente la infancia del Maestro.
Entre las fuentes no cristianas, tenemos las tradiciones judías del Talmud, las cuales, además de incurrir en importantes errores cronológicos nos muestran una versión que puede ser calificada de “leyenda burlesca”. Por el contrario Flavio Josefo en Antigüedades Judías habla de Jesús en tono honorífico, testimonio que es considerado de máxima autoridad en la teología cristiana. Otras fuentes se encuentran en Tácito, Plinio el Joven y Suetonio.
Como fuentes cristianas extra evangélicas tenemos fundamentalmente los llamados libros apócrifos que siguen la forma de nuestros evangelios y los ágrafa y logia, colecciones de dichos atribuidos a Cristo.
Al comenzar el análisis de cualquier personaje histórico lo primero que nos interesa es su cronología. Se desconoce la fecha exacta del nacimiento de Jesús, y la dada por Dionisio el Exiguo, del 754 de Roma, adolece de un error de cuatro años como mínimo, ya que Jesús nació en vida de Herodes el Grande, y éste murió en la primavera de 750 de Roma (4 a. C.). Sabemos que cuando los Magos llegaron a Jerusalén estaba allí Herodes y que éste fue a Jerusalén cuando se encontró muy enfermo, probablemente en el invierno anterior a su muerte (final de 749 de Roma). Tuvo que pasar algún tiempo para que la noticia trascendiera hasta los Magos, teniendo en cuenta los cuarenta días que trascurrirían desde el nacimiento hasta la purificación. Por tanto se puede fijar la fecha aproximadamente al final de 748 de Roma (6 a. C.).
La crítica independiente ha querido encontrar en los relatos evangélicos el genero literario normalmente empleado en las infancias de otros héroes universales, entre los que destacan los paralelismos con Buda. Los puntos de contacto son:
1.- Ascendencia regia. Igual genealogía, pero Jesús nace de madre pobre y en situación humilde.
2.- Concepción virginal. No está clara la virginidad de la madre de Buda, pero en caso de que hubiese sido virgen es esta una exigencia del Buda reencarnado por última vez.
3.- Nacimiento en las circunstancias de un viaje de la madre. Se sabe por una inscripción existente en Rummindei que allí dio a luz Mâyâ cuando se dirigía a visitar a sus padres. Es cierto algún paralelismo con el nacimiento de Jesús cuando María iba de viaje; pero los móviles de los dos viajes en los respectivos momentos son totalmente distintos.
4.- Alegría en los cielos por el nacimiento de ambos. Completamente explicable en un caso y en otro, ya que cada uno pasaba para su pueblo como Salvador.
5.- Presentación al templo. Es una costumbre común y casi universal en los pueblos de la Antigüedad.
6.- Predicción de la suerte futura del recién nacido por boca de un viejo asceta.
No es probable que los primeros cristianos tuvieran noticias de estos hechos tan distantes a ellos. Pero sí son más claros los puntos de unión de los evangelios I y III, en lo que respecta a la infancia de Jesús, con otros héroes del Antiguo Testamento como son Isaías, Moisés, Sansón, Gedeón.
En cuanto a las fuentes de los Evangelios de la infancia parece indudable que las hubo. La lista genealógica de San Mateo demuestra la existencia de alguna; el estilo de San Lucas lleno de arameísmos indica que tal vez tendría a la vista un documento arameo.
Es también muy posible que la fuente directa de estos hechos proceda de Jesús y de María, ya que San Mateo hace girar la narración entorno al primero y San Lucas en torno a la Virgen. En el Evangelio lucano se insiste en la frase: María conservaba todas estas cosas en su corazón, repitiéndola en distintos momentos (Lc. 2, 19. 51). Pero en el caso de que el relato de San Lucas venga de la misma María ¿Cómo silencia ésta todo lo perteneciente a los años juveniles de su hijo? Aunque tal vez diera infinidad de detalles que el evangelista no juzgó necesario narrar.
Otro procedimiento posible en la elaboración del tercer Evangelio es el midrásico. Así podemos observar en San Lucas esa tendencia de himno en el estilo del diálogo, influencia bíblica que culmina en el Magnificat, inspirado en otros cantos antiguos, como en los de María, la hermana de Moisés (Ex. 15, 1-21), Judit (16, 1-21), Débora (JC 5, 1-31) y sobre todo el de Ana, madre de Samuel (I Sam. 2, 1-10). Con este último las semejanzas son extraordinarias.
En la estructura de Lucas 1 y 2 se da un díptico entre Juan el Bautista y Jesús. De manera más o menos velada se manifiesta la divinidad de Cristo bajo los nombres de “Salvador” y “Señor” (Lc. 2, 30. 38). Otro detalle muy significativo para esto es que Simeón en el templo bendijo a los padres, pero no a Jesús (Lc. 2, 34). De aquí se deriva un segundo problema: ¿Conocía María la Divinidad de su hijo?. La respuesta a ésta pregunta parece afirmativa en el capitulo I, pero el evangelista nos sorprende en el momento de la pérdida de Jesús en el templo, con esta frase desconcertante referida a sus padres ante la respuesta que el niño les da por su reproche: Mas ellos no comprendieron el sentido de sus palabras. No obstante es posible que María lo supiese todo.
San Mateo manifiesta una gran insistencia en ver cumplidas las Escrituras (Mt. 1, 22-23; 2, 15, 17. 18. 23), y en demostrar el origen davídico de Jesús. La influencia bíblica en su evangelio de la infancia, se acentúa con respecto a la figura de Moisés. Con éste el paralelismo es tan grande, que se ha pensado en la intención de querer comparar ambas vidas.
Vemos por tanto que ambos evangelistas tienen siempre presente el Antiguo Testamento, en el que muchos de los personajes son “figuras de Cristo”, pero esto no resta historicidad a la narración que San Lucas y San Mateo nos hacen de su vida.
Fuente: https://mteresamurcia.com/