POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Pasaban los días, a veces semanas y, mi abuela Clarisa se extrañaba que casi nunca me llevara “algo” para desayunar. Entonces, para salir de dudas, se coloca frente a mí, y me pregunta: Joaquinico ¿qué prisas tienes, que sales corriendo -costera abajo-, con el cesto de los higos o de las uvas y, desde la balsa del canal te veo caminar de prisa, como si se te escapara algo importante? A veces tengo la impresión de que te vas a caer por el terraplén.
Sin más dilación le expliqué que al amparo del almendro de la familia Ríos, se reunían—casi todos los días, los trabajadores del paraje de los tollos; bien los que allí vivíamos como los que venían del pueblo a cultivar sus tierras.
Mi abuela quedó pensativa y regresó a la cueva a cuidar al abuelo Joaquín que yacía muy enfermo en la cama con una sonrisa y un achuchón, nos despedimos hasta el atardecer, en que regresaba del colegio.
Allí, bajo el almendro, a la hora del almuerzo, se reunían todos los trabajadores de los tollos, todos los que podían y, mientras almorzaban, se comentaban todas las vicisitudes, más penurias que otras cosas; en dicho rincón de la rambla (paraje de los Tollos de Verdelena).
Cada uno hablaba de la profesión que ejercía. Parecían verdaderos maestros y, muchos de ellos eran iletrados.
Siempre actuaban los tertulianos, mientras almorzaban y se fumaban un cigarrillo. Como yo no trabajaba e iba camino de la escuela, tenía entre cuatro y ocho años, me sentaba un rato junto a ellos, les escuchaba y me regalaban un trozo de pan y algo de companaje, generalmente de las matanzas de cerdos que hacían en sus casas. Como compensación les llevaba el agua o cualquier encargo menor.
Mi abuela, iletrada, como la mayoría de las mujeres mayores de los campos y huertas de Ulea; apenas lo entendía y, un día de los que venía mi padre a la finca que teníamos en los Tollos, le preguntó: ¿sabes, Joaquín, que el chiquillo se detiene unos 15 minutos con los jornaleros que almuerzan bajo el almendro de la familia Ríos? Mi padre quedó perplejo y le prometió a mi abuela que, al día siguiente estaría junto a los tertulianos bajo el simbólico almendro. Como es lógico, con su paquete de tabaco y su bolsa con el almuerzo; que le había preparado mi madre. Él, venía del pueblo y yo bajaba desde la cueva y, allí, con el resto de los contertulios, nos sentamos a almorzar y escuchar la lección del tertuliano de turno.
Mi padre les preguntó, también a mí, por los temas tratados en días anteriores y les solicitó que al día siguiente les hablaría a los contertulios.
Llegado su turno, mi padre Joaquín Carrillo Martínez (mayor), como buen orador, desmenuzó la gran tragedia que supuso la reciente contienda civil y su reciclaje como trabajador en la industria de los muebles, sita en la calle mayor, en donde tenía entre diez y quince operarios y la venganza de los envidiosos—o los que no pensaban como él, ocasionando el incendio de toda la mueblería y sala de exposiciones.
Cuando regresó de la guerra—todos en el pueblo le daban por muerto o desaparecido, no tuvo más remedio que reciclarse y trabajar en labores agrícolas, así como en la repoblación forestal y en la limpieza de matorrales en los montes bajos, bajo la tutela del guarda forestal D. Pedro Romero.
A pesar de los contratiempos- seguía diciendo, no se amedrentaba ante tanta adversidad y le salió su vena comercial, convirtiéndose en exportador de limones, en Ricote. Allí envasaba cuantos cítricos cortaban de los limoneros y los remitía a los mercados nacionales a través de los vagones ferroviarios. Para ello, subía desde Archena un camión de la Renfe y trasladaba los envases con los limones hasta la estación de ferrocarril de Archena. Mi padre y yo, durante la temporada de la recolección de los limones, íbamos andando—desde Ulea cruzando por el puente colgante de madera de Ojós; regresando al oscurecer, a nuestra casa de Ulea.
Sin embargo, la exportación de limones no supuso la solución del problema y, con posterioridad, montó una empresa de envasado de especias y frutos secos, sito en la calle O´donnnell, nº 8.
Las especias y frutos secos se los compraba a granel al industrial de Molina Sr. Prieto Pérez. En dicha empresa trabajaban cuatro mujeres de Ulea y lo que podíamos ayudar mi madre, mi abuela Clarisa y yo.
Mi padre alternaba de comercial, vendiendo al por mayor, en los comercios de las provincias de Murcia, Almería y Alicante. Algunas veces, a pesar de mi corta edad tomó la decisión de que le acompañara.
Todo iba bien y, un amigo de la infancia natural y vecino de Villanueva se declaró insolvente y, a mi padre, le embargaron las fincas y los enseres válidos de la casa.
La actuación inmediata de su cuñado Paco Espinosa, comprando las fincas, casa, corral y enseres evitó el embargo de las mismas, al día siguiente.
Tras esta ayuda in extremis, de su cuñado, de nuevo se puso a trabajar a jornal en la agricultura, en la repoblación forestal y en la finca de los Tollos; en teoría, propiedad de su cuñado. Pocas cosas le salían bien y la familia aumentó hasta siete hermanos.
Familiares de la huerta de Alquerías y Beniel, le aconsejaron que se dedicara al cultivo del algodón. Le consiguieron la semilla y eso supuso un hito en la historia de la agricultura en Ulea. Del cultivo del algodón, dio una amplia explicación a los demás tertulianos asistentes y yo me quedaba embelesado escuchándole.
Los demás tertulianos irrumpieron con un fuerte aplauso como sucedía en los días anteriores y yo salté la reguera del agua, para fundirme en un abrazo. Le miraba de abajo a arriba y no sé si reía o lloraba de alegría, lo que si es cierto, que, entonces, siendo aprendiz de la vida, como con posterioridad, conforme nos íbamos haciendo adultos, los siete hermanos, nos dimos cuenta de que era muy trabajador y, sobre todo, “un gran soñador”. Pasados los años y como Cronista Oficial de Ulea, soy consciente de los valores humanos que atesoraba. Ahora, sesenta años después de su fallecimiento, me hago la siguiente pregunta: ¡¡de qué material estaban hechos sus sueños!!
Durante su alocución al resto de tertulianos, confesó que nada le doblegaba, pero, tanta contrariedad y el paso de los años, le obligaron a ceñirse al cultivo de sus tierras en los Tollos de Verdelena y en la huerta de Ulea.
FUENTE: J.C.E.