
POR FRANCISCO PINILLA CASTRO Y CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
A primeras horas del mediodía de aquél tórrido viernes 20 de mayo de 1575, cuatro carros castellanos atravesaban la Calle Real de la aldea El Río.
Habían salido muy temprano de Espeluy… “hubieron de madrugar mucho para gozar del fresco del amanecer”.
Su destino: Sevilla.
Su objetivo: la fundación de un Convento de Carmelitas Descalzas.
En dos de esos carros iban siete monjas: la Madre Teresa de Jesús, en el mundo Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, descendiente de judeo-conversos y reformadora del Carmelo; María de San José, candidata para priora; Ana de San Alberto, María del Espíritu Santo, Isabel de San Jerónimo, Isabel de San Francisco y Leonor de San Gabriel.
Según la Madre Teresa, viajaban de esta guisa: “Íbamos en carros, muy cubiertas, que siempre era esta nuestra manera de caminar; y entradas en la posada, tomábamos un aposento bueno o malo, como le había, y a la puerta tomaba una hermana lo que habíamos de menester, que aun los que iban con nosotras no entraban allá”.
Además de los carreros y mozos de mulas, con las monjas viajaban el Padre Julián de Ávila, Antonio Gaitán y el descalzo Gregorio Nacianceno.
Iban a fundar a Sevilla por deseo del Padre Gracián. Deseo que la Madre Teresa no compartía. “la madre tenía algunas causas bien grave para no ir a Sevilla” pero se las callaba.
¿Cuáles eran esas causas graves? Pues que el Tribunal del Santo Oficio andaba pisándole los talones a causa de sus escritos.
“En Octubre de 1.574 la Inquisición de Córdoba, examinó a un grupo de visionarios de los discípulos del maestro Juan de Ávila, y en sus declaraciones habían mencionado un libro de visiones de la Madre Teresa, leído por el Doctor Carleval. Rastreando el citado libro la Inquisición de Córdoba acudió a Madrid solicitando el libro de la Madre Teresa. De Madrid prometieron dar con él, y lo requirieron a Valladolid, donde con fecha dos de febrero de mil quinientos setenta y cinco [02-02-1575] notificaron que no lo tenía, más averiguarían su paradero”.
“La sombra de la Inquisición la seguiría implacable, a veces con amagos de sanción, hasta morir hija de la Iglesia. Ella sabía cómo las gastaba el Santo Tribunal. El chispazo insignificante de Córdoba había ya estremecido a Madrid y Valladolid. Era ya toda una red que las avizoraba. Entrar ahora en Andalucía, foco de la primera sospecha contra su ortodoxia, era para no acercarse. Y menos a Sevilla, donde sobre el avispero de frailes descontentos se cernían los vigías de la Inquisición en los torreones de Triana, que acecharían a la castellana anunciada por tan graves infundios”.
Así las cosas, la Madre Teresa aceptó la indicación del Padre Gracián como inspiración divina… “que sería gran servicio a Dios fundar en Sevilla”. Las monjas y sus acompañantes partieron de Beas con muy poco ajuar y escasas provisiones (que hubieron de tirar podridas a causa del intenso calor que hizo aquel mes de mayo).
Salieron el miércoles 18 de mayo de 1.575 cerca del mediodía. La primera jornada fue sólo de cinco leguas hasta Santisteban del Puerto.
La segunda jornada, jueves 19 de mayo, fue más penosa. Tuvieron que recorrer sierras y hondonadas, y, a pesar de atravesar frondosísimos vergeles, padecieron un calor asfixiante porque “aquél año en vez de frescura restallaban sobre el valle ascuas de sol”. Por fin después de un desastroso vadeado del Guadalquivir, llegaron a Espeluy donde pasaron la noche en una posada.
A la mañana siguiente partieron de Espeluy en su tercera jornada. Es la más importante para nosotros, desde el punto de vista local, puesto que es cuando llegaron a Villa del Río.
“Viernes, 20 de Mayo [1575], tercera jornada por Villanueva y Arjonilla, dos leguas de tierra doblada e cerros e tierras de olivares, e viñas muchas e tierras de pan, hasta Aldea del Río, lugar de sesenta vecinos en llano y por todas partes del mediodía tierra muy doblada e de campiñas muy buenas de pan.
Y tres leguas más, en un recodo, a un cuarto de legua del camino, Pedro Abad, hasta El Carpio, curioso lugar de doscientos cincuenta vecinos en un cerrillo redondo a dos tiros de ballesta del Guadalquivir, muy buena fortaleza”.
El Padre Efrén dice: “Llevaban andadas nueve leguas aquel día asfixiante y optaron por acampar en los alrededores [de El Carpio]”.
Teniendo en cuenta que los carros solían recorrer una legua por hora, si la acampada nocturna la hicieron en El Carpio, no es descabellado pensar que el descanso diurno tuviera lugar en la aldea de El Río; puesto que es la Madre Teresa la que dice que durante la siesta no caminaban.
“… habiendo pasado grandísimo calor en el camino; aunque no se caminaba las siestas, yo os digo, hermanas, que como había dado todo el sol a los carros, que era entrar en ellos como en un purgatorio”.
En tales circunstancias el descanso del mediodía debieron realizarlo bien en algún mesón de la calle Real o en el Prado de las Lagunas, arbolado y frondoso lugar junto al Camino de Córdoba con un venero permanente de agua (Anzarino).
De ser así, es de desear que tanto las monjas como sus acompañantes aliviaran el calor y repusieran sus fuerzas con los frugales alimentos que venían tomando: pan, habas verdes, cerezas, lechugas, rábanos… al tiempo que sus almas se extasiasen en aquel prado matizado de jaramagos, campanillas, jaras y romeros, y toda suerte de flores silvestres, mientras contemplaban allá a lo lejos la humilde ermita donde se veneraba la Imagen de la Virgen de la Estrella.
Descansaran dentro o fuera de la población, lo cierto es que la rutina aldeana no debió alterarse por el paso de las cuatro carretas, puesto que estaban habituados a cortejos bulliciosos y brillantes de personajes social y económicamente importantes. Y la importancia espiritual y literaria de aquella “monja andariega”, por ser esencialmente mística e intelectual, y tener auténtica grandeza, no podía verse con los ojos sino con el corazón y la mente; y la de nuestros antepasados de aquella época, en líneas generales, dudo yo que estuviera para florituras culturales.
Dicho esto, es normal que nos preguntemos como era el perfil urbano y humano de El Río en la fecha en que las alpargatas de Santa Teresa se cubrieron con el polvo de nuestra tierra.
Sobre el primero tenemos que decir que es una pequeña, aunque pujante, aldea rural y caminera, nucleada de Este a Oeste a partir del Castillo-fortaleza (Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción desde 1557) y a lo largo de unos quinientos metros sobre la Calle Real que es la única de la que se hace mención en todos los documentos de la época.
En cuanto a lo segundo, la aldea la pueblan unos 250 habitantes, cristianos viejos descendientes de la repoblación que se hizo con castellanos, leoneses y cántabros después de la conquista de Fernando III.
No existen entre ellos grandes diferencias ni económicas ni sociales aunque, por supuesto, hay cinco o seis familias con más riqueza que el resto. Su actividad es la agricultura, la ganadería, la molienda y un pujante comercio favorecido por la situación de la población en el Camino Real.
El año en que Teresa de Jesús llega a la aldea de El Río, era su alcalde Antón Ruiz Molleja y cuidaba de las almas de sus vecinos el Vicario, Bartolomé Barragán que, según los Libros Parroquiales, ese año celebró dieciocho matrimonios (casi todos con vecinos de los pueblos limítrofes) y echó las aguas bautismales a treinta y nueve neófitos.
Finalmente, para terminar este asunto del paso de Teresa de Jesús por la aldea de El Río, decir brevemente cómo acabó aquel viaje y la andadura de su principal protagonista, extraordinaria mujer, santa para los creyentes y gloria de las letras españolas para todos.
– La fundadora y sus acompañantes llegaron a Sevilla el jueves 26 de mayo y después de seis meses de inconvenientes y sinsabores, la fundación del Convento de San José del Carmen se pudo llevar a cabo a finales del año [1.575]. El Señor Arzobispo, que durante mucho tiempo estuvo reticente de recibirla o visitarla, acabó de rodillas delante de la Madre Teresa implorando su bendición.
– Siete años más tarde moría Teresa de Jesús en Alba de Tormes (Ávila). En 1.622 fue canonizada por Gregorio XV, y en 1.970 Pablo VI la proclamó Doctora de la Iglesia.
Bibliografía:
JESÚS, Teresa de. Libro de las Fundaciones. Edición Víctor García de la Concha. Colección Austral. Espasa Calpe.
EFRÉN de la M. de Dios y Otger Steggink.(1.984) Santa Teresa y su Tiempo. Biblioteca de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca.
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