POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA- CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Fue en el año 1939, cuando llegó a Ulea el Guarda Forestal D. Pedro Romero. Hombre cordial y responsable, teniendo en cuenta la situación económica del país y, sobre todo, la de los uleanos.
El tío Pedro, que así se le llamaba, venía con la consigna de mantener los pinos de todos los montes del Estado, de manera especial los montes de Verdelena, con su frondosa pinada. El era consciente de que en el paraje de «los Tollos» tenía que emplearse a fondo ya que hacía más de tres años que ni se cuidaban los pinos que había, ni se replantaron las bajas de todos los que se secaron o arrancaran para leña de monte bajo y llevarla a los hornos del pueblo para que se la canjearan por unas barras de pan.
Cuando menos se le esperaba, aparecía por entre los árboles y se ubicaba a la salida del canal del agua del motor «La Purísima».
Pronto se hizo querer y respetar por todos aquellos que vivíamos en las cuevas de dicho paraje y cuantos propietarios de las fincas vivían en el pueblo y venían, generalmente andando, para cultivar las tierras.
No tardó en enterarse de qué, a la sombra del almendro de la familia Ríos, se sentaban a almorzar sus dueños y el encargado Joaquín «El Remigio» y que de vez en cuando, acudíamos los terrícolas que por allí transitábamos. Se animó y, en varias ocasiones se traía su bolsa con el pan y companaje, y se sentaba con nosotros, charlando en amena tertulia.
El tío Pedro sonreía cuando veía las vestimentas de la mayoría de los tertulianos y tan desaseados. En efecto, le llamó la atención. Se trataba de un hombre sencillo que, según nos contaba, había venido al pueblo para quedarse para siempre. Todo esto lo corroboré con el tiempo y, en Ulea se jubiló y allí está enterrado su cuerpo.
Mientras estaba en activo vivió en la explanada que había junto a la casilla de los peones camineros, junto al barranco Sevilla. Tan pronto como se jubiló se marchó con la familia a vivir en el pueblo.
En una de sus intervenciones con los tertulianos, nos dijo que quería dejar el monte Verdelena limpio de ramas secas y replantar todos aquellos pinos que se habían secado, «por abandono» También nos puso al corriente de que en el paraje de «Los Tollos» pondría una almajara con retoños de pinos y plantaría tan pronto estuvieran a punto de prender en los hoyos que irían haciendo los trabajadores que contrataría. Así lo hizo y empleó en la replantación de los pinos a unos 60 trabajadores de Ulea y, a unos 10 chiquillos, como pinches, para llevar los manojos de pinos a los trabajadores que habían preparado el terreno. Además los utilizaban para llevarles agua, del aljibe de Tía Juana Antonia y dotarles de tabaco a quienes fumaban, que eran la mayoría.
En dicho trabajo se colocó mi padre, durante unos seis meses y, un buen día, cuando yo tenía siete años, me dijo que por qué no venía a trabajar con ellos. Le dije que sí, pero los días que tenía que ir a la Escuela no podría acudir al trabajo. Por lo visto, le caí bien y los días que solo iba a la Escuela por la mañana, por la tarde trabajaba llevando pinos desde la almajara hasta donde estaban haciendo los hoyos para la repoblación forestal.
Los hombres ganaban 12 pesetas al día y yo la parte proporcional de las horas que trabajaba, a razón de siete pesetas al día. Cuando me pagaban, le daba el dinero a la abuela Clarisa y ella se los daba a mamá. Aunque acababa el día muy cansado, me sentía contento. Más adelante me enteré que le daba un pequeño plus por el mérito de mi trabajo siendo tan pequeño.
Pasado un poco tiempo se vanagloriaba del verdor que prevalecía en las laderas del monte Verdelena, a los pocos meses de ser nombrado Forestal de Ulea. El tío Pedro Romero fue un gran hombre.
FUENTE: EL CRONISTA