POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Hasta mediados del siglo XX, desde finales del siglo del siglo XVIII, Ulea sufrió grandes epidemias de “tabardillo, o fiebres tifoideas” y “fiebres tercianas, o paludismo”, sobre todo, en épocas de calor, generalmente, por la presencia de aguas estancadas; en acequias, brazales, ramblas y, sobre todo en charcas. En dichos medios, las aguas quedaban estacionadas, hasta que el radiante sol las secaba. Como consecuencia, en dichos receptáculos, aparecían gran cantidad de mosquitos que generaban los mencionados y temidos brotes epidémicos.
Las charcas, cercanas a la población e, incluso, en las mismas calles del pueblo, así como en la huerta y el campo, junto a las barracas y las cuevas; charcas formadas por las mismas aguas sucias que tiraban las mujeres en sus calles y aledaños, para refrescar el ambiente y evitar que se levantara polvo.
Esas aguas, quedaban estancadas y, como llevaban residuos de inmundicias, se transformaban en verdaderos focos de contagio, hasta el punto de qué, gran cantidad de uleanos padecieron las nefastas consecuencias de tales epidemias de “Tabardillo y Fiebres Tercianas”. El resultado no pudo ser más desolador, ya que se produjeron gran cantidad de muertes, hasta tal punto se diezmó la población, que se llegó a temer por la desaparición del pueblo de Ulea: llegaron a queda en varias ocasiones unos 100 habitantes en total.
La situación, en distintas épocas de la historia de Ulea, desde el año 1766 hasta 1948, era tan crítica que tuvieron que tomar cartas en el asunto, las autoridades de la capital. Así las cosas, el Sr. D. Francisco Rocamora, Regidor de la Capital, divulgó un edicto, con el fin de que se tomara celo durante el verano y evitar que se formaran charcas; en donde anidaban los parásitos que transmitían tales enfermedades. Además, ordenó qué, divididos por comarcas, se dispusieran juntas de médicos “de mayor inteligencia” no inferior a cuatro y comunicaran un informe conjunto a las autoridades, que fuera eficaz para paliar, si no se podían exterminar, los efectos de dichos brotes epidémicos.
Uno de los cuatro grupos de trabajo, se ubicó en Ulea y, el director del mismo fue su médico cirujano y sangrador, D. Joaquín Pérez, en el año 1767, bajo la égida del Alcalde de Ulea D. Joseph Piñero López.