POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA- CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Vicente Cascales- padre e hijo- se acercaban de vez en cuanto, a la hora del almuerzo, a la sombra y amparo del célebre almendro de la familia Ríos Torrecillas y sus herederos Ríos Carrillo. Unas veces para escuchar con atención a aquellos sabios de la agricultura y ganadería del paraje de «Los Tollos» y otras, para hablar de lo que sabían: agricultura y ganadería.
El padre, apodado «El Facundo»; también heredado por el hijo, apenas sabían leer y escribir, pero eran verdaderos conocedores de la ganadería, el padre y de la agricultura el hijo. Desde luego, formaban un buen dúo, ya que ambas facetas estaban entrelazadas.
El padre, ganadero desde su infancia, con su habla entrecortada y vestido con su pantalón de pana, sus esparteñas y su blusa oscura, se dirige al grupo de tertulianos diciendo que «para ser ganadero hay que amar a los animales y hablar con ellos como si fueran personas». Sin lugar a dudas, el ganadero tiene que asistir a las cabras en los partos, para evitar problemas para la madre y hacer que los cabritillos no sufran ningún traumatismo ni se asfixien a la hora de salir de las entrañas de las cabras.
Tenemos que cuidar tanto a la madre como a sus retoños, hasta que crezcan y se hagan adultos.
Los ganaderos debemos saber como alimentar al ganado para que estén sanos, proliferen y den leche abundante y de calidad para sus retoños y para el consumo humano.
Facundo, el padre, cuidaba a sus animales con la alimentación correcta para que la leche que vendía por las calles del pueblo de Ulea, alimentara bien a los retoños de sus clientes. De hecho, todos los días salían a las calles con su recipiente en el que depositaba la leche ordeñaba de las cabras recién paridas en presencia de sus clientes.
Sonreía cuando explicaba que muchas mujeres le decían que en el recipiente llevaba un poco de agua, que mezclaba con la leche y, también, que ordeñaba de prisa, para que hiciera más espuma y aumentara el volumen de la leche; con lo cual, conseguiría mayores beneficios.
Se quitaba la gorra, se mesaba los cabellos y, con una cómplice sonrisa, le daba a la cabeza. No decía ni si ni no: que cada cual opinara.
El hijo, Facundo Junior, sonreía cuando hablaba su padre y, medio tartajeando, decía: De los excrementos de las cabras- las cagarrutas y la orina- conseguía un abono tan especial que tenía los mejores naranjos y limoneros de toda la comarca de los Tollos, ya que los árboles estaban frondosos y, al tener buena salud, daban cosechas opíparas.
Después, con su hablar entrecortado decía: mi padre me enseñó a saber cuidar el estiércol del corral y prepararlo para abonar los árboles de su finca, previos a su riego.
Pepe Ríos, que captaba cuanto allí se hablaba, sacó la conclusión de que se puede tener más o menos cultura, pero todos los oficios requieren saber lo que se tiene entre las manos y eso requiere tiempo, amor y arte.
Los Facundos, padre e hijo, nos dieron una gran lección.
FUENTE: EL CRONISTA