POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA- CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Entre el grupo que se daban cita, al amparo del almendro de Ernesto Ríos Torrecillas, se encontraba el carismático y bonachón Luís Carrillo Molina, alias «El Manco».
Hablaba muy poco, pero su sonrisa contagiaba a los concurrentes y, generalmente, les hacía la jornada más llevadera.
Luis era soltero, no sabía leer ni escribir, pero, donde él estaba no había penas y, además, era muy trabajador.
ivía en una cueva horadada por él mismo, en la costera este de una prominencia del monte Verdelena.
Allí vivía con su anciana madre, la “Tía Segundina» y sus perros.
Además de cultivar sus tierras de «los tollos», se dedicaba a horadar cuevas en las lomas y montículos, generalmente en las láguenas de Verdelena, en compañía de Vicente «El Toni» y Joaquín Cascales «El Ab el Krim». Ellos horadaron nuestra cueva, la que fue el refugio del exilio de mis abuelos paternos; a los que acompañé desde los cuatro años hasta los once; fecha en que se hundió y nos marchamos al pueblo.
A horadar dicha cueva, al inicio del canal de riego, en la ladera de Verdelena, les acompaño mi padre y yo, con cuatro años les ayudé de aguador.
Luis siempre iba acompañado de sus perros y, él, les cuidaba como si fueran personas. Cuando acudía a la tertulia bajo el almendro, siempre llevaba su bicicleta y le acompañaban los perros. Tan bien les trataba, que repartía en trozos un chusco de pan blanco para que los perros no pasaran hambre. Él, con su sempiterna sonrisa decía: «los perros son amigos que nunca te traicionan».
Luis, con su pantalón de pana, calzando unas abarcas y con su sombrero de paja; era un hombre feliz. De hecho, aunque era iletrado, escuchaba con atención a los demás contertulios y, cuando falleció su madre y se marchó a vivir a su casa de la calle Nueva, de Ulea, regresaba diariamente, en su bicicleta, a la finca de los tollos y se hacía coincidir en la hora del almuerzo para participar de la tertulia, con los hermanos Ríos y los que podían acompañarles. Nunca estaban solos.
A la altura de la llave del agua de las fincas del tío Julio Molina «El Carrasco» y Joaquín Carrillo «El Muebles», acudía el bueno de Luís «El Manco», sobrino del tío Julio, para ayudarle en las tareas de su finca ya que el tío Julio era muy anciano y le fallaban las fuerzas.
Al terminar la faena, ayudando a su tío, regresaba a su finca acompañado de sus fieles amigos: sus perros.
Luis vivía el día a día sin mayores preocupaciones. Hacía cuantos favores le pedían y se sentía un hombre feliz.
FUENTE: EL CRONISTA
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